Por: José Vásquez Cárdenas
No sé si es miedo, asco o repudio, pero tengo claro que es un sentimiento generalizado. Pregúntense ahora mismo ¿cómo reaccionarían si de pronto ven frente a ustedes un zancudo, un escarabajo o una avispa? Inmediatamente les invadiría la idea de acabar con ese molesto insecto. Lo cierto es que los odiamos porque son muy distintos a nosotros, no nos generan ninguna empatía y los miramos como seres inferiores. Pero, ¿sabemos cuán importante son para nuestra supervivencia? Durante un viaje que realicé a la recóndita selva del parque Nacional de Manu pude conocer un poco más sobre la vida de los insectos y, a partir de allí, empecé no solo a entender sino también a apreciar y valorar el papel que cumplen en la naturaleza. Podríamos decir que son los ingenieros que cimientan el planeta que nos alberga. Son responsables de mantener un suelo saludable, descomponen y reciclan nutrientes, además polinizan y dispersan semillas de las que depende nuestra alimentación.
Debo confesar que la primera noche que pase en la estación biológica Wayquecha, en el bosque nublado de Kosñipata, no era consciente que la preservación de los bichos que tanto odiamos era igual de importante que la del oso de anteojos o del jaguar que esperaba ver -con ansías- en esta travesía de 18 días que acababa de empezar. Es más, cuando ingrese a mi habitación estuve tentado aplastar una diminuta araña que -presentía- me podría picar en cualquier momento. En la noche, la misma sensación me invadió luego de ser torturado por el incansable aleteo de un grillo. Ya por la mañana, tuve la intención de aniquilar a un gusano viscoso que avanzaba hacia el comedor. Y es que realmente no somos conscientes del impacto que generan nuestras acciones sobre estos minúsculos seres.
El uso de agroquímicos, la quema de bosques, la deforestación, contaminación y hasta el propio calentamiento global, están acabando con su diversidad y abundancia. Aunque no hay un acuerdo establecido entre científicos y entomólogos, existen estimaciones que hablan de la extinción del 10% o hasta del 27% de las especies de insectos en el mundo. Las cifras también indican que se ha perdido el 75% de la biomasa de estos animales. ¿Quién reemplaza el rol que cumplían en la naturaleza? ¿Está en riesgo, acaso, el equilibrio de la vida?
En la Estación Biológica Manu, en la pequeña localidad de Pillcopata, pude recién comprender que a diferencia de los mamíferos, aves y reptiles, los insectos son mucho más susceptibles a los cambios. Alejandro Lopera, director de la estación de propiedad de la Asociación para la Conservación de la Cuenca Amazónica, su esposa Juliana Andrea Morales-Monje, directora del laboratorio de Biodiversidad y Cambio Climático Thomas Lovejoy y su equipo de científicos me enseñaron como las alteraciones de temperatura son devastadores para la subsistencia de estos animales. No pueden calentarse cuando hace frio o enfriarse cuando hace calor; dependen del sol y del ambiente, son ectotérmicos, no tienen musculatura como nosotros.
Con el cambio climático y con más calor los insectos no salen a alimentarse, se refugian en las sombras y terminan muriendo de hambre, aunque existe también la posibilidad de que se achicharren por dentro y fallezcan. En comparación con otros seres vivos su taza de extinción es ocho veces más rápida. La proyección de los entomólogos es que para el año 2050 podrían desaparecer el 65% de los insectos que habitan el planeta. Pero, ¿por qué no hacemos nada? El problema aquí radica en el desconocimiento. Como yo al inicio, la mayoría de personas no sabe, por ejemplo, qué de una pequeña hormiga depende la supervivencia de un gigantesco cedro amazónico, o de una abeja melipona sin aguijón, la reproducción de miles de plantas. Sin los insectos estaría en juego el mundo que nos rodea.
Desde 2020, Conservación Amazónica busca medir el impacto que genera la desaparición de esos bichos que tanto odiamos. En poco más de dos años han identificado y caracterizado 140 mil insectos de los cuales se estima que cerca del 45% son nuevos para la ciencia, es decir, 2 de cada cinco insectos no se eran desconocidos para la humanidad. Se estima además que en la amazonia peruana existen alrededor de 300 mil especies que cumplen funciones fundamentales en la conservación de los ecosistemas como el Parque Nacional del Manú. Estos estudios además están orientados a comprender si estos insectos pueden acondicionarse de manera eficiente a los abruptos cambios que el calentamiento global impone con temporadas de sequias más extensas y agresivas.
La hipótesis es que los insectos, a diferencia de otros animales, no pueden desplazarse, migrar y adaptarse al mismo ritmo que avanza el cambio climático, acelerado por la actividad humana y los gases de efecto invernadero. De nada serviría que aves, mamíferos y carnívoros se acomoden a las nuevas condiciones climáticas, pues no tendrían alimento disponible. Los insectos son la base de la cadena alimenticia y sin ellos se rompe la cadena trófica. El sostén de todos los ecosistemas está en riesgo, incluido en el que vivimos.
Entender, entonces, qué ocurre con los bichos que tanto odiamos, es comprender que pasará con toda la naturaleza, cómo terminará cambiando nuestro planeta. Nos permitirá, además, anticiparnos a lo que se avecina. Sabremos cómo responder y qué medidas adoptar frente al cambio climático. Lo que viene ya ocurriendo, debe darnos una señal de alerta. La Royal Society en la revista Biology Letters sostiene que el mundo ha perdido en los últimos 100 años 150 mil especies de insectos del millón y medio que existen. ¿Estamos camino a una extinción masiva? ¿Podemos revertir este escenario? Tenemos, primero, la obligación de conocer -para querer- a estos animales que nos anteceden en el tiempo.