El dictador Nicolás Maduro finalmente consumó la farsa de su tercera juramentación. Muchos representantes de la izquierda peruana aplaudieron como focas, aunque aquellos con más maña y cálculo optaron por el silencio y evitaron pronunciarse. Tal es la atracción que el tirano venezolano ejerce entre nuestros políticos más vociferantes –aquellos que expectoran la palabra ‘dictadura’ cada vez que hablan de sus rivales, pero que la omiten cuando se trata de sus afines ideológicos–, que no les importa hacer el ridículo mediático cada vez que lo defienden.
Los radicales peruanos se desviven elogiando al dictador, expresándole su respaldo en redes sociales, redactando comunicados furibundos. Sin un ápice de rubor, se ponen en bandeja para recibir el justo desprecio de la opinión pública con los más disparatados comentarios.
Esta semana, Perú Libre recibió con orgullo la carta de invitación de un funcionario chavista para viajar a Caracas. Una entusiasta delegación de dirigentes del partido del lápiz viajó a Venezuela para participar en actividades relacionadas a la juramentación del sátrapa. Y, desde la clandestinidad, el prófugo Vladimir Cerrón difundió un pronunciamiento firmado por él en el que le rendía pleitesía al dictadorzuelo caribeño.
Si bien no todos tuvieron el privilegio de viajar, otros grupos de izquierda también ofrecieron vergonzosas demostraciones de doble rasero. Ahí está, por ejemplo, Jaime Quito, de la Bancada Socialista, quien en un poco atinado intento de justificar el fraude madurista expresó: “No existe ningún proceso electoral 100% limpio”. O el antaurista Álex Flores, quien calificó de “revoltosa” a la lideresa opositora María Corina Machado.
A estos personajes les tiene sin cuidado que el objeto de su veneración sea un autócrata que reprime violentamente a sus opositores, mata de hambre a su pueblo y enfrenta cargos por narcotráfico. Mientras sea de izquierda, nada más importa.