
A lo largo de su campaña electoral, el actual presidente de los Estados Unidos, Donald Trump, solía referirse a los aranceles (‘tariffs’ en inglés) como su palabra favorita o, alternativamente, como la palabra más bonita del diccionario. Los aranceles no son otra cosa que unos impuestos que se ponen sobre las compras de productos del exterior. Existe abundante literatura académica, tanto a nivel teórico como empírico, que muestran que su utilización como herramienta de política económica genera menores niveles de consumo de los bienes gravados así como un precio más alto de dichos productos para los consumidores locales. Diversos economistas galardonados con el Premio Nobel, desde los más liberales como Milton Friedman y Gary Becker, hasta otros menos liberales como Joseph Stiglitz y Amartya Sen, concuerdan en que más allá de algún efecto positivo en la producción nacional del bien protegido en el corto plazo, sus efectos sobre el bienestar serán negativos en el largo plazo.
En 1930, dos congresistas republicanos norteamericanos (Smooth y Hawley) promovieron una ley orientada a elevar los aranceles de una serie de productos que consideraban necesarios de ser protegidos en el contexto de la gran depresión que se había iniciado un año antes. Según lo refiere Miltiades Chacholiades en su libro sobre economía internacional, el aumento de los aranceles efectivos fue del orden del 50% en promedio para artículos tan diversos como productos alimenticios hasta otros más sofisticados. Las reacciones en cadena de países como España, Canadá, Suiza, Francia, Italia, Australia y México, entre otros, generaron una guerra arancelaria generalizada que profundizó el efecto de la depresión mundial. Esta guerra terminó recién en 1934, cuando el Congreso traspasó la política comercial desde el Legislativo hacia el Poder Ejecutivo y permitió el regreso a un escenario más acorde con el libre comercio internacional.
En las últimas tres décadas, el Perú ha transitado desde una economía altamente protegida y distorsionada hacia una muy desregulada e integrada con el mundo. En 1990, existían 56 tasas arancelarias, que iban desde el 15% hasta un máximo del 108%, además de otras restricciones paraarancelarias como prohibiciones y cuotas. En la actualidad existen solamente tres tasas (0%, 6% y 11%); el 71% de las subpartidas nacionales (76% del valor de las importaciones) están sujetas a un arancel del 0%, lo que sugiere una liberalización arancelaria significativa. Entre 1990 y la actualidad, el arancel nominal promedio en el Perú se redujo desde el 66% hasta el actual 2,2% en un contexto en el que el país ha suscrito tratados de libre comercio con los principales países y bloques comerciales del mundo y de la región.
Desde que inició su segundo mandato, Donald Trump ha anunciado que subirá los aranceles a las importaciones de acero y aluminio que provengan de México y Canadá al 25%, y que impondrá también un arancel de 10% a los productos que sean de origen chino. Ha complementado esos anuncios mencionando que la política arancelaria norteamericana debería revisarse para todos los productos que provengan de países con los que los Estados Unidos mantenga un déficit comercial. En este contexto de anuncios de una escalada arancelaria que podría terminar en una guerra comercial generalizada, le toca al nuevo ministro de Economía y Finanzas, José Salardi, desarrollar una estrategia de inteligencia comercial que, a partir del monitoreo permanente de los mercados mundiales, le permita al país minimizar los impactos negativos de este potencial conflicto mundial.