Hace casi una década Sandro Venturo, sociólogo peruano, publicó un texto hasta cierto punto premonitorio. Habló de la muerte de alguien más, pero sobre todo del vacío que dejan los adioses. También, que esperaba irse antes que sus hijos. “Mi flecha ya está separada, como la de cada quien. Mientras tanto recibo con humildad la prolongación de esta contingencia”, dijo. Él falleció el domingo último, noticia recibida con pena por quienes lo conocieron en persona, pero también por los familiarizados con su trabajo intelectual.
“Hace más de 20 años me enteré de una campaña muy creativa para detener a una minera canadiense en Piura. Era una campaña que hablaba de que sin limón no hay cebiche. Me llamó mucho la atención cómo este sociólogo había empleado un símbolo de la cotidianeidad para traer a la mesa, literalmente, un problema ambiental y político”, contó a El Comercio Gustavo Rodríguez, novelista y publicista que fundó con Venturo Toronja Comunicación. Esta creatividad los acercó, los hizo socios y luego amigos.
También fue amiga suya Paola Ugaz, periodista que lo conoció en el ámbito académico cuando era estudiante de Antropología en la PUCP. Venturo por ese entonces, siempre con su bolsa de cuero cruzado sobre el pecho, y con un polo oscuro y jean ―su armadura de trabajo, de vida ―, impulsaba en su rol de sociólogo un taller de Antropología Visual; acercó, por medio de videos cortos, el trabajo académico a la gente. Eran inicios de los años 90, cuando trabajar en las profesiones de ambos en el área rural era peligroso por obra de Sendero. De ahí que los estudios se enfocaron en las ciudades. Él ayudó a procesar información difícil de manera fácil, que fundamental en las ciencias sociales.
“Nada de lo que diga podrá hacer justicia a su carisma e inteligencia, tampoco a su optimismo, esa especie tan rara en la cultura. Nadie ha sido más fácil de querer, Daniela [Rotalde]. Y por eso ahora no tengo cómo esconder esta maldita tristeza”, dijo por su parte el poeta Jerónimo Pimentel, en Facebook.
“Es un hombre muy sensato, muy pausado”, dice Ugaz, en tiempo presente. Años después de sus épocas universitarias, se volvieron a juntar, pero en torno a La Mula, proyecto periodístico donde ella fue editora. Venturo, en su rol de amigo, siempre ofrecía su sensatez al servicio de quien lo necesitara. “Era muy solidario, siempre estaba allí, muy pendiente. Es increíble que, viendo hacia atrás, conozco hace tanto tiempo a Sandro… y es eso, carpe diem (aprovechar el día), una de las lecciones que nos deja”, añadió.
En un artículo para este Diario en 2020, en plena pandemia, el sociólogo habla de esa característica tan peruana de celebrar las expectativas antes que los hechos, en valorar la promesa por sobre su cumplimiento, como la proclamación de la independencia, celebrada más que la Batalla de Ayacucho. Al final, apuntó a lo que el Perú necesita: “Una sociedad que sea tierra fértil para todo tipo de semillas. Un país donde se tejan las fortunas de todos”. Y es que Venturo era un realista de optimismo rampante.
“Él era muy consciente de las contradicciones que tenemos como país y yo aprendí mucho con él en los años que trabajamos juntos. Pero a pesar de que sabía la carga enorme que llevábamos como sociedad, no dejaba de trabajar para mejorarla al menos un poquito”, contó Rodríguez por teléfono, apenado. La última vez que ambos se vieron, se dijeron eso que a veces se pierde en el contacto del día a día: que se querían mucho. También hicieron planes.
Mientras varias mentes emigraron fuera del Perú en los años 80, Venturo está entre los que se quedaron, destacó Ugaz, a quien le gustaría que haya más Sandros. “Se quedó a pesar de todo, estuvo ayudando acá y eso creo que es un gran legado para los que vengan”.