Martes, Diciembre 17

Arqueado sobre un carruaje en desuso, Peter Dyck bordea con las manos un polígono verde fragmentado en varias cuadrículas de distinto tamaño. No sabe con exactitud cuántas son, pero calcula que representan una extensión total de 2000 hectáreas. La figura que repasa es el mapa del lugar donde estamos: Providencia, una colonia menonita enclavada en Loreto, selva del Perú, de la cual es el jefe. Su casa, hecha de latón y calamina; los cultivos de soya y arroz, de donde acaba de llegar; y una enorme granja para la crianza de ganado y cerdos forman parte de una de las casillas que componen el plano de la colonia. Dyck ubica su terreno en el mapa desplegado sobre el vehículo que remonta al siglo XVIII, y fija el índice derecho: “Acá mismo nos encontramos”, afirma con seguridad. No es el más grande, aunque en este conglomerado de predios de 20 o 30 hectáreas todo resulta imponente.

Los 500 miembros de la comunidad cristiana protestante que viven aquí –describe Dyck- son procedentes de Belice, en Centroamérica, y tienen antepasados holandeses y alemanes. Ellos conforman Providencia, la tercera colonia menonita asentada en Tierra Blanca, localidad loretana cuyo ámbito urbano está a cerca de 8 kilómetros de camino agreste. Junto con las otras dos (Wanderland y Osterreich), Providencia enfrenta una investigación fiscal por la deforestación ilegal de 1700 hectáreas de bosque primario, iniciada en julio de 2020. Los menonitas de esta porción de la Amazonía peruana sostienen que fueron aceptados por la población y autoridades locales, y no niegan la tala como parte de su modo de subsistencia. Al contrario, reivindican que vinieron para trabajar la tierra porque de eso viven: “Está bueno tener un poco de bosque, pero falta limpiar la mayoría”, dice Peter Dyck en su pausada y dificultosa pronunciación del castellano.

Lo concreto es que antes de que la congregación sentara bases aquí, en 2017, la superficie que ahora ocupa era de vegetación densa. Ya no.

Luego de 12 horas de viaje por carretera y río desde Tarapoto, en la región San Martín, Mongabay Latam llegó a las tres colonias menonitas, en Tierra Blanca. Enclaves bucólicos y de entorno sosegado que, sin embargo, surgieron de una devastación forestal que hoy continúa. A fines de 2020, el Ministerio Público instó a los religiosos extranjeros al cese de la actividad depredatoria, pero ellos aseguran que hace dos años obtuvieron un permiso para retomar el desbosque y continuar ampliando sus sembríos. Y es lo que han hecho con creces.

El temor de autoridades y expertos ambientalistas es que la aplicación de la nueva Ley Forestal y de Fauna Silvestre (Ley 31973) traiga abajo las investigaciones fiscales en curso y deje impunes casos de deforestación como el que involucra a los menonitas en Tierra Blanca.

Mongabay Latam identificó la pérdida de bosque en los tres sectores menonitas de Tierra Blanca y confirmó que la deforestación es de más de 4956 hectáreas, desde 2017. El equivalente aproximado a cinco veces el área del Centro Histórico de Lima o del distrito de Miraflores.

Durante los últimos tres meses analizamos con datos de la plataforma de monitoreo satelital Global Forest  e imágenes de Google Earth, 95 predios menonitas inscritos en la Superintendencia Nacional de Registros Públicos (Sunarp). La evaluación reveló que la pérdida de cobertura boscosa más grave (cerca de 1550 hectáreas) en las colonias ocurrió en 2023, cuando los menonitas ya habían reanudado -lo hicieron desde 2022- la apertura de selva para sus cultivos.

Más allá de la parcela de Peter Dyck, cultivos de maíz, otras cabezas de ganado y tierras en plena remoción también se expanden en el paisaje de Providencia. Hombres con sombreros de paja, overoles y camisas a cuadros operan desde muy temprano tractores con ruedas de metal. La colonia está repartida en campos delineados para 20 familias. Son siete, y en cada uno hay una escuela adonde asisten niños de seis a 13 años. Sus pasos siguientes serán el arado, las siembras, el campo.  El lugar, por momentos, exhibe una sucesión de imágenes que parecen extraídas de algún tiempo remoto y ajeno a la Amazonía: de día y de noche los menonitas se desplazan en carruajes jalados por caballos. Mujeres de vestidos largos y oscuros cubren sus cabezas con pañoletas bajo los sombreros. La vía que utilizan es un trazo de tierra afirmada que cruza Providencia y la conecta con las otras colonias y el pueblo. Viven apartados de la tecnología como un rasgo distintivo de su fe. No tienen luz eléctrica. Velas y lamparines de kerosén cortan la cerrada oscuridad en sus horas de cena y oración familiar.

Selva perdida

Es miércoles 2 de octubre y, bajo el sol abrasador de la mañana, Abram Gunther ha empezado su cumpleaños número 50. Pero para él y la comunidad religiosa este es un día como todos. Hace seis años llegó entre los primeros menonitas que se establecieron en Providencia. “Belice es un país pequeño y con muchos agricultores nuestros. Se llena rápido de los productos. Entonces dijimos: ¿Por qué no vamos a trabajar allá (Perú) donde los necesitan?”, relata desde un contorno de sus plantaciones de sandías. Los terrenos de Providencia –explica Gunther- fueron comprados a pobladores de Tierra Blanca, mediante un juez de paz, y a una empresa maderera que hacía aprovechamiento forestal. Como jefe de la colonia, Peter Dyck guarda los expedientes de cada terreno. La mayoría son títulos; y otros, constancias de posesión que están en vías de ser legalizadas.

En un español fluido, Abram Gunther afirma que la superficie de bosques tumbados y sustituidos en Providencia por cultivos de soya, arroz, maíz y áreas ganaderas aún no abarca la mitad del territorio de la colonia: 2000 hectáreas. Que la disposición fiscal de detener las faenas agrícolas fue el punto más alto de sus problemas en Perú. Y que a partir de 2022, cuando volvieron a trabajar las tierras, han talado unas 500 hectáreas de vegetación. “Es que en el monte no puedes hacer nada. Cuando lo sacas, ya puedes trabajar. También estamos sembrando árboles”, remarca el menonita que ha llegado al medio siglo de vida en este extremo de la Amazonía.

Sus cifras quedan cortas. El análisis de Mongabay Latam para Providencia indica que hay más de 1404 hectáreas de bosques perdidos desde el asentamiento de la colonia. Más del 68% de aquella depredación (956 hectáreas) se registró entre 2022 y 2023.

Peter Dyck no tiene el documento que –declara- les posibilitó reiniciar sus labores agrícolas, pues está en manos de Ricardo More, el abogado de las tres colonias menonitas de Tierra Blanca. “Él dijo que con esto ya podíamos levantar (talar) con normalidad”, detalla Dyck. More, no obstante, comentó a Mongabay Latam que ninguna autoridad ha dado aprobación a las colonias para que deforesten. Lo que sí obtuvieron en Wanderland, prosiguió, fueron permisos de aprovechamiento forestal emitidos, en noviembre de 2022, por la Unidad de Gestión Forestal de la provincia Ucayali, sede Contamana, que depende de la Gerencia Regional de Desarrollo Forestal y Fauna Silvestre (Gerfor) – Loreto.

El desarrollo de un plan de aprovechamiento forestal, desde luego, no implica una operación de desbosque. La especialista en Gestión Forestal de la Gerfor Loreto, María Aspajo, precisa que se trata de la extracción solo de determinadas especies forestales y en volúmenes aprobados. Todo ello a partir de la elaboración de un censo forestal más un plan de manejo que contemple la conservación del 20% de cada especie. “Lo que ellos (menonitas) deberían tener para la actividad que desarrollan es una autorización de cambio de uso de suelo, pero eso no ha sido otorgado”, aclara. La Gerfor Loreto confirmó que solo ha aprobado tres permisos de aprovechamiento forestal para 180 hectáreas en la colonia Wanderland, pero ninguno en Providencia ni Osterreich. El incumplimiento de lo concerniente a un plan de aprovechamiento forestal constituye una infracción, añade la especialista, y la tala indiscriminada sin permiso, un delito.

El contexto podría ser aún más sombrío, ya que la Ley 31973 exime de toda responsabilidad a los causantes de desbosque que no solicitaron el cambio de uso hasta su entrada en vigor, el 12 de enero de 2024. Un tema en que el exviceministro de Gestión Ambiental del Ministerio del Ambiente, Mariano Castro, sitúa a las colonias menonitas, y define así: “Esta ley nefasta dejaría impune la deforestación generada por una organización extranjera antes de enero de 2024 y, lo que es peor, hay información de que la pérdida de bosque se estaría ampliando después de esa fecha, lo que es ostensiblemente ilegal”. En un informeemitido en 2023, la Coordinadora Nacional de las Fiscalías Especializadas en Materia Ambiental ya había advertido lo perjudicial de la norma para los procesos seguidos contra las colonias menonitas.

Nuevo territorio, otros problemas

Las cosechas así como la carne y los productos lácteos que salen de las colonias abastecen las tiendas y restaurantes de Tierra Blanca. Además, son enviados por río a capitales amazónicas como Iquitos o Pucallpa. En esta dinámica comercial, los pobladores locales encuentran una opción de trabajo como transportistas o cargadores de los alimentos. Más allá de la crisis ambiental, los tierrablanquinos comparan con distancia las posibilidades que ahora tienen frente a la grave desatención del Estado en que vivían. Ciertamente, hay quienes critican el establecimiento y acción del grupo religioso, aunque al final de sus opiniones destacan siempre lo que las colonias menonitas les han facilitado.

“Los bosques han perdido madera, como en todos lados, pero ya no tenemos que traer lo que nos falta de otras ciudades”, señala Carlos Rolin en el pequeño hospedaje que administra. Tierra Blanca está de aniversario y, entre los banderines de papel multicolores que adornan las calles, el trajín de grupos de menonitas no pasa inadvertido.

A la sombra de la caballeriza que tiene al lado de su casa, Peter Dyck prolonga un resoplido. Dice que le preocupan mucho los cuestionamientos a las colonias menonitas en este país donde “las leyes son diferentes, la gente es diferente”, y que puedan quedar de nuevo impedidos de trabajar la tierra. Él es uno de los investigados por la fiscalía peruana por el presunto delito contra los bosques en agravio del Estado peruano.

Los problemas para el jefe de Providencia se han incrementado por estos días ante la posibilidad de perder un terreno de 1300 hectáreas (dividido en unos 80 predios) que pensaba integrar al sureste de la colonia. El abogado Ricardo More explica que una asociación de posesionarios vendió el área a Providencia, pero un informe de la Gerencia Regional de Desarrollo Agrario y Riego de Loreto determinó que se trata de un espacio que ya tenía otros propietarios. O sea, había una superposición por la cual toda transacción era imposible. More sostiene que hubo funcionarios coludidos en lo que considera una estafa para los menonitas. A Peter Dyck lo ampara una última posibilidad: en noviembre una comitiva de la gerencia loretana llegará para verificar si aún puede concretar la compra.

– “Si obtienen el terreno, ¿llegarán más menonitas de Belice?”, le pregunto.

-”Sí, de ahí algunos nos mandaron (dinero) para comprarlo”, me contesta.

Camina y hace adiós con las manos: “Estamos esperando que haya solución para trabajarlo”.

Asentamiento y tala en Wanderland

A una hora de Providencia está Wanderland, la primera colonia menonita que echó raíces en Tierra Blanca, en 2017. Las chacras de soya, arroz y sorgo en pleno verdor sugieren un panorama muy similar entre ambas comunidades. Hay también ingentes rectángulos en que tractores y excavadoras van terminando la preparación de más tierras para el cultivo. Y otros que aún agolpan pilas de troncos tumbados y aún humeantes. Como en Providencia, todo aquello fue alguna vez un manto de bosque primario. La diferencia es que Wanderland tiene una extensión superior (3104 hectáreas) y sus habitantes adultos son menonitas originarios de Bolivia. La carretera terrosa para el paso de los carruajes tirados por caballos es la misma por donde hemos llegado hasta la casa de Bernardo Frieseng, uno de los líderes de la colonia.

Por varios segundos, él hunde la mirada en el suelo, se toma la cabeza, frota su cuello con apremio. Luego, rompe su indecisión, desaparece y regresa con dos sillas: “Ok, podemos conversar”. Wanderland tiene una deforestación de 2242 hectáreas, desde 2017, conforme a la evaluación de Mongabay Latam, que incluye las partidas registrales de 95 predios que integran la colonia. El jefe de Wanderland narra que allí también suspendieron la tala por orden de la fiscalía, en 2020. Con la reanudación de actividades, en 2022, estima que en su colonia han sido despejadas casi 500 hectáreas de bosques. En realidad, fueron 643 hectáreas, solo en 2023, según el estudio elaborado para este reportaje. Frieseng alude al mismo documento que Peter Dyck, en Providencia, refiere como el recurso obtenido para recomenzar la deforestación y apertura de más chacras.

“Si no fuera por ese problema ya no verías monte acá, hubiéramos podido trabajar más”, admite con un gesto de contrariedad. El lugar donde nos recibe es una suerte de garaje para el reposo de excavadoras y, a la vez, un taller que alberga máquinas cortadoras de madera, tornos, motores y trozas de diversos tamaños.

Antes de establecerse en el sector que hoy ocupan, los menonitas de Wanderland habitaban 400 hectáreas del distrito de Campoverde, en la región Ucayali. Un terreno que le interesaba al maderero César Granda Daza, quien tenía un permiso de aprovechamiento forestal sobre miles de hectáreas de selva, en Tierra Blanca. Producto de un trueque, relata Frieseng, Granda pasó al terreno de Campoverde y Wanderland se asentó en las más de 3000 hectáreas -con títulos de propiedad expedidos por el Gobierno Regional de Loreto- ofrecidas por el maderero. La historia, sin embargo, tiene otros matices.

Mongabay Latam constató que el Gobierno Regional de Loreto había adjudicado 95 títulos en esa zona a 82 personas. Luego, la empresa Grand Ucayali SAC, representada por César Granda Daza, adquirió la mayoría de los predios y, posteriormente, todos (los 95) fueron vendidos a los menonitas que instauraron la colonia de Wanderland. Los 95 títulos ahora están inscritos en la Superintendencia Nacional de Registros Públicos (Sunarp) a nombre de Abram Thiessen Redekop y su esposa, María Friesen. También, de Getruda Friesen Banman y Johann Friesen. Según las partidas registrales, los menonitas pagaron más de US$297 mil por los predios, en compras que se realizaron entre marzo de 2017 y diciembre de 2021. Es decir, el costo aproximado por hectárea fue de US$95.

El caso traza similitudes con una entrega irregular de terrenos que también acabaron en poder de menonitas, residentes en Masisea, región Ucayaliy por el que la fiscalía anticorrupción investiga a varios funcionarios. De hecho, el Ministerio Público ha solicitado penas de entre 5 y 8 años de cárcel para 30 menonitas de Masisea por el delito agravado contra los bosques, tráfico ilegal de productos forestales y alteración del ambiente.

La realidad por encima del papel

Mientras por ratos se ventila con las alas de su sombrero, Bernardo Frieseng cuenta que, antes de empezar con las labores agrícolas, visitó con sus compañeros de comunidad instituciones, como el Ministerio de Agricultura y el Servicio Nacional Forestal y de Fauna Silvestre (Serfor), en busca de un permiso para desboscar: “Todos dijeron lo mismo: que, si teníamos títulos de propiedad con fines agrarios, podíamos trabajar sin problemas. Ese es nuestro caso”. Después, cuando llegó la fiscalía, recuerda Frieseng, les exigieron la autorización con la cual estaban depredando el monte. “No llego a entender cómo funciona esto”, agrega, y su expresión adquiere un rictus de tensión.

“Estuve con ellos. Los ministerios de Ambiente y Agricultura nunca pudieron ponerse de acuerdo. Nunca encontraron una ley o un artículo que diga que los títulos con fines agrarios deben tener un permiso especial para desbosque”, recuerda el alcalde delegado de Tierra Blanca, Medelú Saldaña, que por varios años asesoró a los menonitas en sus trámites y solicitudes ante las instituciones del Estado. Desde que asumió como autoridad local, Saldaña cortó relaciones con las colonias y ahora ha pedido a la fiscalía constatar el violento avance de la depredación forestal en Tierra Blanca pese a la prohibición vigente.

Cerca de la fábrica de quesos que hay en Wanderland, otros miembros de la comunidad religiosa detienen sus faenas de labranza y alegan que lo que aquí hallaron fue bosque secundario y purma, pues toda la madera ya había sido utilizada con la licencia de aprovechamiento forestal que existía para la zona.

“La imputación fiscal señala que los terrenos son de aptitud forestal, pero no existe un informe técnico que así lo establezca. Eso exige la ley. Las escrituras de los títulos dicen que son de aptitud agrícola. La fiscalía no va a poder acreditar lo contrario”, defiende el abogado More.

De ahí que los menonitas de Wanderland descartan haber incurrido en una ilegalidad. Su forma de vida, en cierto modo, eleva prioridades evidentemente reñidas con la conservación de la Amazonía. Bernardo Frieseng arruga el ceño y abre los brazos como intentando abarcar, desde su posición, dos parcelas de soya apenas contorneadas por cortinas de árboles: “Estamos dejando el 30% del bosque, pero el resto hay que botarlo porque somos netamente agricultores (…) Y si no podemos deforestar, si no podemos tumbar monte para sembrar, entonces no queremos vivir acá”. Wanderland está constituida por ocho campos con predios de hasta 30 hectáreas. Allí viven 125 familias que cultivan la comunicación en bajo alemán antiguo. La de Frieseng es una de las más numerosas.

En su oficina, en Lima, el procurador público del Ministerio del Ambiente, Julio Guzmán,detalla que las imágenes satelitales ya han demostrado que los espacios de Tierra Blanca donde están las colonias tuvieron bosque hasta la llegada de los menonitas. “Que exista un papel que reconoce a aquellos terrenos como agrícolas no cambia lo que realmente son”, enfatiza. Para que un predio tenga la condición de agrícola debe haber pasado por un estudio de suelos y la verificación de un funcionario regional. Sin embargo -subraya el procurador- eso no sucedió y así fueron adjudicadas inicialmente las titulaciones, que luego pasaron a manos de los menonitas. Guzmán entrelaza los dedos y adelanta el rostro: “Lo que ellos están talando es en el papel tierra agrícola, pero una tierra agrícola no tiene bosque. Y si lo tiene y quieres aprovecharla, es porque ya perdió la aptitud forestal. Ahí se debe solicitar el cambio de uso y, en caso proceda, dejar siempre un 30% de árboles”.

“Nunca un papel puede estar por encima de la realidad (…) En el Perú, para talar un bosque hay que pedir autorizaciones”, sentencia enérgico.

El Proyecto Monitoreo de la Amazonía Andina (MAAP, por sus siglas en inglés) reveló en su informe más reciente que la depredación forestal causada por las cinco colonias menonitas en Perú (Chipiar y Masisea, además de las tres de Tierra Blanca) ha llegado a 8660 hectáreas. Son 1628 hectáreas más de las que el proyecto reportó en 2023. En Wanderland, Osterreich y Providencia la pérdida de bosque detectada fue de 4824 hectáreas, una cantidad cercana a la que arrojó la evaluación de Mongabay Latam. Para el director de MAAP, Matt Finer, el rápido incremento de la deforestación menonita en la Amazonía peruana es preocupante: “Es la evidencia más clara de que este impulsor de la deforestación no va a desaparecer. Las autoridades necesitan una estrategia más eficaz para evitar que esto siga aumentando”. Solo hasta 2021, cuando la Universidad de Montreal presentó un estudio sobre la presencia menonita en América Latina, las colonias ocupaban 4 millones de hectáreas dentro de 9 países de la región.

En Wanderland, otro de los líderes, Abram Thiessen, quien tiene a su nombre la mayoría de títulos de la colonia, también es investigado por el delito contra los bosques.

– “¿Y sabes cómo va eso? ¿En qué quedó?”, pregunta Frieseng por segunda vez.

Al fondo del garaje, cuatro mujeres apuran sus labores en máquinas de coser.

Sembrar entre rezagos de bosque

No hay muchas diferencias entre Wanderland y Osterreich: tienen similar extensión, las familias también proceden de Bolivia, llegaron el mismo año a Perú (2017) y se instalaron en Tierra Blanca tras adquirir terrenos en un área antes a cargo de una empresa maderera. De hecho, una está al lado de la otra. Por eso, el principal contraste está entre la fecundidad que por estos días refulge sobre los campos de Wanderland y los escenarios de devastación impregnados en el territorio de Osterreich. Aquí parece haber empezado un nuevo periodo de feroz apertura de bosques. Decenas de árboles seccionados o arrancados desde la raíz están dispersos sobre montículos de tierra removida, como si un desastre natural hubiera sobrevenido sin tregua. Desde la carretera, los retazos de selva que todavía rodean las parcelas se ven lejanos, y es ahí donde la acción de tractores y maquinaria se intensifica.

Hombre tranquilo y sonriente, Peter Harms, el jefe de Osterreich, refiere que los bosques de este sector incluían especies como cachimbo, shihuahuaco y quinilla, “pero esa buena madera ya había sido sacada por los madereros”. Hace una rápida ecuación mental y concluye que su colonia ha abierto campos de cultivo sobre unas 1000 hectáreas que antes eran de selva. De ese total, afirma, 300 hectáreas fueron trabajadas a partir de 2022. Toda proyección parece aquí insuficiente. De acuerdo con la evaluación realizada por Mongabay Latam, Osterreich suma 1309 hectáreas de depredación forestal, desde 2017, casi 400 de ellas reportadas solo a lo largo de 2023.

“Acá en el Perú todavía no saben mucho. Tienen miedo de que vamos a tumbar todo. Y mira cuánta tierra tienen que no utilizan. Compran maíz, soya de otros países. ¿Por qué?”, cuestiona en el porche de su casa de latón y madera.

Sesenta familias pueblan la colonia. Cada una tiene un aserradero, donde la madera extraída es transformada, principalmente, en parihuelas. El del jefe Osterreich está a unos 100 metros de su vivienda y es de aspecto parecido: de un piso, amplio, con techo alto y a dos aguas. “Así venden algunos la madera: como parihuelas, o sea, ya fabricada. No por trozas o listones. Vender así es ilegal”, precisa con aire sosegado.

Harms defiende que la manera de preservar el bosque en Osterreich es a través de la siembra de los árboles que conforman los linderos de las chacras. Es decir, aquellas murallas de vegetación que aparecen lejanísimas bordeando las parcelas donde ahora trajina maquinaria operada por jóvenes de la secta religiosa. Para especificarlo mejor, apunta a un conjunto de chacras y remarca que por cada una están dejando el 10% o 20% de árboles: “Eso vamos a  cumplir. Así estamos trabajando”.

La investigación fiscal ha seguido un trámite lento. El procurador Julio Guzmán considera que la Fiscalía Especializada en Materia Ambiental de Ucayali, a cargo del proceso, debe sumar otros expedientes que correspondan a los nuevos espacios geográficos deforestados. En suma, aportar más evidencias de que la medida para el cese depredatorio no se ha cumplido.

-”Entonces, ¿piensan seguir con el desbosque?”, consulto a Harms.

-”Claro, pero no queremos terminar en un año ni en dos. Eso será en 10 años. Poco a poco”, responde con soltura.

La tarde ha empezado en Tierra Blanca. Y habrá lluvia.

Imagen principal: Casi 5.000 hectáreas de desbosque han causado los menonitas en Tierra Blanca, Loreto. Foto: Macoy Zapata/Mongabay Latam.

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