A 6.090 metros sobre el nivel del mar, cuando el aire escasea y el cuerpo negocia cada latido, Elías Calderón Llacsa eligió decir quién es. En la cumbre del Huayna Potosí no levantó los brazos al azar: posó con la camiseta de Universitario de Deportes, como un Armstrong planta una bandera en la Luna. No fue un gesto folclórico, sino un acto de fidelidad. El montañista peruano llevó hasta la nieve boliviana el orgullo crema como homenaje al tricampeón de la Liga 1 —2023, 2024 y 2025—, un equipo que aprendió a ganar desde la constancia y la convicción, virtudes que también gobiernan la montaña. La ‘U’, como la altura, no se explica desde la comodidad. Se siente. Y Elías la siente así: con el pecho inflado, la historia a cuestas y la certeza de que hay amores que resisten cualquier clima, incluso a más de seis mil metros.
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Elías Calderón Llacsa volvió a mirar el mundo desde arriba. En El Comercio contamos su historia previa en esta nota. Universitario: el hincha que llevará la bandera crema a la cima del Aconcagua, a 6960,8 msnm y -40 grados de temperatura. Ahora, no desde una metáfora, sino desde un punto exacto del mapa donde el aire se vuelve escaso y el silencio pesa más que el cuerpo. A 6.090 metros sobre el nivel del mar, en la cumbre del Huayna Potosí, el montañista peruano clavó los crampones en la nieve boliviana y confirmó que su camino no se explica solo por la altura, sino por la convicción. La montaña, ubicada en la Cordillera Real y a apenas 25 kilómetros de La Paz, fue el escenario de su más reciente hazaña: dos días de expedición junto a su amigo Ángel Correa Bautista para alcanzar una cima que no perdona errores y exige respeto.
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El Huayna Potosí no es una postal complaciente. Es una montaña que seduce por su cercanía urbana y engaña por su dureza. Elías lo sabía. Por eso la preparación fue tan rigurosa como silenciosa. No hubo estridencias ni anuncios previos. Solo mochila, cuerda, disciplina y una idea clara: subir para volver distinto. El primer día fue de aproximación, de lectura del terreno, de acomodar el cuerpo a una altura que empieza a reclamar peajes físicos y mentales. El segundo, el decisivo, fue una madrugada larga, de pasos cortos y respiraciones medidas, donde cada metro ganado es una negociación con el cansancio.
A esa altura, el frío no es un dato técnico, es un adversario. El cuerpo se mueve por inercia, la mente se vuelve un refugio y la amistad se convierte en una cuerda invisible que sostiene. Ángel Correa Bautista fue más que un compañero de cordada: fue espejo, respaldo y testigo. En la montaña, la épica no se declama; se comparte. Y cuando finalmente la cumbre apareció —blanca, amplia, definitiva— Elías entendió que la victoria no estaba solo en llegar, sino en haberlo hecho fiel a su manera.
No es la primera vez que Calderón Llacsa desafía los límites. Su nombre ya había sido noticia cuando llevó la bandera de Universitario de Deportes hasta el Aconcagua, a 6.960 metros, en condiciones extremas. Aquella vez, el gesto futbolero fue también una declaración de identidad: subir con lo que uno es, con lo que ama, incluso cuando el cuerpo pide pausa. En Huayna Potosí no hubo bandera crema ondeando, pero sí el mismo espíritu: el de representar algo más grande que uno mismo.
Elías no es un montañista de ocasión ni un buscador de likes en la altura. Es un deportista que entiende la montaña como proceso, no como trofeo. Cada ascenso suma experiencia, pero también humildad. Por eso, mientras muchos celebrarían la cumbre como un punto de llegada, él ya piensa en lo que viene. Y lo que viene es tan bello como peligroso.
El reto 2026
Junio de 2026 aparece marcado en su calendario con letras grandes y cautelosas: Alpamayo. Considerada por muchos como la montaña más hermosa del mundo, es también una de las más exigentes del Perú y de Sudamérica. Su pared final, de 450 metros, obliga a escalar durante toda la noche, con un nivel de exposición que no admite distracciones. Allí no basta la fuerza física: se necesita técnica, cabeza fría y una relación honesta con el miedo. Elías lo sabe y no lo esquiva. Lo estudia.
Alpamayo no es solo un reto deportivo; es una declaración de intenciones. Subirla implica asumir riesgos reales y una logística compleja. Por eso, Calderón Llacsa ha iniciado la búsqueda de patrocinadores que le permitan sostener este proyecto a largo plazo. La montaña, como el alto rendimiento, también requiere recursos. Equipamiento, traslados, entrenamientos específicos. Elías no pide favores: ofrece una historia que se sigue escribiendo paso a paso, con coherencia y propósito.
El plan para 2026 incluye, además, otros picos nevados en el Perú y en Sudamérica. La idea es construir un circuito de ascensos que consoliden su experiencia y amplíen su registro como montañista de altura. No se trata de acumular cumbres, sino de entender cada una en su singularidad. Cada montaña tiene su lenguaje, su ritmo, su forma de exigir respeto. Elías escucha.
En tiempos donde el deporte suele medirse en medallas y cronómetros, la historia de Elías Calderón Llacsa propone otra escala. La de los metros ganados en silencio, la de las decisiones tomadas lejos del aplauso, la de la perseverancia como brújula. Huayna Potosí es, en ese sentido, una estación más en un viaje que no se detiene.
Desde la cumbre boliviana, con La Paz diminuta a lo lejos y el cielo cortado por el viento, Elías entendió que subir montañas no es huir del mundo, sino volver a él con otra mirada. Una más alta, sí, pero también más profunda.




