Sábado, Enero 11

“Pasaba que ‘casi llega Gardel a Lima’, pero nunca llegó. ‘Casi viene Caruso’, pero nunca llegó. Las grandísimas figuras no terminaban de llegar. En este caso, llegó Pavarotti”, contó a El Comercio Miguel Molinari, representante de la Gerencia de Cultura de la Municipalidad de Lima. El show fue la cumbre de las coordinaciones hechas por el tenor peruano Luis Alva, amigo del italiano más internacional.

Pavarotti llegó al Perú el sábado 7 de enero de dicho año, a bordo de su avión privado, con una comitiva de 16 personas. El domingo vio una carrera de caballos y participó como jurado en un concurso de canto lírico, donde escuchó cantar a Juan Diego Flórez y Francesco Petrozzi (no compitieron, su participación fue especial). El lunes comió chifa, el martes, en la cena especial a la que fueron mil invitados, volvió a pedir chifa (dijo Alva a El Comercio en su momento). Hasta que llegó el día del show. Su concierto tuvo lugar el miércoles 11 de enero en el Jockey Club del Perú. En ese trajín conoció a un peruano sin el cual no se puede contar la historia de sus últimos años de vida. Se trata de Edwin Tinoco, quien entonces tenía 27 años y era el responsable del servicio de habitaciones en el Hotel Las Américas, donde el tenor se hospedó. Desde ese momento, la vida de ambos no volvió a ser la misma.

De Italia con amor

“Cuando vino el maestro me asignaron el servicio personal y ahí fue donde lo conocí. Luego, al segundo día que nos conocimos, me invitó a unirme a su grupo de trabajo. En realidad fueron solamente cinco minutos los que tuve para decidir, y así fue. Y esos cinco minutos, pues, cambiaron mi vida totalmente”, contó Tinoco en entrevista con El Comercio hace unos días. Si el mayor tenor del mundo te invita a su círculo, aceptas o aceptas. Pero, ¿qué motivó a Pavarotti a ofrecerle, justo a este peruano, el honor de ser su asistente personal?.

“Creo que mi disponibilidad lo hizo decidirse. Luego, con el pasar del tiempo y en muchas entrevistas, lo recalcó y lo dijo: mi afán de no tirarme atrás para nada, o sea yo hacía lo que me pedía. Yo me adaptaba a todo, no me creaba problemas en nada”, dijo. En Tinoco, Pavarotti encontró un asistente y un cómplice, pero también a un amigo.

“Él conocía mucho la cultura peruana. Cada vez que volvía al Perú tenía que regresar con un par de botellas de pisco, porque le encantaba el pisco sour, y yo se los preparaba en casa. Él no era mucho de licor fuerte, como decimos nosotros ‘trago corto’, pero el pisco sour lo adoraba. Yo no soy muy buen cocinero, pero de vez en cuando le hacía su papita a la huancaína y esas cosas le encantaban”, agregó Tinoco.

El pisco tuvo un impacto profundo en el tenor. Luis Alva lo contó así a este Diario en 1995: “Después del concierto, se tomó ocho pisco sour, al punto que Tibor Rudas [su agente] no le permitió uno más”.

Pavarotti le cambió la vida a Tinoco. No solo le dio trabajo y, al morir, le dejó una herencia (según el diario El País de España, 500 mil dólares y 500 de sus corbatas). También le hizo ganar un entendimiento mayor de la música lírica. Ahora Tinoco es mánager de cantantes líricos; su esposa es una soprano, y él mismo colabora con el Rossini Opera Festival. Y claro, el recuerdo del tenor lo acompañará siempre. “Mirándonos a los ojos, nos entendíamos”.

A continuación, la entrevista completa con Edwin Tinoco:

― ¿Cómo conociste exactamente a Luciano Pavarotti?

Yo trabajaba en el Hotel Las Américas en Lima, era el responsable del servicio de habitaciones. Cuando vino el maestro me asignaron el servicio personal y ahí fue donde lo conocí. Luego, al segundo día que nos conocimos, me invitó para unirme a su grupo de trabajo y en realidad fueron solamente cinco minutos para decidir y así fue. Y esos cinco minutos, pues, cambiaron mi vida totalmente.

― ¿Qué edad tenías cuando conociste Pavarotti?

Yo tenía casi 27 años.

―Estabas en una edad en la que podías tomar esa decisión.

Sí. Y además estamos hablando del 95, donde la situación no es la que vivimos hoy, que parece ser mejor a la de esos tiempos.

―¿Qué crees que Pavarotti vio en ti para que te proponga ser su asistente? Porque fue de un momento a otro. ¿Qué cosa lo llevó a decidirse?

Creo que lo que le hizo decidirse fue mi disponibilidad. Luego, con el pasar del tiempo y en muchas entrevistas, lo recalcó y lo dijo: mi afán de no tirarme atrás para nada, o sea yo hacía lo que me pedía. Yo me adaptaba a todo, no me creaba problemas en nada. Entonces la disponibilidad, el carisma, eso creo.

―Desde el momento en que aceptaste trabajar para él hasta que tomaste el avión para darle el encuentro, deben haber pasado muchas cosas por tu cabeza. Esa debe haber sido la semana en la cual te hacías más preguntas sobre tu vida, te cuestionabas todo.

Sí, es verdad. Yo no soy muy supersticioso, ni tampoco creo en ciertas coincidencias, pero durante esa semana no se iba de mi nariz su perfume, y el perfume de las cremas que él usaba para sus masajes. Y yo decía, “¿pero qué pasa?” Me bañaba, me cambiaba y todo, pero ese perfume seguía en mí hasta el domingo que llamó al hotel y me dijo que ya tenía todo listo. La cita era para encontrarnos en Miami después de dos semanas y él no esperó las dos semanas, se anticipó y me envió los tickets para encontrarnos en Río de Janeiro.

―¿Qué fue lo mejor de trabajar con Pavarotti?

Aparte de una experiencia maravillosa, fue el aprender una nueva profesión en la que me sigo desenvolviendo hoy. Soy asesor artístico, mánager de cantantes líricos, tuve mi compañía de ópera un tiempo (ya no); mi esposa es una cantante lírica, una soprano, yo sigo su carrera y colaboro con muchos cantantes líricos. Colaboro con el Rossini Opera Festival aquí en Pésaro, donde yo vivo. Me cambió el mundo.

―Ganaste una apreciación distinta sobre la música lírica.

Exacto, sí. ¿Sabes? De escuchar rock, cumbia, salsa, huaynos cajamarquinos, a la música lírica clásica, pues es un cambio radical, ¿no?

―Una vez tú dijiste que Pavarotti era como un sol, que todo lo iluminaba con su personalidad. ¿Dirías que ese carisma, aparte de su voz, fue parte del por qué tuvo tanto éxito?

Definitivamente, sí. Aparte que era una persona real, una persona solar, un sol que brillaba, una persona muy campechana. Nunca se le salió lo provinciano que fue, nacido en Módena, una ciudad muy bonita. Y sí, yo creo que eso fue una parte fundamental de su éxito, claro. Aparte de la voz magistral y maravillosa que tenía.

―Recuerdo que era bien apegado a su papá.

Amaba a sus papás. Adoraba a su padre, que era también un cantante lírico amateur, un tenor con una voz maravillosa. Pavarotti decía siempre que la voz del papá era mucho mejor que la suya.

― Y años después ustedes se conocieran, ¿llegaron a reflexionar sobre cómo se conocieron? Porque es bien inusual conocer a una persona y contratarla con tanta rapidez.

Durante el tiempo que trabajé para él, no. Al final de su existencia, ya en su lecho de muerte, sí. Me dijo que me convertí para él en el hijo que nunca tuvo y que en cierta manera me lo había tenido escondido, si se puede decir, para que no se me subieran los humos, como decimos nosotros vulgarmente. Nunca hubo una relación de jefe a empleado, nos convertimos inmediatamente en muy buenos amigos. Yo creo que fui uno de sus mejores amigos como él lo fue para mí. Había una amistad increíble, una complicidad que, mirándonos a los ojos, nos entendíamos.

― ¿Y recordaba él el tiempo, brevísimo, que pasó en Perú?

Sí, claro, seguro que sí. Él conocía mucho la cultura peruana, muchísimo. Es más, yo cada vez que iba a Perú tenía que regresar con un par de botellas de pisco, porque le encantaba el pisco sour, y le hacía los pisco sour en casa. Él no era mucho de licor fuerte, como decimos nosotros ‘trago corto’, pero el pisco sour lo adoraba. Yo no soy muy buen cocinero, pero de vez en cuando le hacía su papita a la huancaína y esas cosas le encantaban.

Recuerdo que el tenor peruano Luis Alva, que hizo la gestión para que Pavarotti cante en Perú, dijo en una entrevista que Pavarotti se quedó enamorado del chifa.

Justo a mí me pedía mucho el arroz chaufa, le encantaba.

―Tú lo acompañaste por años hasta su muerte en 2007. ¿Cómo fue su último año de vida?

Muy tranquilo en realidad. Él tomó la enfermedad con mucha tranquilidad. Él no sufría de dolores ni nada por el estilo, inclusive la quimioterapia nunca le causó problemas particulares como caída de cabello o de barba. Le causaba obviamente mucha debilidad, porque eran dosis muy fuertes, pero el año fue muy sereno. Se fue muy tranquilo, con mucha paz.

― ¿Hay planes para lanzar tu libro en español? [”Pavarotti y yo”, 2017] Hasta donde sé solo ha sido editado en italiano y japonés.

Planes hay, pero voy a ser muy honesto contigo: en español yo no creo que nadie lo quiera. No sé si la historia interese o no. Hubo acercamientos con casas editoriales tanto en Madrid como en México, pero al final no se concretó nada. En italiano ha tenido una acogida muy muy buena. En Japón también.

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