viernes, diciembre 26

Hubo un momento, no hace mucho, en el que el bailarín peruano Patricio Quiñones creyó que su historia con el baile estaba llegando al final. Pensó que el tiempo —implacable— ya le estaba marcando la salida. Pensó en retirarse. En parar y buscar otra vida. Pero la música, esa que nunca lo soltó, volvió a llamarlo.

Este 2025 lo encontró en la otra orilla: aviones en lugar de despedidas, giras en lugar de silencios. Dos de ellas junto a Daddy Yankee y Manuel Turizo, confirmando que el baile no se mide por la edad, sino por la persistencia y el talento.

A los 27 años, cuando atravesaba una de las mejores etapas de su carrera en el Perú y estaba en el centro de la atención mediática tras su romance con Milett Figueroa, Patricio migró a Estados Unidos para buscar nuevas oportunidades y apostar por su camino como bailarín.

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Yo quería bailar. En el Perú se puede vivir del baile, pero no siempre como bailarín; la industria no te sostiene tanto tiempo. La oportunidad llegó con los Juegos Panamericanos, cuando bailé en el show de Luis Fonsi. El coreógrafo me invitó luego a un show en Puerto Rico y fue ahí donde realmente se dio el salto: viajé a Estados Unidos por ese trabajo, ya con la idea clara de quedarme, porque llevaba tiempo yendo y viniendo, tomando clases y averiguando cómo poder ser legal allá”, cuenta Quiñones.

En el país de Donald Trump, el camino estuvo lejos de ser sencillo para el artista peruano de 32 años. El reconocimiento que hoy alcanza llegó acompañado de lesiones, pausas forzadas, inestabilidad económica y momentos límites, especialmente durante la pandemia.

Creo mucho en la fe. Estuve a punto de decir ‘me regreso’, y justo apareció una oportunidad, y la tomé. Me pasó estar meses lesionado sin poder moverme, perdí mucho trabajo, tuve una operación y estuve un mes en cama, todo en el mismo año. En Miami no puedes parar: alquiler, seguro, carro… si no trabajas, se te va todo. En la pandemia lloraba con mi mamá por teléfono y ella me decía ‘ven, acá te apoyamos’, pero yo le decía ‘no me voy a regresar, mi sueño está acá’”, recuerda.

El otro escenario

Girar con grandes figuras de la música internacional no es sinónimo de comodidad ni de glamour. Ser bailarín en ese circuito — cuenta Patricio —, implica resistencia física y disciplina mental.

Las giras son maratones: noches que terminan pasada la medianoche, desmontajes interminables, viajes de ocho horas para volver a subir al escenario el mismo día. No se duerme bien, no comes bien, te lesionas, pero igual tienes que trabajar”, resume.

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La recompensa llega cuando se encienden las luces. “Puedes estar cansado o sin ganas, pero cuando empieza el show se va todo”, asegura. La adrenalina borra el agotamiento y convierte el cansancio en impulso. Esa energía, advierte, también puede desorientar: “Es muy adictiva. Por eso hay que tener una cabeza fuerte, saber que hay un personaje en el escenario y otro afuera. Si no, te puedes volver loco”.

A ese desgaste se suman los prejuicios. Patricio tuvo que romper estigmas que todavía persiguen a los bailarines: la idea de que no es una carrera “seria”, que no da para vivir o que la orientación sexual define el oficio.

Como si ser bailarín fuera sinónimo de ser homosexual. Yo no lo soy, pero conozco muchos que sí, y además de la presión social, tienen que enfrentarse a gente que les dice que eso está mal”, señala.

Y, aun así, hay momentos que justifican todo, como el que vivió en el 2022, en Lima, la noche en que Daddy Yankee se presentó en Perú y formó parte del staff de bailarines.

Fue la experiencia más grande de mi vida, tanto en lo profesional como en lo emocional. Cuando, por indicación de Daddy Yankee, saqué la bandera peruana en pleno concierto, el estadio quedó en silencio y luego empezaron a corear mi nombre. Mis padres estaban ahí, mirándome con orgullo. De niño soñaba con ser futbolista, con meter el gol de la victoria; ese día sentí algo muy parecido”, reconoce.

Capítulo cerrado

El romance con Milett Figueroa forma parte de su historia, pero no de sus cuentas pendientes. Patricio lo recuerda como una etapa de aprendizaje, sin rencor ni nostalgia.

Fue hace siete años y, de alguna manera, me preparó para todo lo que vino después. Estar al lado de una figura tan conocida me dio exposición. Fue una relación de jóvenes, de la que aprendí mucho y que no recuerdo con ningún rencor. Sé que para algunos seguiré siendo ‘el que estuvo con ella’, pero no me molesta, porque también sé que otros ya me reconocen por mi trabajo”, advierte.

Hoy está solo. Hace pocos meses terminó una relación porque las agendas y los ritmos no coincidían. Y, sin embargo, no se siente en pausa. “Tengo ganas de ser una estrella”, dice sin rodeos. “Quiero brillar y ser reconocido por lo que hago arriba del escenario”, remarca.

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