Varias columnas de opinión en las últimas semanas han destacado cómo los peruanos han hecho un gran esfuerzo este 2024. Esfuerzo de millones de ciudadanos que dan cuenta de que aquí nadie se rinde. Esfuerzos de cada individuo que, sumados a buenas condiciones internacionales, han hecho que cerremos el año con crecimiento positivo e inflación controlada que deberían permitirnos ver un horizonte mejor.
A pesar de ello, el 69% de los peruanos, siete de cada 10, piensan que el 2024 fue un mal año para el Perú (solo el 2% cree que fue un buen año), según una encuesta de Datum publicada en este Diario el domingo pasado. Estamos cansados, decepcionados de cómo se viene manejando el país y pesimistas.
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El desgobierno, los abusos de poder, el deterioro en los servicios públicos, la inseguridad, la corrupción, el crecimiento de lo ilegal en todos los sectores y la desfachatez con la que las autoridades nos dicen que están atendiendo a los ciudadanos y trabajando para lograr el bienestar de la mayoría justifican con creces nuestro malestar.
Los peruanos tenemos claro que estamos solos, que cada quien tiene que ocuparse de resolver sus propios problemas y ver cómo salir adelante, sin importar si contamos con lo mínimo para ello. Ante circunstancias adversas, solo tenemos a nuestra familia, vecinos y amigos. Nuestras redes de protección son limitadas, entre pares, y en su mayoría están afectas a nuestros mismos riesgos y problemas.
Es esa terrible combinación de justificado pesimismo, desconfianza y sensación de estar solos, que explica que solo el 16% de los peruanos piense que el 2025 será un año de prosperidad, que el 26% piense que será mejor para el país, y 28% que lo será para su familia. Por el contrario, el 61% piensa que en el nuevo año habrá más delincuencia y el 70% que sus ingresos no mejorarán.
Sin ciudadanos con un mínimo de protección y garantías de bienestar (recordemos que, según la encuesta del IEP de setiembre, aún cuatro de cada 10 señala que en los últimos tres meses, por falta de recursos, alguna vez en su casa se quedaron sin alimentos) y sin expectativas de que las condiciones de vida mejorarán es casi imposible pensar en una economía próspera y mucho menos en construir proyectos colectivos que permitan darle vuelta a la permanente precariedad y crisis que marca hoy el futuro del Perú.
Para salir de este pesimismo hay que dejar de lado el discurso fácil de que cada quien se ocupe –solo– de lo suyo, de que el crecimiento económico resolverá todo o de que la política no importa. Los problemas de hoy nos obligan a hacer más, mucho más, y a hacerlo colectivamente. Es en ello que deberíamos concentrarnos, en buscar estrategias, por definición complejas, articuladas y colectivas, para recuperar una senda conjunta de desarrollo e inclusión.