“Yo nunca pensé que llegaría tan lejos”, dice Luis Ángel Pinasco con la serenidad del que ha recorrido un camino largo y fecundo. Tiene 84 años y en esa voz que marcó a varias generaciones aún conserva la energía del joven que, a los 17 años, debutó como locutor en Radio Loreto, en Iquitos. Esa voz que aprendió a acompañar, a narrar y a emocionar. Que hizo de la radio su escuela, su hogar y su trampolín a todo lo demás.
Han pasado 68 años desde aquel programa juvenil, “La discoteca sudamericana”, que conducía mientras cumplía con sus tareas escolares y ayudaba en el negocio familiar. Desde entonces, la radio nunca se apartó de su vida.
“Fue el inicio de todo. Si no hubiera empezado ahí, no habría hecho nada de lo que vino después”, recuerda. Por eso, cuando se le pregunta si cree que la radio tiene futuro, no duda: “Va a seguir viva eternamente”.
Pinasco Riess participó en el Café Dominical de El Comercio, en la Feria Internacional del Libro de Lima (FIL Lima), donde protagonizó un conversatorio sobre las memorias de la radio peruana a propósito de su centenario. Lo que empezó como una charla se transformó en una clase magistral, un viaje sonoro y un ejercicio de memoria colectiva.
Con humor y lucidez, repasó episodios de su trayectoria, que no es solo suya, sino parte del ADN del entretenimiento peruano: desde sus días en Radio Miraflores, Radio América y Radio Sol, hasta convertirse en figura central de la televisión, la publicidad, el doblaje y el teatro.
Durante una hora, compartió recuerdos entrañables: de sus años junto al inolvidable Pocho Rospigliosi —“lo querían en toda Sudamérica”—, de las veces en que asumía el lugar de Kiko Ledgard o Pablo de Madalengoitia en la televisión, y de su etapa más reciente en la radio con “Pinascoteca”. Evocó también los días en que cubría a su hijo Bruno al aire: “Me dejaba los discos listos; yo solo tenía que locutar y hacer amena la jornada”, recordó.
Voces del futuro
Aunque muchos defienden que la voz humana es irreemplazable, Luis Ángel Pinasco opina lo contrario. Cree que la inteligencia artificial ya es capaz no solo de imitar una voz, sino de capturar su esencia.
“No solo la reemplazan, también captan el sentir. Basta con que tengan una muestra tuya y pueden replicar el tono, la modulación, la pronunciación, todo”, asegura. Lo comprobó cuando su hijo Bruno le envió un fragmento de una antigua película: “Habían usado mi voz con la misma tonalidad, y yo ni siquiera recordaba haberla grabado”.
En su memoria, hay un lugar especial para las canciones de Polo Campos, para la música de Edith Barr, para los programas deportivos de antaño y para esa época en que una voz podía cambiar el día —o la vida— de alguien.
“Durante los apagones en los años duros, la radio era lo único que tenías. Esa voz que te acompañaba. Sin la radio nos hubiésemos desesperado, no hubiésemos sabido qué hacer. Es la mejor compañía que puede haber”, aseguró.

El público de la FIL lo escuchó entre sonrisas y nostalgia. Pinasco no habla solo de radio; habla del Perú, de sus pasiones, de lo que fuimos y seguimos siendo. Su legado no está solo en las ondas, sino en el afecto de quienes lo han escuchado durante décadas. Y aunque se niegue a reconocerse como leyenda, lo es.













