El próximo álbum Panini tendrá 112 páginas porque contendrá nada menos que 980 figuritas, todo esto porque el próximo Mundial norteamericano acogerá a 48 selecciones. Es decir, si se produce el estropicio que Infantino y sus amigos andan pergueñando para que a la Copa del 2030 asistan 64 países, la editorial italiana va a tener que editar no un álbum o un cuadernillo, sino un cuadernote del ancho de un Baldor (sí, ese libro maldito que atormentó nuestra secundaria).
El verdadero drama es que con 64, 48 o 32, lo más probable es que entre los próximos clasificados no esté Perú.
El viernes, mientras se desarrollaba el sorteo en el Kennedy Center de Washington, recordaba el de España 82, artesanal y repleto de solemnidades, que
contó con la presencia de un adolescente príncipe de Asturias y de quienes años después serían los protagonistas del mayor escándalo de corrupción del deporte, Joao Havelange y Sepp Blatter.
Aquella vez vimos con sorpresa cómo volvíamos a juntarnos con Polonia y pensábamos, candorosamente, que vengaríamos la derrota sufrida cuatro años antes, que a Italia podíamos sacarle un empate y a los cameruneses les ganábamos con los ojos cerrados.
Luego pensaba en el sorteo para Rusia y ese subidón emocional que se apoderó de todos cuando Diego Armando Maradona sacó el nombre de Perú y nos desvivíamos en especulaciones sobre lo que pasaría cuando nos tocase enfrentar a la Francia de Griezmann y Mbappé.
Aquellas veces fueron solo hipos. Desde hace unos años hemos vuelto a la normalidad y nuevamente veremos a la élite competir desde lejitos, vivando por países extraños, luego de fracasar en las eliminatorias más fáciles de la historia. Si estuviera entre nosotros, Pocho trataría de aliviarnos la pena diciendo que en el Kennedy Center todos le dijeron que extrañarían “el toque peruano”, mientras preguntaban por el Nene Cubillas. Esta vez ni siquiera hubo un periodista peruano acreditado que nos apañe con alguna mentirilla. En el Mundial donde Curazao, Nueva Zelanda y Uzbekistán dirán presente, hasta extrañaremos a El Veco encerrado en un set miamense con su Telepuerto de papel maché.
El momento más esquizoide de la ceremonia fue cuando Infantino, con su sonrisa de vendedor de Teleferia, le entregó el ‘Premio FIFA por la Paz’ al presidente Trump, en un inesperado gesto de humor involuntario, acorde con el lugar donde se realizó la ceremonia. No olvidemos que el Kennedy Center, además de sala de arte, música y danza, ha sido escenario de homenajes a grandes comediantes como Lucille Ball, Johnny Carson y Billy Crystal.
Acaso el único consuelo que nos queda es ser testigos del último Mundial de dos de los hombres que marcaron la pauta del fútbol en los últimos 20 años: Lionel Messi y Cristiano Ronaldo. Va a ser difícil no volverlos a ver.
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