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Las tradiciones navideñas atravesaron siglos y se asentaron en el Perú con una identidad propia. La celebración del 25 de diciembre, fijada definitivamente por la Iglesia en el siglo IV, se convirtió con los años en una fecha central del calendario cristiano y, en nuestro país, en la más entrañable del año.
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La “Pascua de Navidad” –nombre de la festividad que se usó con frecuencia y normalidad hasta los años 50– fue, esencialmente, una celebración espiritual. El nacimiento del Niño Jesús se recordaba con recogimiento, como un acontecimiento que convocaba al silencio, a la oración y a la reunión familiar.
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Esa solemnidad se prolongaba hasta la medianoche del día 24, cuando la Nochebuena abría el espacio para la espera compartida en familia o entre amigos.
NAVIDAD: LA NOCHE SAGRADA
La misa de gallo ocupaba el centro de la escena. Celebrada a las doce en punto, reunía a barrios enteros que caminaban hacia los templos guiados por campanas y por una fe heredada. Era un acto colectivo que marcaba el inicio simbólico del día más importante del año.

Al salir de la iglesia, el saludo era obligatorio. No solo entre parientes, sino entre vecinos, conocidos y hasta desconocidos. La Navidad se confirmaba en ese gesto sencillo, repetido una y otra vez bajo el cielo limeño o en las provincias del país.
La celebración continuaba en casa. Las puertas se abrían para recibir a la familia y, a veces, a quien llegara sin anuncio. La mesa era austera, pero abundante en un sentido simbólico: algo de lechón, un poco de gallina, ensaladas, dulces hechos en casa.
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El chocolate caliente y el bizcocho de frutas secas cerraban la noche, mientras el Nacimiento presidía la sala como recordatorio del motivo esencial de la reunión.

NAVIDAD: EL NIÑO Y LOS REGALOS
Antes de que Papá Noel se volviera omnipresente (desde fines de los años 50), los regalos tenían otros nombres. En Lima y en muchas ciudades, se hablaba de aguinaldos; en el interior del país, era el Niño Manuelito quien dejaba los presentes, casi siempre modestos, pero esperados con ilusión.
Los Nacimientos eran el corazón visual de la reunión navideña. Desde la época colonial, los pesebres ocuparon un lugar central en los hogares, una tradición que se remontaba a San Francisco de Asís y a su deseo de explicar el misterio cristiano con imágenes sencillas.
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Cada figura tenía un lugar y un significado. El armado del Nacimiento no era un trámite decorativo, sino un acto que involucraba a toda la familia y que se repetía, año tras año, con pequeñas variaciones.
Alrededor del pesebre se rezaba, se cantaba y se conversaba. Era, en muchos sentidos, el primer espacio donde la Navidad tomaba forma concreta.
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NAVIDAD: LA CIUDAD QUE SE DETIENE
En la Lima de la primera mitad del siglo XX, la Pascua de Navidad, imponía una pausa urbana. Los mercados cerraban temprano, el transporte reducía su ritmo y la ciudad parecía aceptar, sin resistencia, la tregua de la fecha.

Las crónicas periodísticas de la época registraron ese clima contenido, donde el orden público se mantenía y la celebración no derivaba en desbordes. La Navidad suavizaba la vida cotidiana sin interrumpirla del todo.
Incluso en los centros hospitalarios y cuarteles militares, la festividad pascual se hacía presente con misas discretas y saludos breves. Nadie quedaba completamente al margen de la Pascua.
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Lima, por ejemplo, era una ciudad que todavía podía reconocerse en lo pequeño, en la ceremonia íntima antes que en el espectáculo.

NAVIDAD: TARJETAS Y DISTANCIAS
Con el crecimiento urbano y la dispersión de las familias, el saludo presencial comenzó a complementarse con el correo postal. Las delicadas y hermosas tarjetas navideñas se convirtieron en mensajeras de afecto a corta y larga distancia.
Aunque su origen se remontaba a Europa, en el Perú las postales encontraron terreno fértil. No solo deseaban “Feliz Navidad” sino también un “Próspero Año Nuevo”, condensando en una sola imagen los anhelos de fin de año.
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El envío de tarjetas navideñas de este tipo era un proceso, casi un ritual: se elegían con cuidado de un abanico de posibilidades, y se escribían a mano, de todas formas, como una extensión del saludo que no podía darse en persona.

Cada sobre, también decorado, llevaba algo más que un mensaje de cordialidad: llevaba tiempo y dedicación, pues era toda una gestión el envío, pues deparaba algunas horas del día, desde buscar la tarjeta ideal hasta dejarla en manos del empleado del Correo Central de Lima.
NAVIDAD: LA TRANSFORMACIÓN
A partir de la década de 1950, y ya definitivamente en la década de 1960, la Nochebuena cambió. Las grandes casas comerciales, las vitrinas iluminadas y la llegada masiva de nuevas costumbres fueron desplazando lentamente el tono austero de antaño.
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La figura de Papá Noel, aunque someramente mencionada en el diario en los años 30, provocaba que los niños de los años 50 le escribieran cartas que El Comercio publicaba; este personaje así como el panetón comercial en caja (luego en bolsa) y el pavo en las mesas de las clases medias (el pollo era el recurso más popular) ganaron espacio en el imaginario colectivo de mediados del siglo XX.

Así, la celebración navideña empezó a ocupar el espacio público, a hacerse más visible y más ruidosa. Las ciudades ya no se detenían del todo. Ni hablar del recogimiento de hacía solo unas décadas atrás. Como todo ser vivo y moderno, la Navidad empezó a festejarse en movimiento, entre las luces, las compras de último minuto y un tránsito intenso.
Sin embargo, bajo esas transformaciones radicales, que iban entre lo comercial y social, persistía aún el núcleo esencial: la reunión, la espera, la memoria compartida.
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NAVIDAD: MEMORIA DE DICIEMBRE
La Pascua de Navidad y la Nochebuena del Perú de antaño fueron mucho más que fechas religiosas. Se convirtieron un modo de estar juntos, de reconocerse en la fe y en la costumbre.

Hoy, al mirar atrás, esas celebraciones navideñas aparecen como un espejo del país que fuimos: algo más lento, pero a la vez más cercano, más ritual.
Entre la misa de gallo y el chocolate espeso, entre el Nacimiento y la tarjeta navideña escrita a mano, los peruanos aprendimos a celebrar esta fecha, que se convirtió en toda una forma del sentimiento, la cual aún resiste en la memoria colectiva. ¡Feliz Navidad 2025!














