
Recientemente, el congresista Bustamante afirmó que hay pocas mujeres en la ciencia porque no existe una condición biológica que las incentive a participar. Es decir, porque no quieren hacerlo o porque tienen una menor capacidad. La evidencia no acompaña estas afirmaciones, tanto para el caso de las ciencias como para las brechas de género en general que se dan en el mercado laboral. Por el contrario, pese a no haber diferencias innatas de capacidad, las desigualdades se construyen desde la niñez y se profundizan a lo largo de la vida.
En el Perú, un tercio de los científicos son mujeres. Este dato es relevante para las brechas de género en el empleo en general, porque las ciencias exactas se asocian con una mayor rentabilidad. En general, las mujeres están menos presentes en el mercado laboral, indistintamente del oficio: su participación es 16 puntos porcentuales inferior a la de los hombres, principalmente por la mayor carga que ellas se llevan en el trabajo doméstico no remunerado. Según la Enaho, entre las mujeres jóvenes menores de 24 años que no trabajan, el 15% responde que los quehaceres del hogar no les permite hacerlo; mientras que, en los hombres, esta cifra es solo del 2%. Además, cuando ellas participan en el mercado laboral, están más presentes en la informalidad, el subempleo y el autoempleo.
Cabe preguntarse si las mujeres desean trabajar menos o si tienen menos capacidades para ello, en particular en las ciencias exactas. La evidencia dice que no. Existen estudios que respaldan que niños y niñas nacen con habilidades similares en matemáticas. También hay varias investigaciones que muestran que las diferencias de resultados empiezan a gestarse desde muy temprano y que las normas sociales y los sesgos de género en padres y maestros impactan sobre la percepción de las niñas sobre sus propias capacidades para las ciencias.
Además, “Niños del milenio”, un estudio que ha seguido por más de dos décadas a dos grupos de jóvenes nacidos en 1994 y el 2001, confirma que las diferencias en el empleo de jóvenes hombres y mujeres se inician desde los primeros años de vida y son cada vez mayores. A los 15 años, existe ya una diferencia de 10 puntos entre el porcentaje de hombres y mujeres que trabajan, y dicha brecha se amplía a 22 puntos porcentuales a los 22 años. Precisamente, a esta edad, las mujeres dedican en promedio tres horas más al día al cuidado del hogar y la familia. Estas responsabilidades adicionales reducen el tiempo disponible para estudios o desarrollo de las mujeres, y las hacen buscar empleos más flexibles indistintamente de las condiciones.
No se trata, pues, de condiciones biológicas. Sin embargo, sí resulta debatible si la vía más deseable para mejorar esta situación es aplicar cuotas. Lo realmente deseable –e ineludible– es construir un entorno donde tanto hombres como mujeres puedan tomar decisiones libres, sin base en prejuicios y sin obstáculos que les impidan dedicarse con éxito a lo que realmente prefieren y según su talento y esfuerzo. Lamentablemente, aún estamos lejos de ello.