
La partida de Mario Vargas Llosa ha dejado un silencio hondo en el mundo de las letras, pero también la oportunidad de volver a sus obras con ojos renovados. Difícil escoger “la mejor novela” del escritor universal, pues se podría aplicar a él lo mismo que decía Borges de Quevedo: “no escribió novelas porque toda su obra era él mismo”. No obstante, de manera personal, le tengo un particular apego a La Guerra del Fin del Mundo. Una obra que suelo visitar cuando necesito cotejar las tensiones entre razón e irracionalidad, entre poder y símbolo. Su retrato del sitio de Canudos —un enclave místico y rebelde enfrentado al Estado brasileño— trasciende en su novela lo histórico y se convierte en una lección sobre la fragilidad de los órdenes políticos que nos hace reflexionar, por ejemplo, sobre el estremecimiento actual del comercio mundial causado por la administración de Donald Trump.
Así, como en Canudos, donde la reacción del poder fue desmedida frente a una amenaza mal comprendida, la guerra comercial desatada parece más guiada por el deseo de imponer un relato de fuerza que por una estrategia económica coherente. Efectivamente, desde su retorno a la presidencia en enero de 2025, Trump ha hecho del enfrentamiento con China un eje narrativo. Impuso un arancel general del 10% sobre todas las importaciones y luego concentró su ofensiva en en el Gigante Asiático, llevando las tarifas al 145%. Después, anunció una exención temporal de 90 días para productos electrónicos —como laptops e iPhones— generando alivio, pero también confusión e incertidumbre. Mientras negaba públicamente haber ofrecido excepciones, su equipo aclaraba que ciertos productos sí quedarían exentos. Estos vaivenes no responden a una lógica comercial ortodoxa: son una dramaturgia del poder. Como en Canudos, el adversario no es tanto económico como simbólico.
Trump no actúa como un gestor económico tradicional. Al igual que el Conselheiro en la novela de Vargas Llosa, apela a emociones profundas, resentimientos acumulados, narrativas simplificadas. “Ellos ganan, nosotros perdemos”: esa es la lógica binaria que moviliza su agenda. Lo notable es que ese discurso ya no habita los márgenes del sistema, sino su centro. Y sus efectos son reales: tensan mercados, reordenan cadenas de suministro, erosionan reglas que costaron décadas construir. Esta dinámica deja varias advertencias.
Primero, que el comercio global se ha vuelto vulnerable a los impulsos políticos. La economía internacional ya no responde solo a fundamentos, sino a percepciones, gestos y anuncios. Segundo, que estamos ante una crisis emocional del modelo global, donde, por ejemplo, muchos ven en el ascenso de China, India o Vietnam una amenaza, no una transformación, que hay que aniquilar. Tercero, que países como el Perú deben leer con atención estos signos, actuando en el corto plazo con mucha inteligencia diplomática, y en el mediano largo plazo, entendiendo que hay que avanzar hacia reformas que mejoran nuestra productividad, porque sin ella, “vamos muertos”.
Vargas Llosa señalaba que la ficción era una mentira que decía la verdad. Desde ese punto de vista, la guerra del fin del mundo no es solo una mezcla de ficción e historias, sino un espejo incómodo de lo que ocurre cuando el poder convierte a la diferencia en enemigo; cuando los símbolos sustituyen a los argumentos; cuando el poder se cierra al diálogo. Que esta nueva guerra comercial no acabe como la novela, con todos perdiendo aunque crean que están ganando. QEPD un grande de los grandes.