
Antes de que las amplias áreas verdes de Oxapampa reciban a miles de asistentes, la “Primera Parada” del Festival Selvámonos 2025 ofreció un adelanto especial la noche del sábado 12 de abril, cuando el Club Cultural Deportivo Lima, en Chorrillos, se convirtió en el epicentro de una celebración musical que reunió a 16 artistas en escena y brindó una experiencia inolvidable para los amantes de la música.
A la una y cuarto de la tarde, cuando el sol empezaba a hornear las veredas de Chorrillos y el viento salado del mar llegaba sin apuro hasta el club cultural, las puertas del recinto se abrieron. Un lugar que no se movía por el paso de las horas, sino por el pulso de los parlantes y los pasos de quienes llegaban con los brazos tatuados de purpurina, los lentes oscuros como antifaces y los ánimos de quedarse hasta que no quedara más que el eco.
Desde temprano, entre mantas, cervezas frías y carritos de comida, se iba preparando el ambiente para un público conformado, en su mayoría, por jóvenes. No llegaron a ver estrellas del ayer ni cantautores de bar, sino artistas que han crecido con ellos en la misma línea de tiempo digital. Lo que escuchaban en sus audífonos en las madrugadas ahora se desplegaba en escena.
“Aquí no solo el público se encuentra con sus artistas, sino que también nosotros nos reencontramos entre colegas. A mí me encanta Conociendo Rusia, estar aquí con el Ruso es increible”

Elisa Tokeshi abrió el día con un set que fue más susurro que estruendo, perfecto para que la multitud recién llegada se acomodara el alma. Le siguieron DPOS, Skillbea y Lui5, en una suerte de progresión medida que fue afinando el tono general. Para entonces, más personas comenzaban a llegar al recinto, que, con un carrusel gigante y un patio de comidas —con algunos platos de la selva—, emulaba un pequeño festival en mitad de la ciudad.
Ya cuando el sol bajaba, Silvestre y La Naranja desataron la primera fiebre colectiva. Las guitarras sonaban y los globos naranja volaban por todos lados, así como una bandera peruana que alguien recogió y estiró, para luego esbozar una sonrisa. Nicole Zignago llegó después para confirmar que sí, que hay artistas jóvenes con públicos aún más jóvenes que cantan como si se supieran todas las letras desde la cuna. Fue recibida con aplausos, con celulares elevados y con ese respeto que no se mide en trayectoria, sino en conexión inmediata.

Durante los intermedios, la marea del público se dirigía a unos metros del escenario principal, hasta llegar al Domo Electro-Selvámonos: una dimensión paralela a lo que ocurría en el evento. Dentro de esa estructura que parecía caída del espacio, cinco DJs —todas mujeres— sostenían una fiesta ininterrumpida que no pedía permiso ni hacía concesiones. M.E.R., Marle Ardito, Andrea Zapata, Romina Mazzini y Pia Van O llevaban la noche a su propio ritmo.
Tras una larga pausa y una multitud aclamando por su ingreso, Conociendo Rusia ofreció uno de los momentos más pulcros de la jornada. Era el más esperado. La precisión de sus melodías contrastaba con el caos del pogo que se formaba a su alrededor. Entre aplausos y coros, el cantante se asomó al público, subió la cerca de metal y se lanzó entre vítores y flashes de celular.

“Venir al Perú es algo divino, se siente como estar en casa. Cantan las canciones, te esperan desde el aeropuerto y hasta te aguantan cuando te lanzas sobre ellos, porque no puedes resistir ese cariño tan cálido que te dan.”
Mauricio Mesones hizo bailar a todos sin pedir permiso, lanzando chalinas como es costumbre. Y entonces quedó claro que Selvámonos no tiene un género ni una doctrina: tiene una brújula invisible que apunta hacia donde esté la energía más viva, la misma que el artista sostuvo al ritmo de temas como “Viento” o su clásico “La cumbia del amor”.
Gonzalo Genek llegó en medio de pogos, bailes improvisados y una ola de celulares que apuntaban en su dirección. YSY A, encargado de cerrar la noche, llevó el termómetro al límite. El primero con una mezcla de flow y carisma que en cualquier otro país ya estaría llenando estadios. El segundo, como representante del trap argentino, llegó para sostener los últimos momentos del evento con la misma intensidad del principio.

Desde lo alto, el evento dejaba una imagen completa: el amplio espacio de comida, la gente bailando, los escenarios, el humo que se alzaba sobre la tarima, las luces de los celulares iluminando el recinto. Era una postal de la selva sin selva, una ciudad convertida por un día en ritual.
Porque más allá del cartel, de las luces, de los géneros y de las marcas, lo que quedó fue eso: la sensación de haber estado ahí. En el lugar exacto donde la música fue más que ruido, y el futuro —al menos por unas horas— se sintió menos incierto.