Sábado, Septiembre 21

Con altos y bajos, el Perú ha tenido una muy atractiva tradición de revistas culturales –del “Mercurio peruano” a “Amauta”, de “Mundial” a “Amaru”–, e incluso hoy todavía sobreviven algunas publicaciones impresas de sostenida periodicidad. Pese a las preocupantes estadísticas sobre niveles de lectoría en el país o al acelerado avance de lo digital que parece coparlo todo y en todo el mundo, títulos como “Hueso húmero” o “Pesapalabra” resisten en su testaruda (¿o textaruda?) apuesta por la tinta y el papel.

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“Vuelapluma” es una de las saludables excepciones. Una revista al estilo de la vieja escuela, que en el 2013 fundara el poeta Arturo Corcuera (1935-2017) y que desde hace ya algunos años mantiene activa el artista visual y escritor Lorenzo Osores. La publicación –editada por la Universidad de Ciencias y Humanidades (UCH)– acaba de lanzar su edición 25, número que sirve de excusa para conversar sobre su resistencia dentro del medio.

—Alcanzar 25 números en una revista dedicada al arte y la cultura en el Perú es casi un hito, ¿verdad?

Sí, es un hito. Recuerdo que en una presentación de “Vuelapluma” N°24, uno de los presentadores era Jesús Ruiz Durand, que venía de la experiencia de haber trabajado con Emilio Adolfo Westphalen en “Amaru”. Él me hizo la pregunta de cuál era el secreto para sacar 24 números –“Amaru” había llegado a los 14–, y yo le contesté “Bueno, si es un secreto, no te lo voy a dar” (risas). Lo cierto es que recordamos que “Amaru” nació con el auge cultural de la Universidad Nacional de Ingeniería (UNI), que se debió a un hombre como Mario Samamé Boggio, y que continuó Santiago Agurto. En esa época la UNI trajo a Neruda, a Borges, a Oppenheimer, al brasileño Josué de Castro, a García Márquez para una conversación con Vargas Llosa… El problema es que luego llegó otro rector a la UNI al que no le gustaba la lectura y esa experiencia magnífica se terminó.

—La importancia de que las universidades apuesten por publicaciones culturales debería ser una regla, y no una excepción.

Debería ser lo normal, claro. Yo tengo la ventaja de tener el respaldo de la UCH, que está apostando por las humanidades. En este tiempo también han cambiado de rector, pero la revista ha logrado mantenerse porque es una decisión colectiva, parte de su política e ideal. Cuando ellos convocaron a Corcuera, le dijeron que querían que él dirija una revista de cultura. Él aceptó, pero puso como condición que yo fuera el editor gráfico. Empezamos a trabajar juntos, pero después él cayó enfermo, y en ese interín yo asumí prácticamente toda la dirección, y la asumí oficialmente desde el número 14, me parece.

—Imagino que tomarle la posta a Arturo tiene una sensación especial.

Sin duda. Arturo era mi primo hermano y gran parte de mi apego a la literatura se lo debo a él indirectamente. En su casa en Lince tenía su biblioteca y para mí ese lugar fue un refugio cuando yo era chico. Tenía, por ejemplo, toda la colección Losada, con excelentes traducciones. Ahí leí “La caída” de Camus. Tenía también libros de Emecé, entre los que leí a Borges. Y también leí muchas otras cosas sin saber qué diablos eran. Recuerdo mucho, por ejemplo, una cosa bien chiflada que me encantaba, “Venus Anadiómena”, que años después supe que era de Rimbaud. También Ezra Pound, “Las mil noches y una noche” en edición de Mardrus, “El amante de Lady Chatterley”, etc.

—Hablemos de este número 25. Hay un especial amplio dedicado a Leoncio Bueno, nuestro longevo poeta de 104 años.

Yo siempre recuerdo una anécdota de cuando Mirko Lauer se refirió a un libro de Leoncio como “un rebuzno”. Leoncio le contó eso a Arturo Corcuera y creo que fue él quien le dijo que allí tenía el título de su próximo libro, “Rebuzno propio”. Y así quedó. Por suerte Leoncio no era de los que bajaba la cabeza frente a esas cosas. Era un zambo liso, combativo, y tenía sentido del humor. Yo tenía unos 15 años cuando lo conocí, fui a su taller, porque él era mecánico. Me llamó la atención que tuviera el pelo largo y crespo, en una época en la que pocos usaban el pelo así. Y para ser una persona de origen obrero, era bastante cultivado y leído. Pero fiel a su sentido popular, además.

—Lo contemporáneo también está presente: está una nota sobre Fernando Gutiérrez (Huanchaco) y otra sobre el artista asháninka Enrique Casanto.

Claro, y si te das cuenta hay un nexo entre Huanchaco, Casanto y Leoncio Bueno: los tres son expresión de lo que Gramsci llamaba lo nacional-popular. Ellos son reflejo de esa cultura. En Huanchaco ves la calle, la visión irónica de la historia. Es el que mejor retrata la calle en toda su hipertrofia, su delirio. Es un hiperrealista, pero no de esos que solo copian una foto, sin decirte nada más. Él ofrece una ironía, una burla. La calle bulle allí.

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