Domingo, Mayo 19

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Dos años antes, este Diario había publicado en sus páginas una pequeña entrevista a Hugo Diego André Zúñiga Utor, quien con solo 5 años se había certificado como técnico en reparación de computadoras. Por si fuera poco, a su corta edad ya cursaba el segundo grado de primaria, y manejaba perfectamente el inglés y el francés. De acuerdo a varios especialistas nacionales se trataba de una mente prodigiosa.

Razón no les faltaba. Además de lo ya expuesto, el pequeño Hugo poseía un coeficiente intelectual de 160. Es decir, mucho más alto que el normal superior y ni qué decir del rango promedio. No obstante, luego de brindar varias entrevistas para medios de comunicación y visitar distintos países, Hugo despareció del mapa. La última información que se tuvo de él fue que, en enero del 2000, con tan solo 10 años, seguía asistiendo a San Marcos como alumno libre, había aprendido a dominar cinco idiomas y seguía maravillando al mundo universitario mediante conferencias sobre medicina.

Tras una ardua búsqueda, El Comercio finalmente pudo ubicarlo. Han tenido que pasar 24 años para que el país vuelva a saber de él. Pero, ¿qué fue de su vida?, ¿dónde fue a parar? ¿qué le deparó el destino a aquel pequeño genio que sorprendió a propios y extraños en los años 90?

¿Qué pasó con él?

Lo primero que hay que decir es que Hugo Zúñiga pudo cumplir su sueño de chico: estudiar medicina. Es un neurólogo hecho y derecho. El más joven, a decir verdad, del Hospital Nacional Guillermo Almenara, donde conoció a Marianelly López, quien desde hace un año y medio es su esposa. Además, a sus 34 años, es considerado uno de los profesionales más destacados de la Clínica Centenario Peruano Japonesa, donde también pone al servicio de los pacientes sus destrezas en neurología.

Hugo estudió medicina y se especializó en neurología. Actualmente trabaja en el Hospital Nacional Guillermo Almenara y en la Clínica Centenario Peruano Japonesa. (Foto: Jesús Saucedo)

Con una personalidad que irradia sencillez y buena predisposición, Hugo nos recibe en su departamento de Surco. Cada rincón de su cálido hogar nos va dejando pistas de los últimos sucesos en su vida: fotografías de su boda, libros de medicina en un estante, una laptop que muestra una radiografía y una cama nueva, pequeña, de un perrito que estaría jugando por ahí.

Una vez instalados cómodamente Hugo nos empieza a narrar qué rumbo tomó y todas las experiencias vividas desde que no se supo nada más de él. Su etapa escolar transcurrió en el colegio Saco Oliveros de Lince y luego en el colegio Markham, donde fue becado y terminó la secundaria. En este último sitio forjó amistades que mantiene hasta ahora, que lejos de haberlo hecho sentir diferente, siempre lo respetaron y valoraron tal como era.

Estudiar ahí fue difícil al principio, me costó un poco pues era otro ambiente, pero logré hacer amigos que veo hasta ahora, son como una segunda familia, somos como hermanos. Nunca me hicieron sentir distinto, y es que yo no me sentía así, no me consideraba un genio. Ni siquiera era el primer o segundo puesto. No me obsesionaba ello. Solo quería jugar y que me vaya bien el colegio”, contó.

Como parte de sus estudios participó en varios concursos académicos y con 14 años fue elegido por su colegio para viajar a Australia y Estados Unidos como representante estudiantil en temas de ayuda y liderazgo. Junto con él acudieron otros estudiantes que hoy en día también son reconocidos profesionales en el área de medicina y algunas otras.

Casi en esa misma época, en el año 2004, Hugo llegó a participar en el concurso de televisión Saber y Ganar, donde los participantes debían escoger un tema y responder 10 preguntas sobre este. Con la ayuda de su padre, quien resalta que siempre ha estado a su lado dándole soporte y animándolo con sus estudios y metas, Hugo se preparó y repasó toda la vida y obra de Frédéric Chopin, su compositor favorito, y logró ganar el certamen.

Mi papá siempre fue mi motor porque él es el que pasaba más tiempo conmigo. Estuvo atrás animándome. Mi madre también”, expresó.

El sueño de ser médico

Una vez terminado el colegio, Hugo lo tenía claro: quería ser médico. Es más, su sueño era dedicarse a la neurología. Con 16 años, postuló e ingresó a la Universidad San Martín de Porres, donde tuvo 7 años de carrera. Recuerda que de mucho más joven decía que quería ser pastor, ya que hasta hoy siente mucho apego hacia la religión. Pero luego se dio cuenta que su verdadera pasión era la medicina. Su papá tuvo mucho que ver, ya que a los 5 cinco años lo llevaba a la facultad de odontología y medicina de la Universidad San Marcos, donde él estudió.

Se emitió una resolución electoral y con eso pude entrar a clases libres en la universidad. Y a manera de evaluación yo armaba con mi papá conferencias. Fueron 5 en total: biología del cráneo, anatomía básica, neuroanatomía, el aparato digestivo con las glándulas anexas y el sistema cardiovascular con circulación cerebral. Esa fue la manera de devolverle a la universidad el gran gesto de abrirme sus puertas”, rememora.

Hugo comenta que nunca se sintió presionado por sus padres al momento de elegir una carrera. Es más, ellos pensaron en un momento que su deseo era ser músico, ya que le gustaba mucho tocar el piano, y le dijeron que lo apoyarían. Pero Hugo ya tenía clara su vocación. “Me gustaba la neurología. Una de las primeras cosas que me enseñó mi papá en su carro fueron los nervios craneales. Ya en la San Martín fue como continuar mi sueño de niño. Disfruté mucho mi carrera”, afirma.

En el 2017, ingresa como residente al Hospital Guillermo Almenara de Essalud, donde estuvo hasta el 2020. de ahí, pasó por algunas clínicas tales como Vesalio, Ricardo Palma, y trabajó también para algunas entidades del Estado como el Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria (Senasa) y el Instituto Nacional de Enfermedades Neoplásicas (INEN).

Luego, en el 2021, ingresa a la Clínica Centenario Peruano-Japonesa, donde permanece hasta ahora. Y ya en el 2022, regresa al Almenara para desempeñarse como médico asistente del Servicio de Neurología. Es en este periodo donde conoce a su hoy esposa y con quien ha empezado a construir un nuevo capítulo en su vida. El más feliz. Aun no tienen hijos, pero esperan tenerlos pronto. Y es que para Hugo la felicidad completa siempre fue la familia. Sus padres cuando era pequeño y ahora Marianelly.

Tras dar una mirada retrospectiva a lo que han sido estos más de 20 años en los que se mantuvo casi en la sombra, Hugo se siete satisfecho por el camino elegido. Sostiene que de seguro algunas personas que leyeron sobre él en las páginas de El Comercio en los años 90 daban por hecho que se iría a trabajar a otro país, se convertiría en un diplomático, un conferencista mundial o que incluso llegaría a la NASA. Pero a veces la vida te lleva por otros rumbos. Y en el caso de Hugo su destino siempre fue convertirse en neurólogo.

Es una especialidad complicada, pero también gratificante cuando uno llega al diagnóstico de un territorio en el cerebro poco explorado. Al inicio incluso dudé de mi elección por lo que hablaba idiomas y me gustaba hablar en público. Pensé en que de repente podría estudiar diplomacia o algo así, pero no iba a ser feliz”, dice.

El secreto de sus padres

Casi en la etapa final de la conversación con este Diario, Hugo explica por qué no supimos nada más de él en tanto tiempo: “Siempre traté de mantener un perfil lo más bajo posible. Nunca me gustó mucho comentar el tema de mis habilidades y la repercusión que generó en su momento”, aclara.

Para Hugo los logros alcanzados en su niñez y que han dado fruto en toda su vida hasta ahora es gracias al esfuerzo y dedicación que sus padres depositaron en él. Esa ha sido la clave. “Sentía que era mérito en gran parte de mis padres por haber persistido conmigo y haberme impulsado, y mío también, claro. Pero quería hacerme un nombre por mi solo y no quería forjar cualquier tipo de sentimiento negativo en mi contra. Mi tesoro más grande hasta ahora es haber tenido unos padres maravillosos”, resalta.

Por ello, y para acabar esta entrevista muy grata, Hugo aconsejó a los papás que tienen en casa a “pequeños genios”, aprender junto con ellos, no adoctrinarlos ni obligarles a nada. Que tampoco tengan miedo de impulsarlos a ser mejores cada día, y que bajo ese propósito busquen estimularlos sin límites mediante un aprendizaje positivo.

No se rindan pensando que es algo difícil, que no es tan natural, que demanda un gran reto o que no están calificados para hacerlo. Mis papás tampoco lo estaban. Ellos estudiaron junto conmigo. Yo creo que tenerlos como compañeros de estudio y de juego, más que como profesores, fue la fortaleza principal de que yo hubiera podido llegar lejos. Estuvieron siempre al lado mío”.

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Con estas palabras Hugo selló la conversación y se despidió de El Comercio agradecido por reencontrarse con uno de los medios que mayor cobertura le brindó. Esperemos volver a saber de él muy pronto, pero ya no en 20 años, ni como aquel pequeño genio que deslumbro al Perú y el mundo, sino como el hombre que consiguió cumplir sus sueños y que es ejemplo de perseverancia y sencillez.

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