Políticamente, el 2024 no es un año para el olvido, sino uno para no olvidar. Ha sido un período magro e insípido caracterizado por la indolencia, la desidia y la frivolidad de nuestras autoridades.
Si algo estamos haciendo sostenidamente mal desde el 2021 es corroer lo poco que teníamos de institucionalidad. No es que antes estábamos bien, solo que ahora estamos peor.
No teníamos un gran Tribunal Constitucional, pero al menos había algunos magistrados respetables en el ámbito académico. Ahora los tribunos parecen tener el mismo nivel, promedio, que un congresista (con todo lo que eso significa). Tampoco teníamos una gran Defensoría del Pueblo, pero se mantenía la institucionalidad en sus áreas y muchas líneas de carrera forjadas por años. Ahora, la preside el exabogado de un prófugo que se presta al “juego” político y se han perdido los “cuadros” que había en la institución.
Si pasamos a entidades del Ejecutivo, el nivel también ha bajado sustancialmente y eso se siente en sus decisiones y tiempos. El MEF, el Indecopi y la Sunat, por citar solo algunos ejemplos, no son ni la sombra de lo que fueron.
La corrosión es un proceso que destruye lentamente y que se va haciendo visible en el tiempo. Los rezagos de este período de gobierno ya los vemos hoy, pero tendrán mucha más luz en el futuro.
Algunos señalan que la ciudadanía es cómplice de esta situación. Que, de alguna manera, ha permitido que lleguemos a este punto, pues se ha mantenido indiferente ante tantos actos pro impunidad y antiinstitucionalidad de nuestros políticos.
Los peruanos somos ‘culpables’ de haber elegido muy mal en el 2021, pero no de todo lo que ha pasado después. Luego de la pandemia, la ciudadanía está enfocada más que nunca en sobrevivir y en salir de la pobreza. El crecimiento del 3% para este año o la estabilidad macroeconómica poco le importan a la familia que no tiene con qué preparar el menú para sus hijos y los S/10 que dice la presidenta no se acercan en nada al presupuesto.
Casi nadie siente que la política puede ayudar a resolver algún problema. Al contrario, sirve para agrandarlos o para que algunos pocos se repartan la torta del poder y el dinero.
La apatía y desesperanza se traduce también en la ausencia de referentes positivos. Según la encuesta El Comercio-Datum publicada ayer en estas páginas, el 48% de los peruanos califica a “nadie” como el personaje positivo del 2024. Si bien hay muchos políticos en la lista, que “nadie” sea el personaje positivo y que la presidenta Boluarte sea el negativo (con el 56%) nos dice que la cosa pinta mal.
Nadie logra conectar con la ciudadanía y eso debe preocuparnos de cara a un proceso electoral. Son los extremos los que pueden beneficiarse de esto. En lugar de empatizar con la idea de esperanza por un cambio, lo harán con la indignación y sanción al rival. No creo que vender esperanza implique soluciones, pero, como están las cosas, hay un espacio ahí que puede ser explotado. La idea de salir de esta apatía con un mensaje positivo no debería ser vista como una estupidez.