Quizá ninguno quería serlo porque les espantó lo mal que la pasó Jorge Salas Arenas, estresado, estigmatizado, perseguido por el Congreso y acosado por La Resistencia en la puerta de su casa acusándolo de favorecer a Pedro Castillo. Nada de eso se probó, pero vaya que le fregaron la existencia.
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Roberto Burneo, en cambio, cuando lo destacaron, era sangre fresca, experto en varias áreas más no en la electoral, tímido en apariencia, sin la deformación profesional de otros a quienes les costaría más discernir qué presiones acatar y cuáles repeler.

Roberto, hablando quedito, jamás alterado, da la impresión de que pudiera proclamar a cualquier extremista de derecha o izquierda sin despeinarse.
Sin embargo, pareciera que hasta ahora más son las presiones que ha acatado que las que ha repelido.
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Le queda buen trecho para nivelar la cancha, si es ese su afán. Por ejemplo, a Martín Vizcarra, bestia negra de la mayoría congresal, el pleno del JNE le quitó la afiliación a su partido, interpretando severamente los alcances de la inhabilitación que le impuso el Congreso. Severidad gratuita, pues Vizcarra ya estaba frito por el Congreso y luego fue refrito por el Poder Judicial que lo encerró. Punto para el Congreso versus el JNE.

Acató otros pedidos, legítimos y sensatos, de partidos que se quejaban de las tachas mañosas. En buena hora, su gestión visibilizó a los buitres que presentan tachas a última hora, poniendo al partido al ras del ‘deadline’. A veces cobran para retirar la tacha, como una forma de extorsión.
Sin embargo, no dio la razón al partido Unidad Popular, excluido por los apuros de resolver una tacha de esas. Su candidato presidencial, Duberly Rodríguez, ex presidente del PJ, litigó hasta obtener dos fallos a su favor.
El JNE recurrió a una demanda competencial ante el TC, que respondió con una medida cautelar que suspendió los efectos de los fallos. Burneo tenía que establecer un precedente de firmeza ante próximas invasiones judiciales, pero quedó el sinsabor de un caso que pudo resolver evitando la exclusión. Fue su bautizo de fuego.
Y dale a la ONPE
Como muchos piuranos, Burneo estudió en la Universidad de Piura, la del Opus Dei, pero sería abusivo inferir de ello un sesgo a favor de Rafael López Aliaga, miembro de la Obra. No hay traza de tal cosa. Por el contrario, su gestión hizo correr un susto a Renovación Popular (RP) al encontrar un vacío en sus estatutos que los obligó a hacer sus primarias en la modalidad de votación abierta de la militancia.
Burneo ha oído mucho al Congreso y lo imaginamos repitiendo para sus adentros, apretando los labios, ‘que no me pase lo que a Salas Arenas, que no me pase lo que a Salas Arenas’. Ahora tendrá que mostrarse firme ante las variopintas presiones cruzadas que vengan de allí y de los partidos enemigos de los que están allí. Ha encontrado un buen ‘sparring’, la ONPE.
A raíz de las primarias de Acción Popular, donde la prensa documentó un fraude en nuestras narices, la ONPE se refugió en un tecnicismo, mientras el pleno del JNE fue drástico contra el partido y, de paso, le mandó un jalón de orejas a su socio electoral. Fue un knock out técnico. Envalentonado, pasó una semana y, ¡zas!, en otra pelea que parecía dormida, el JNE remató a la ONPE comunicando que no habrá voto digital en las elecciones generales. He dicho. Hubiera sido lo correcto y amable, hacer un comunicado conjunto, discutirlo antes, pero fue un ‘toma, sóbate’.

La ONPE había hecho múltiples anuncios de que tenía la tecnología lista a pesar de que se sabe que el voto digital no cuenta con el nivel de auditoría que sí tiene el voto presencial y que exige la sociedad escaldada por la paranoia ‘fraudista’ del 2021.
Pasaron unos días para que la ONPE dijese que por decisión propio -no porque el JNE lo dijese, ah- desistían del voto digital. La pica que habrá dado al jefe de la ONPE, Piero Corvetto, con sus dos décadas de experiencia electoral a cuestas; ser rebatido por quien todavía está aprendiendo de elecciones. Pero la ley, la constitución, las cosas de la vida y el desdén de sus pares que lo eligieron; le dieron el honor de dar el campanazo de la democracia -un ritual del JNE- y la última palabra, al ya no sé qué tan tímido Roberto.













