Miércoles, Julio 3

Esa es la pregunta que surge cuando se revisa el más reciente reporte World Giving Index realizado anualmente por la CAF (Charities Aid Foundation) y en donde Perú aparece en el puesto 114 en el mundo y en el último lugar de América Latina.

Pero, ¿qué factores mide el reporte para definir el nivel de generosidad de cada país? Tres mediciones: porcentaje de la población que ayudó a un extraño, que realizó alguna donación o que participó en alguna actividad de voluntariado.

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En todas, los puntajes del Perú fueron bajos en términos de participación, colocándonos en el tercio inferior de la región en cuanto ayuda a extraños (64%) y muy por debajo en donaciones (13%) y voluntariado (18%) donde aparecemos en los últimos lugares a nivel global. No es casualidad, el año pasado fuimos los cuartos más bajos de la región.

La reflexión es si esta encuesta refleja la realidad del carácter de los peruanos cuando se trata de ser solidario o generoso. Ojo, no es un tema de riqueza porque países como Sierra Leona aparecen en el top ten mundial y otros como Japón uno de los peores en cuanto ayudar a extraños.

¿Somos pues el país donde se ayuda de manera masiva a los damnificados de un terremoto en el interior o el único país donde nos quedamos cortos en llegar a la meta más o menos modesta de una Teletón? Probablemente en algún lugar en el medio, ¿o no?

El carácter de un país, como la de una persona, no solo se muestra en ocasiones puntuales y a veces trágicas, sino en el día a día y es allí quizás donde pudiera explicarse los resultados del reporte. Nos falta incorporar el regalo de dar (tiempo, bienes, amabilidad, atención) a otros en nuestro chip.

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¿Por qué no lo incorporamos en nuestro día a día? Desde Meraki y en base a decenas de reuniones con otros actores del mundo del impacto social son tres: desconfianza, bajo perfil excesivo y oportunidad.

La desconfianza es quizá la más importante: que el caso o persona que necesite ayuda sea falsa, que la institución que solicita la ayuda no dirija los recursos donde se supone deberían, que las piezas de ropa donadas aparezcan siendo vendidas en algún mercado, etc.

Todo ello lleva resaltar la importancia de visibilizar tanto los resultados de aquellas acciones como las acciones en si (sin temor a que parezca autopromoción). Rompiéndose así ese círculo vicioso de desconfianza y potenciando el efecto contagioso de la generosidad. Meraki ayuda en ese proceso de multiplicación del bien.

Recordemos también que la generosidad es uno de los factores incluidos cuando se determina el nivel de felicidad de una persona y -en su agregado- de un país.

Para ser generoso no se requiere ser millonario, sino ser genuinamente sensible y empatizar con la realidad de otros. Ayudar a una persona ciega a cruzar una calle no cuesta sino tiempo, y recompensa con el sentimiento de hacer lo correcto.

Soy testigo de la generosidad discreta de personas, familias y empresas en nuestro país. El reto está en hacerlo masivo y parte de nuestro día a día, como un hábito de vivir y no como respuesta a un evento trágico. Si se puede, ser más felices.

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