Domingo, Septiembre 22

Como en todas las operaciones de inteligencia efectivas, lo más relevante ha sido lo menos visible. La inserción de explosivos en artefactos de comunicaciones para luego detonarlos a distancia, cuando están en manos de los terroristas, no es una táctica nueva en el arsenal israelí. La utilizaron hace casi 30 años para neutralizar a Yahya Ayyash, un experto en explosivos de Hamas responsable de la muerte de decenas de civiles. La novedad reside en su capacidad para repetir la estratagema cientos de veces simultáneamente hasta alcanzar un efecto masivo.

Este resultado es consecuencia de innovaciones técnicas, pero sobre todo de una asombrosa operación de inteligencia que posibilitó penetrar la cadena logística que nutre a Hezbolá. Este esfuerzo –cuyas semillas se plantaron hace años para aprovechar la oportunidad creada cuando el grupo terrorista cambió sus sistemas de comunicaciones– ha demandado la combinación de varias herramientas, desde inteligencia humana para infiltrar la organización hasta inteligencia de señales y ciberoperaciones para manipular las comunicaciones. Este entramado complejo e invisible es lo más extraordinario del golpe israelí. 

La operación muestra la fortaleza de la inteligencia israelí, cuyo prestigio quedó muy dañado por su incapacidad para anticipar el masivo asalto de Hamas en octubre del 2023. Entonces, problemas que tienen mucho que ver con los sesgos ideológicos del Gabinete de Benjamin Netanyahu cegaron los ojos y oídos del Estado hebreo creando las condiciones para su peor crisis de seguridad. Casi un año después, la devastación de la estructura organizativa de Hezbolá recuerda a aliados y adversarios la ventaja israelí cuando se trata hacer inteligencia en Medio Oriente.

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