
Mónica Santa María Smith, nacida en Miraflores, el 6 de diciembre de 1972, estudió en el Colegio Nuestra Señora del Carmen (Carmelitas). Se inició desde muy pequeña en el mundo de la publicidad comercial. A los nueve años participó en un spot de TV. para la marca Basa, y a los 13 años ganó notoriedad al protagonizar un comercial de champú de Ammens.
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Al año siguiente, en 1986, se convirtió en la imagen principal de Yanbal Perú, empresa donde conocería a su coanimadora de Nubeluz, Almendra Gomelsky. Mónica se acercó concretamente a la televisión en 1988, a sus 15 años, con una breve aparición en el programa “Chiquiticosas” de Canal 7. Tras terminar sus estudios escolares en 1989 y superar difíciles pruebas de audición a inicios de 1990, fue seleccionada como una de las “dalinas” del nuevo programa infantil Nubeluz.
Mónica Santa María tenía entonces solo 17 años. El famoso programa infantil dominical se estrenó el 2 de setiembre de 1990, alcanzando en poco tiempo un notorio éxito en numerosos países de habla hispana.
CASO MÓNICA SANTA MARÍA: LA VIOLENCIA QUE LIMA RESPIRABA ESE VERANO DEL 94
Ese fatídico día, el domingo 13 de marzo de 1994, Lima fue sacudida por varios atentados terroristas: los diarios destacaron lo que había sucedido en el local de Saga de San Isidro, donde se desató un incendio de grandes proporciones provocado por una violenta explosión.
Luego siguieron otros siniestros en los supermercados de Jesús María, San Borja y Miraflores, a los que los terroristas atacaron con bombas incendiarias. Esa tarde, además, un coche bomba explosionó al costado de la comisaría de Santa Clara, dejando varios heridos.
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Pero en la madrugada de esa sangrienta jornada, una chica de 21 años se quitaba la vida en su propio departamento, en La Molina: se llamaba Mónica Santa María, estrella de Nubeluz, donde la conocían como la “Dalina pequeña”. Debieron transcurrir 32 horas hasta que alguien vio su cuerpo sin vida.
Recién a las 10 y 30 de la mañana del lunes 14 de marzo de 1994, el padre de Mónica, Danilo Santa María, entró en el departamento de su hija. Allí, en el dormitorio, la encontró, ensangrentada y tendida en la cama, boca arriba, con los brazos extendidos hacia los lados.

Durante todo ese domingo 13 y la madrugada del lunes 14, el cuerpo de la joven conductora había permanecido en ese amplio departamento del segundo piso de un condominio, ubicado en la avenida Manuel Prado Ugarteche, en La Fontana, La Molina.
“¡No tomes las cosas malas que te suceden con cólera. Eso no está bien nubecino. Yo te aconsejaría contar hasta diez… y verás que el problema desaparece’… Eoe… Eoa… todos con las palmas!”, así solía animar Mónica a los niños y niñas por la pantalla de televisión.
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Esa era la fórmula que Santa María enseñaba a los menores para afrontar los problemas, pero que fue insuficiente para ella. A sus 21 años, Mónica era una de las conductoras de Nubeluz, programa que se transmitía por Panamericana Televisión y ya para entonces en simultáneo en 18 países del norte, centro y sur de América.
Esa joven exitosa yacía sin vida en su dormitorio, con evidencias de una herida de bala en la boca y vestida con un traje de noche, con pulseras y sortijas en ambas manos. Sin duda, la noticia impactó a los medios de comunicación, ya que nadie, ni amigos ni compañeros de trabajo, y ni siquiera los familiares pudieron prevenir algo tan violento como lo que sucedió la madrugada del 13 de marzo de 1994.

Policías y fiscales llegaron tras la llamada del padre de Mónica. Los vecinos de la joven conductora admitieron haber escuchado una “detonación” en la madrugada, pero aseguraron que parecía una más de las que se escuchaban por esos días en Lima. No le dieron importancia.
El público que la seguía por televisión recién pudo darse cuenta de que Mónica no era una chica feliz, como lo proyectaba ante cámaras. Sus amigos declararon que Santa María atravesaba entonces por una fuerte depresión.
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Su compañera en Nubeluz, Almendra Golmesky estaba fuera del Perú, pero apenas se dio la noticia regresó de inmediato. En medio del desconcierto y estupor general, El Comercio recordó en su portada del martes 15 de marzo de 1994 que ambas conductoras habían recibido, poco tiempo atrás, “un diploma y una medalla en nombre del Fondo de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) por un videoclip donde el mensaje era: “No queremos que ningún niño al acostarse sienta hambre”. (EC, 15/03/1994)
“Los familiares dicen que fue un accidente, pero nuestro informe preliminar policial indica que fue un suicidio, aunque hay algunas cosas no muy claras”, dijo un agente policial. Y otro investigador de la PNP señaló: “Dos son los elementos que nos hacen dudar aún de una autoeliminación: un casquillo de bala hallado muy lejos del cuerpo, y el hecho de que la joven Santa María no haya dejado una carta de despedida, muy frecuente en estos casos”.

Mónica Santa María pensaba en casarse ese año con su novio Constantino Heredia Larrañaga, más conocido como “Tino”, hijo de un empresario quien era dueño de una embotelladora. Pero las cosas no fueron fáciles. Hubo entre ellos discusiones y desacuerdos que dejaban exhausta y ansiosa a la joven estrella de la televisión peruana. Entre los amigos de Mónica se indicaba que Tino pensaba viajar esos días a Miami, un viaje con el que la joven no estaba de acuerdo.
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Pero, ¿de dónde salió esa pistola con la que Mónica se quitó la vida? Su hermana, Liz Santa María, declaró a El Comercio que, una semana antes, su hermana menor había sido asaltada y los delincuentes le habían robado sus joyas. Por ese motivo, quizás, tenía una pistola. Ella contó que había quedado con Mónica para salir de compras justamente ese lunes 14. Liz y su familia hablaban de un “accidente”, de una “tragedia”, evitando cualquier otro término.
Del 14 al 15 de marzo de 1994, el cuerpo de la conductora de Nubeluz fue velado, en privado, en la Iglesia de la Virgen de Fátima en Miraflores, aunque en los alrededores de la capilla no dejó de haber una buena cantidad de admiradores, grandes y pequeños, que deseaban despedirse de ella.

Fue un largo cortejo hasta llegar al cementerio “Jardines de la Paz” en La Planicie, La Molina. En sus cercanías, niños con rosas en las manos buscaban despedirse de su “dalina” favorita. Al sepelio acudieron Tino Heredia, el novio, la “dalina” Lily Braun, compañeros de Nubeluz como el actor Víctor Prada, el productor Luis Carrizales y, por supuesto, su partner Almendra Gomelsky, quien había llegado a Lima muy conmovida. También fueron vistos algunos amigos como el actor Paul Martin, la presentadora de noticias Lilian Zapata y el animador Mario Liberty.
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La ceremonia del entierro duró solo 20 minutos. A la 1 y 40 de la tarde de ese martes 15 de marzo de 1994 fueron más de cien personas las que escucharon un responso breve, pero muy sentido. Un poco antes de las 2 de la tarde, el ataúd descendió lentamente a su tumba, mientras una niña lanzaba una rosa roja sobre él, y Danilo Santa María, el padre de Mónica, colocaba el último clavel en el centro del féretro.
“No quiero llegar a los 30 sin haberme divertido como una chica de mi edad (…) Desde niña empecé a parar con gente mayor, tenía que crecer obligatoriamente. Nunca me tocó vivir lo que me correspondía”, dijo en una entrevista de 1993 la joven Mónica Santa María.

Esas fueron las palabras de Mónica cuando tenía 20 años, y se refería a sus primeras vacaciones luego de tres años en Nubeluz. Viajó a los Estados Unidos junto a su pareja, Tino Heredia, y retornó al Perú para reincorporarse de inmediato al programa infantil más popular de esos años. Ante su muerte, nadie dudó entonces de que esos tres años de presión laboral los sobrellevó como podía, dañando aún más su precaria salud mental. El caso continuó a nivel policial.
El Comercio informó el miércoles 16 de marzo de 1994 que, según la División de Homicidios de la Dirección Nacional de Investigación Criminal (Dinincri), Mónica Santa María había intentado atentar contra su vida en tres oportunidades anteriores.
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“Se determinó además que, en la noche del sábado 12 de marzo de 1994, Mónica Santa María había tomado la pistola de la guantera del auto de su enamorado Constantino Heredia, tras una discusión entre ambos ocurrida en una reunión a la cual acudieron en compañía de algunos amigos”, afirmó un miembro de Criminalística.
“Esto se supo por Heredia, quien acudió a la División de Homicidios de la Dinincri, en la noche del lunes 14 de marzo, para rendir su manifestación. Allí se le practicó la prueba de la absorción atómica para determinar si había efectuado algún disparo antes, durante o después de la muerte de su novia”, declaró un agente especializado.

Esa noche del sábado 12 de marzo de 1994 ambos habían acudido juntos a la iglesia Santa María Reina de San Isidro, donde se celebraría el matrimonio del amigo de Tino, Héctor Banchero.
Tino recogió a Mónica a las 7 y 30 de la noche. La discusión de la pareja ocurrió en la recepción después de la boda, en los jardines de la iglesia, debido a que un admirador de Mónica le había pedido tomarse una foto con ella, pero Tino se lo impidió.
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Cada uno se retiró por su lado: ella en un taxi a casa de sus padres en Miraflores, y Tino en su propio auto Mitsubishi rojo a su propia casa en La Planicie, La Molina. Pero hubo un detalle que luego se convertiría en fatal: Mónica olvidó su bolso dentro el auto de Tino.
Según el informe de la Dinincri, la joven, al darse cuenta de la falta de su bolso, tomó el automóvil de su padre y se dirigió a La Planicie para recuperarlo. Al llegar, ella no bajó del auto ni abrió las ventanas. Entonces, su novio dejó el bolso sobre el capote del auto que manejaba Mónica, y luego entró a su domicilio. La joven conductora se quedó afuera, sola.

La Dinincri aseguró que esa situación fue aprovechada por la “dalina” para abrir el auto de su novio (que aparentemente estaba sin seguro) y sacar de la guantera su pistola “Sig Sauer” calibre 9 milímetros, de fabricación alemana. Con el arma en su poder, Mónica regresó a su departamento de La Fontana.
El Comercio informó sobre las declaraciones de Tino Heredia a la Dinincri, en las que indicaba que su pareja ya lo había amenazado antes con acabar con su vida; en esas ocasiones, dijo que él acudía a su departamento, la calmaba y todo volvía a la tranquilidad. Esta vez, sin embargo, decidió no hacerle caso e irse al balneario de Naplo, en Pucusana, al sur de Lima. Pese a ello, señaló que ya en ruta decidió ir al departamento de Mónica en La Molina para que le devolviera su arma.
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Al llegar y tocar el timbre varias veces nadie le abrió ni le dijo nada. Eran las 12 y 40 de la madrugada del domingo 13 de marzo de 1994. La Dinincri ratificó que Tino, ya en Naplo, intentó varias veces comunicarse con Mónica por su teléfono celular, pero sin resultados. Llamó entonces al señor Santa María para que fuera a verla, pues tenía su arma y le constaba que la joven había atentado contra sí en otros momentos tomando “abundantes pastillas”, fue lo que dijo a la Dinincri.
Según la Policía, a las 2 y 14 de la madrugada, Mónica Santa María dejó un mensaje en el teléfono celular de su novio, asegurándole que usaría su pistola. Ese domingo 13, a Tino no le quedó otra que llamar varias veces al celular de Mónica, pero no obtuvo respuesta. Llamó entonces de nuevo al padre de la joven.


Las fuentes policiales señalaron que Mónica Santa María permaneció con vida aún durante esas primeras horas del domingo 13 de marzo de 1994, dentro de su departamento de La Molina. Pero en algún momento, antes del amanecer, manipuló la pistola, que se hallaba cargada con 14 proyectiles, y se disparó en la boca. Murió al instante. La víctima no tenía experiencia en el uso de armas de fuego.
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En un principio, la Dinincri especuló con el casquillo de bala hallado en el baño, pues supuso que había saltado de la recámara del arma en el momento del disparo. El casquillo del proyectil habría volado casi cuatro metros hasta el lavabo del baño. Esa versión luego cambiaría con pesquisas más detalladas.
Asimismo, los agentes policiales comprobaron que la joven estaba intentando retomar un tratamiento psiquiátrico. Ella padecía de depresión, algo que sus familiares confirmaron. Para descartar cualquier mano ajena en el triste final, el mismo lunes 14 de marzo de 1994 los peritos de la División de Criminalística tomaron muestras de sus manos para la prueba de absorción atómica.
Los países sudamericanos que transmitían el popular programa infantil Nubeluz no salían de su asombro y querían más información. Pero todo dependía de la investigación policial, que estaba liderado por el propio jefe de Homicidios, el coronel Víctor Fuentes Gil. La Policía iría desentrañando con exactitud de qué forma murió Mónica Santa María.

Según avanzaban las pesquisas, los agentes se iban convenciendo de que no se trataba de un accidente o de un hecho al azar, como pensaba la familia, sino todo lo contrario: era, para ellos, un lamentable suicidio. Las pruebas de los peritos en balística y criminalística forenses lo confirmarían.
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“La bala usada esa madrugada del 13 de marzo de 1994 era del tipo “dum dum”, con la punta achatada, lo cual provocaba más daño interno y con menos posibilidades de que saliera del cuerpo. Por eso la bala fue recuperada de la base del cráneo de la occisa”, señaló un especialista de la Policía.
La Policía indicaba que, siendo un disparo a “boca tocante”, es decir, a corta distancia y con el cañón en los labios de la víctima, las opciones de un accidente eran mínimas. El cuerpo de la joven Mónica Santa María no presentaba huellas de violencia física.
No se halló la bala correspondiente al casquillo ubicado en el baño; lo que sí se halló en el dormitorio fue el casquillo de la bala homicida. Esto llevó a la Policía especializada a pensar seriamente en dos disparos hechos por la víctima: uno hecho en el baño, quizás para probar si la pistola funcionaba bien; y el otro, el fatal, que acabó con su vida. Santa María agarró la pistola con ambas manos y apretó el gatillo con la mano derecha, detallaron en la Dinincri, tras las pericias del caso.

Si al comienzo de las investigaciones, los peritos de criminalística no hallaron una “carta de despedida” o algo así para estar seguros de que fue una autoeliminación, lo que descubrieron en el teléfono celular de Tino Heredia terminó por convencerlos de la muerte por propia mano: tras revisar el buzón de mensajes surgió la voz de la joven señalando que había tomado la decisión de acabar con su vida y acusaba a su novio de querer solo su pistola. El monólogo de la “dalina” fue enviado durante esa madrugada del domingo 13 de marzo de 1994.
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En ese mensaje de voz le decía, además, que no llamara más a su padre, que lo dejara en paz. Terminaba su mensaje diciéndole que luego podía recuperar su pistola en su departamento, las llaves las tenía el arquitecto César Coello, le dijo. Todo parecía ya haber terminado entre ellos, pero esa situación hundió más a la joven en la desesperación.
El jueves 17 de marzo de 1994 se confirmaría el resultado positivo de la prueba de absorción atómica a la víctima, a los que se sumaron las pruebas de medicina y balística forenses. La Dinincri descartó una “mano extraña” en la muerte de Mónica Santa María. Fue un acto voluntario, debido al “estado psicológico depresivo en que se encontraba por cuestiones de índole sentimental”, indicaba el informe policial.

No solo eso: el dictamen pericial toxicológico arrojó positivo para el tranquilizante “benzodiacepina”. Ella había tomado una gran cantidad de esas pastillas, y en esa condición usó el arma. Se confirmó también el resultado negativo de la prueba de absorción atómica a Tino Heredia. El mensaje de Mónica en su buzón telefónico y las reiteradas ocasiones en que Tino advirtió sobre la pistola, lo fueron descartando de cualquier sospecha.
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El martes 22 de marzo de 1994, una semana después del entierro, la División de Homicidios de la PNP entregó al Ministerio Público el atestado con todo lo investigado entorno a la muerte de Mónica Santa María.
El encargado de analizar el documento fue el titular de la Quinta Fiscalía Provincial, el doctor Juan Coraje Carranza quien, días después, decidió no archivar el caso sino pedir la ampliación de las investigaciones a la Policía.

El domingo 27 de marzo de 1994, la Dinincri adjuntó las “manifestaciones” y los “resultados” de las pericias complementarias que el fiscal Coraje había solicitado, como la prueba de absorción atómica también para Liz Santa María, hermana de la víctima, y para César Coello, el ingeniero que hacía los trabajos en el departamento de la víctima y que le había dado las llaves al padre de Mónica para que este entrara a buscarla al día siguiente de su muerte.
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Asimismo, como había pedido el fiscal Coraje, se recogió la versión del doctor de “Alerta Médica”, quien había constatado la muerte in situ de la “dalina”, a pedido del padre; y también la versión de los tres psiquiatras que atendieron a la joven, en diferentes momentos, en la Clínica Angloamericana. Ellos tres coincidieron en que era una paciente “altamente proclive al suicidio”.
El fiscal Coraje fue exhaustivo: solicitó incluso a la Dinincri un examen químico de la ropa de la víctima, y hasta pidió que el padre dé su manifestación específicamente sobre la ubicación del arma en la escena y si la había movido. Danilo Santa María ya había explicado a la Policía que ante la desesperación había movido la pistola de lugar, alejándola de su hija. Algo comprensible para los agentes policiales en su momento.

Tres días después, el miércoles 30 de marzo de 1994, tras el examen de los documentos a cargo del fiscal Coraje, se determinó que el atestado ampliatorio confirmaba el suicidio. En consecuencia, el caso fue archivado.
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La historia de Mónica Santa María se cerró así. Era una muchacha de 21 años que vivía una pesadilla personal, que ciertamente sufría, y ante ello, por supuesto, necesitaba ser cuidada, escuchada y apoyada con más dedicación por su familia y amigos.
Con su fallecimiento, el programa infantil Nubeluz, de Panamericana Televisión, nunca volvió a ser lo que fue. En 1996, el “mundo glúfico” se diluyó completamente. Por eso es que para cientos de miles de “nubecinos”, como les llamaban a sus seguidores, Mónica Santa María fue y será siempre alguien inolvidable.


Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.
En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.
Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.