Viernes, Octubre 18

Más allá del mural pintado por un creyente en Pachacamilla en una pared de adobe, a mediados del siglo XVII, y de la leyenda de que este no colapsara luego de intensos terremotos que azotaron Lima en 1655 y 1687, la imagen del Cristo fue declarada en 1715 por el Cabildo limeño, “Patrón de la Ciudad de Lima”.

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Tres décadas después de aquello, la capital limeña soportó, el 28 de octubre de 1746, a las 10 y 30 de la noche, un terremoto devastador que destruyó Lima y el Callao, pero no el muro del Señor de los Milagros.

En esas circunstancias, tanto las autoridades municipales como los propios ciudadanos acudieron al amparo de su protector. Desde ese año, la festividad principal del “Señor de Pachacamilla” pasó a celebrarse en octubre. Ya incorporado al imaginario social, la propia figura sacra ha motivado la sensibilidad de los artistas y religiosos de esta tierra peruana.

Abundaron desde los tiempos coloniales muchos grabados del Señor, y en los primeros tiempos de la República su imagen fue consolidándose socialmente, hasta llegar a las primeras décadas del siglo XX en que los más importantes artistas plásticos como José Sabogal, Jorge Vinatea, Camilo Blas y Teodoro Núñez Ureta, le dieron vida moderna.

Incluso un artista de la vanguardia expresionista como Víctor Humareda se aventuró a pintar magníficamente en óleo una escena de la procesión completa.

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Durante el siglo XX, el Señor de los Milagros se convirtió en más que una tradición religiosa de Lima; él representó y canalizó una energía social amplia e intergeneracional, en la que la unión de los peruanos a través del culto fue un elemento clave de cohesión social. Una muestra significativa de ello fue el interés periodístico y literario en el Cristo Moreno.

Escritores tan disimiles en términos ideológicos y políticos como el iqueño Abraham Valdelomar y el moqueguano José Carlos Mariátegui construyeron en sus crónicas en la década de 1910 una imagen del entorno social y religioso que rodeaba y desbordaba la figura sacra limeña.

Ambos escritores dibujaron con sus palabras una masa en movimiento, un vaivén de creyentes heterogénea, y variada social y etnográficamente, en medio de una ciudad entre tradicional y moderna. Una prosa fina, realista y crítica al mismo tiempo.

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En un tono más popular, el Señor de los Milagros llegó a las décimas de un creador tan importante como Nicomedes Santa Cruz, quien sintetizó todas las crónicas, reportajes y ensayos en unos pocos y hermosos versos:

Paso a Nuestro Amo y Señor / andas, lienzo y candelabros. / Paso a Nuestro Salvador / el Señor de los Milagros. // La calle es un río humano / por cuyo cauce, la gente / muy acompasadamente / camina desde temprano. / “Avancen, avancen hermanos, / no estorben al cargador…”/ Grita el Capataz Mayor / que las cuadrillas comanda. / “Paso, que vienen las andas, / paso a Nuestro Amo y Señor (…)”.

En 1943, durante el primero gobierno de Manuel Prado Ugarteche, un himno al Cristo de Pachacamilla fue compuesto por P. Tarsicio Mori (letra) y P. David de Zurinaga (música), y empezaba así: ¡Señor de los Milagros! De Lima eres el Rey: / En el Perú Tú imperas, Tu amor es nuestra ley (…)”.

Sin embargo, fue en octubre de 1953 –diez años después, en los años de Manuel A. Odría– que un himno, cantado aún hoy en día, se consagró gracias al concurso que organizó la Municipalidad de Lima. El evento convocó a numerosos vecinos inspirados en el Señor de Pachacamilla.

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Fue elegido el canto más breve, rítmico y significativo, el cual resumía la fe y alegría de venerar a la imagen del Cristo Moreno. De esta forma, obtuvo el primer lugar la composición de Isabel Rodríguez Larraín. “Himno al Señor de los Milagros” es, hasta hoy, el principal cántico durante la procesión: “Señor de los Milagros / A Ti venimos en procesión/ Tus fieles devotos / A implorar tu bendición. // Faro que guía a nuestras almas / La fe, esperanza, la caridad / Tu amor divino, nos ilumine / Nos haga dignos de tu bondad (…)”.

El 28 de octubre de 1953 la banda de la Guardia Republicana, en plena procesión, la tocó por primera vez. A partir de ese año, y con más intensidad en el resto de la década de 1950, ese himno llegó a sensibilizar aún más los corazones de los cientos de miles de creyentes del Señor de los Milagros en Lima y en todo el Perú.

En los años 50, podía verse cada 8 de octubre, al mediodía, la primera salida de la imagen o “lienzo” del Señor de los Milagros (así se le decía). La figura era llevada del Monasterio de las Nazarenas a su capilla provisional en la misma avenida Tacna, bordeando la manzana de la calle. La imagen del Señor era colocada en las “Andas chicas”, por lo que daba la impresión de ser cargada medio recostada, en medio de una multitud ferviente y unida. La avenida Tacna, donde está el monasterio, ya era la avenida del Señor.

En el recorrido, los vecinos limeños, desde los balcones y ventanas, lanzaban pétalos de flores al paso del Señor, como aún hoy se hace, y ofrendaban cirios y ex votos. Era una fiesta de fe. Al llegar al ingreso de la capilla, la imagen venerada era colocada por los capataces en las “Andas de plata” con las ingresaba, concluyendo así la primera salida del año.

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En esa década, ya con su himno en las voces y los corazones de toda la masa de creyentes, la procesión hacía un alto en un lugar particular: la Penitenciaría Central de Lima, donde hoy está el hotel Sheraton y el Centro Cívico de Lima. Allí, el director del penal cargaba las andas el breve trecho que abarcaba de la llamada “Puerta colorada” a la “Puerta central”, y luego salía hasta el umbral un grupo de doce reclusos.

Tres de ellos elevaban tiernas plegarías, muy delicadas y arrepentidas al punto de conmover hasta las lágrimas a los devotos. En las andas dejaban sus flores y cirios y los encarcelados veían alejarse al Señor por la avenida Wilson hacía el Paseo Colón.

Así era el paso del Señor de Pachacamilla por las calles limeñas, décadas tras décadas. Un paso firme y amoroso. Un ritual que ha ido incrementándose con más oleadas de gente, pese a todo, pese a las crisis políticas, a los cambios sociales o a las preocupaciones económicas. El Señor de los Milagros nunca dejó sola a Lima y al Perú.

En este episodio de Cuenta la Historia, se narran detalles de la construcción de uno de los íconos arquitectónicos de Lima, el edificio del Diario El Comercio.

Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.

En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.

Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.

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