Sábado, Abril 5

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El domingo 2 de abril se jugó en Arequipa, donde Melgar goleó a Boys (4-0); en Sullana, Municipal cayó ante el local Alianza Atlético (6-2); y en Chiclayo, Juan Aurich empató con Pesquero (1-1).

El cuarto partido fue en Lima: era el choque entre el líder del torneo Universitario de Deportes y Unión Minas, de Cerro de Pasco. Ese partido pasó a la historia no por su resultado sino por un drama, una tragedia en realidad: la muerte de un adolescente, hijo de una trabajadora de limpieza del estadio, en la propia tribuna principal del coloso de José Díaz.

La celebración de uno de los goles cremas a los 15 minutos del primer tiempo, terminó en la muerte del joven José Martín Mayta Torres (17 años). Fue la celebración más triste que se recuerde. A raíz del gol, un sujeto accionó en la tribuna de Oriente una bombarda que en vez de salir disparada verticalmente hacia el cielo, salió en forma horizontal, de frente, hacia la tribuna opuesta de Occidente.

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Justamente en ese momento, un adolescente autista caminaba por las gradas de Occidente. Al darse cuenta del gol de su equipo favorito, este se detuvo para mirar la cancha. Allí fue que la bombarda le impactó en el rostro, en el ojo izquierdo. Se convirtió de inmediato en una antorcha humana ante la impotencia de los concurrentes. Su agonía duró segundos y la desesperación de su madre Magda Torres, largas horas en esa triste tarde futbolera.

El partido fue suspendido y se reanudó dos días después para terminar los 75 minutos que faltaban jugar. Fue una victoria crema por 2 a 0. Sin público, de luto. La victoria más amarga de todas las que hemos visto hasta hoy en el fútbol peruano.

A José todos le decían ‘Pepito’. Todos lo querían, por eso su muerte fue muy sentida entre el personal del estadio. El sujeto que causó su tragedia fue buscado desde ese mismo día, pero no lo encontraron. Solo al día siguiente, este se entregó a la Policía. Ya no podía con la culpa, dijeron los diarios.

En la portada de El Comercio del 4 de abril de 2000, el mismo día que fue sepultada la víctima, se informaba que las investigaciones de la División de Homicidios de la PNP serían reservadas.

La propia Marina de Guerra del Perú fue la que dio los datos del acusado: se trataba del alférez de fragata Sergio Encinas Mederos (24 años). La Marina se comprometió además a investigar la “procedencia del artefacto pirotécnico”.

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En esa misma edición, el decano editorializó no solo condenando el hecho y exigiendo “la más severa condena penal” sino que puso de relieve otro aspecto clave: el descuido de los encargados de la seguridad del Estadio Nacional, quienes dejaron introducir en el recinto un artefacto pirotécnico tan peligroso como el que mató a ‘Pepito’.

Un testigo contó que había intentado salvar a José Mayta. Lo auxilió y, con impotencia, trató de apagar el fuego. Su nombre, Luis Vergara, un antiguo empleado de vigilancia del estadio; él no podía creer lo que estaba viendo. Abrazó a ‘Pepito’, gritó, miró al cielo, lloró a su lado, como esperando que algo, un Dios lejano viniera a salvarlo.

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Al día siguiente declaró para El Comercio: “El no merecía morir así. Pepe fue un muchacho noble, amigable, que nos contagiaba siempre esa innata alegría de sus gestos y ocurrencias… Ayer (domingo) murió en mis brazos y no pude salvarle la vida pese a que lo intenté una y otra vez”, recordó.

Su testimonio fue uno de los más duros que se haya escuchado: “Mojé mi chaqueta con agua e intenté sacar con mis manos el cartucho de su rostro, pero no podía… ¡No pude hacerlo a pesar de que me queme una y otra vez! Toda la noche no he dormido pensando en el terrible cuadro que vi”, dijo.

Para Vergara, el proyectil parecía una de esas bengalas de señalización que se usan para iluminar un área. Fue por eso que a lo lejos se veía un fogonazo en lo alto de la tribuna de Occidente. Vergara no hablaba sin pruebas, ya que vio lo que la Policía recogió minutos después del accidente: un cartucho de aluminio. Eso era lo que estaba incrustado en el ojo de la víctima.

El empleado fue testigo de cómo la gente en vez de ayudarlo se alejaba de la escena, menos una señora que le pasó una casaca o algo así para apagar el fuego. La Policía, por otra parte, solo llegó cuando la llamarada estaba consumiéndose junto con la vida misma de ‘Pepito’ Mayta.

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El proceso a Encinas, según información de El Comercio, se desarrolló en los días siguientes del mismo mes de abril. En la etapa oral de la investigación, el acusado se concentró en atenuar su culpa, involucrando a un par de barristas de la ‘U’ a los que acusó de haberle entregado a él la bombarda.

La jueza María Vidal, del Trigésimo Segundo Juzgado Penal de Lima, lo escuchaba en el interior del Penal para Presos Primarios de Lima (antes San Jorge). Allí lo habían internado a Encinas mientras duraba el proceso penal. Los barristas inculpados, integrantes de la denominada Barra Brava de la ‘U‘, con mandato de detención, permanecieron en la clandestinidad. Por esos días iniciales de la investigación, la versión de Encinas insistía en que esas bombardas fueron ingresadas al estadio por la puerta de acceso de los dirigentes, donde no había vigilancia especial.

Para fines de octubre del 2000, ya todo estaba claro en la mente del fiscal Tomás Aladino Gálvez, quien había pedido 7 años de prisión efectiva para el acusado principal y los barristas cremas. Sin embargo, la legislación contra la violencia en los espectáculos deportivos que se mantenía hasta entonces no era lo suficientemente drástica. Era muy probable que Encinas no fuera a prisión efectiva.

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Ello a pesar de que la Marina de Guerra del Perú había averiguado que el artefacto que mató a Mayta no era una bombarda o bengala cualquiera; era un cohete de fabricación alemana, de uso militar y había sido sustraído de un depósito de desechos de la institución. Se determinó, incluso, que Encinas había ingresado “en el estadio por una puerta exclusiva para invitados especiales y directivos, con controles menos estrictos”, aseguró El Comercio.

El acusado principal salió bien librado de una pena mayor, pues recibió una condena de dos años de prisión, incrementada en 50% por la ley de seguridad deportiva. No pasó ese tiempo en la cárcel, por supuesto, porque el sistema judicial peruano permitía la libertad condicional a los condenados hasta con cuatro años de cárcel. Solo fueron tres años de prisión suspendida. A los pocos meses, Encinas salió libre.

En los meses siguientes del 2000, la Policía, los dirigentes deportivos y la prensa en general hicieron hincapié en tener mucho cuidado con el ingreso de los hinchas, especialmente de las barras bravas. Nadie quería tener otra víctima de la insania deportiva como lo fue ‘Pepito’ Mayta.

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