Domingo, Octubre 6

En su burbuja todo estaba invertido. No lo digo yo, está en la carpeta fiscal: la amistad es tráfico de influencias, el viaje con la ‘mamá’ Elizabeth Peralta es indicio delictivo, ‘Vaticano’ es el alias de un narco. Todos quienes conocemos un poco la TV sabemos desde hace 3 décadas que Andrés tenía fama de ligar las famas de la pantalla con las infamias de la calle. Por ejemplo, tras las revelaciones de Demetrio Chávez (a) ‘Vaticano’ en 1996, se supo que Hurtado le llevaba ‘troupés’ de artistas a Campanilla, el pueblo de San Martín donde el narco tenía su cuartel. Desde entonces lo vimos rondando a alcaldes populares y figuras mediáticas, poniendo en escena eventos para halagarlos, rondando unidades de investigación y programas periodísticos pasando información.

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Al conseguir programa propio, Hurtado se potenció y su burbuja se infló. Podemos entender lo que se le imputa con un ejemplo: así como el Caso Cuellos Blancos reveló que la academia, representada por la Universidad Telesup, fue un punto de encuentro para que jueces, autoridades electorales e integrantes del extinto CNM (hoy JNJ), planificaran el tráfico de sus influencias; en el caso de Hurtado, su set y sus reuniones de anfitrión de eventos de caridad, servían para que funcionarios con poder se codearan con ciudadanos con urgencias judiciales. Podía tratarse de mineros con lingotes de oro incautados –hace su entrada Javier Miu Lei– o un futbolista en trámite de desnacionalización para poder pertenecer a un club chino. Este fue el caso de Roberto Siucho que entró en contacto con la exjefa de Migraciones Roxana del Águila. Ella niega los cargos, pero no puede negar ni la amistad con ‘Chibolín’ ni haberse sentado, muy oronda, en el sillón dorado de los homenajeados de “Porque hoy es sábado con Andrés”.

Hubo otra clase de homenajeados que no están investigados y alegan inocencia e ingenuidad cuando se les restriegan sus fotos e imágenes con Hurtado. Argumentan que cuando estaban en campaña pensaban que les daba votos, que compareciendo en su programa llegaban al corazón del pueblo. Jajaja. Así, Rafael López Aliaga, Hernando de Soto, Norma Yarrow y muchos otros se sometieron a sus halagos y empalagos. Es probable que no pagaran de forma directa, pues el negocio de Hurtado –esta puede ser una derivación de la tesis fiscal– no estaría precisamente en la TV, sino en los contactos, clientelas y encuentros que a partir de ella fomentaba. Lo suyo no sería telebasura, sino purito lavado de activos.

Sin embargo, es pertinente indagar si las autoridades que pasaron por el sillón dorado o que luego se convirtieron en tales, han invertido fondos públicos en obras de caridad que no llegaron a su destino. López Aliaga no solo acudió en campaña, sino también como alcalde de Lima. Su partido, Renovación Popular, contrató a la empresa de José Malpartida para hacer ‘media training’ a sus cuadros y le pagó con los fondos públicos que se destinan a las organizaciones políticas para capacitar a sus cuadros. Hasta ahí, no habría nada ilícito, pero sí es chocante que algunos políticos creyeran que Hurtado dominaba las claves del carisma porque lo tenía en sí mismo y se los podía endosar si comparecían en su set.

Todo esto es muy risible si uno conoce las teorías predominantes sobre el espectáculo televisivo. El programa de Hurtado era una confluencia y actualización de formatos muy peruanos y sabatinos; por un lado, el concurso popular dominado por un animador dadivoso y batidor al estilo del “Trampolín a la fama” de Augusto Ferrando; y, por el otro, el homenaje a figuras célebres que hunde sus raíces en el “Esta es tu vida” de los comienzos de la tele pero fue revivido por Ernesto Pimentel ‘La Chola Chabuca’ con figuras, sobre todo, del cancionero popular. Hurtado retorció todo, sentó en el sillón hasta a funcionarios públicos y los hizo resolver casos caritativos. La principal emoción que un programa de esa catadura concitaba no era la solidaridad ante el desvalido o la admiración ante el donante; la gente no se ilumina con la epifanía del bien, ¡qué va!, se divierte con el simulacro que ‘Chibolín’ hacía del bien. Y ahora –el público puede ser sabio y despiadado– lo miran con una mueca sarcástica caminando desde su sillón dorado hacia Lurigancho.

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