Viernes, Marzo 21

Durante el primer trimestre de este año, diversos indicadores muestran que la economía mantiene un desempeño positivo. En enero, el PBI creció 4,1%, la creación de empleo formal del sector privado sigue creciendo a un ritmo interanual superior al 6% y la confianza empresarial se consolida en zona de optimismo y registra su mejor nivel desde abril de 2019. En este contexto, y a pesar del entorno de incertidumbre global, las previsiones de crecimiento económico para la economía peruana en 2025 se están revisado alza, hacia niveles algo por encima de 3%. En comparativa, estas perspectivas de crecimiento son buenas con respecto a lo que se anticipa para otras economías de la región.

¿Un crecimiento ligeramente superior al 3% es suficiente? Valgan verdades, la comparación con respecto a otros países de América Latina no es muy exigente: la región no es el mejor barrio dentro del mundo emergente. El Fondo Monetario proyecta que la Latam crecerá este año 2,5%, cifra que no brilla al compararla con el 5,1% que la misma institución anticipa para el crecimiento para el conjunto de países del Asia Emergente. Un contraste mayor se observa al recordar la cifra de crecimiento promedio anual de la economía peruana entre 2002 y 2013: 6,2%. A este ritmo, el ingreso per cápita (o si se prefiere, el poder de compra de un peruano promedio) se duplica cada 13 años. Con perspectivas de crecimiento de 3%, tardará 35 años. Asimismo, con un crecimiento anual mediocre como el que se anticipa para los próximos años, la pobreza demorará mucho en descender hasta los niveles pre-pandemia (o incluso más) y las expectativas de mejora de muchos peruanos, así como el objetivo de contar con mejor servicio públicos, podrían quedar frustradas.

Es cierto que el gran lastre sobre las posibilidades de crecimiento de la economía peruana es la debilidad institucional y la inseguridad. Atacar estos problemas parece hoy una tarea imposible de acometer debido a que los incentivos de quienes deberían implementar las posibles soluciones no están alineados. Pero, aun así, es posible acelerar el crecimiento, la creación de empleo y la reducción de la pobreza; es decir, aumentar el bienestar de todos.

¿Cómo? Una primera línea de acción es recuperar el dinamismo de la inversión privada que se registró en los casi 20 años previos a la pandemia. Entre 2002 y 2019, la inversión privada creció a un ritmo promedio anual de 7,9%. Hoy, las perspectivas de crecimiento para esta variable están alrededor de 3%. Si recuperamos esos casi 5 puntos porcentuales, la economía podría estar creciendo entre 4,0 y 4,5%. Esto requiere fijar una agenda mínima de consenso social y político para mejorar el clima para los negocios, reducir la tramitología que ahoga los emprendimientos y dar predictibilidad y estabilidad. Además, existen oportunidades en sectores con potencial de mayor desarrollo: minería, turismo y agroindustria. Aprovechar estas actividades, las dos últimas intensivas en mano de obra, necesitará de una infraestructura adecuada. Finalmente, aun contaremos por algunos años más con el dividendo demográfico: una población joven y activa que demanda servicios de educación, salud, vivienda, etc.

No caigamos en la autocomplacencia de ser el “mejor del barrio” y aspiremos a más.

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