Sábado, Octubre 5

Venezuela no perdió con Canadá. Lo correcto es decir que resultó eliminada luego de la tanda de penales. Pero no perdió. No solo no perdió un solo partido de los cuatro que jugó en la Copa América, sino que ganó su serie con puntaje perfecto. Hizo siete goles, dio espectáculo, les ganó a equipos en teoría más competitivos como Ecuador y México. Sin importar qué ocurra de aquí hasta el final del torneo, creo que no es exagerado decir que Venezuela ha sido la gran sorpresa o, por qué no, la gran confirmación. No olvidemos que van cuartos en la Eliminatoria y que llevan por lo menos seis o siete años desmarcándose del fantasma de la Cenicienta, como se le llamaba en los ochenta y noventa, cuando la ‘Vinotinto’ era la eterna eliminada, el patito feo, el rival accesible.

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¿Qué pasó entremedio? Lo que siempre ocurre con este tipo de fenómenos: trabajo de menores, orden dirigencial y explosión generacional. A los peruanos lo que está pasando con el fútbol de Venezuela debería darnos gusto antes que envidia, pues sabemos de primera mano lo mucho que ha sufrido ese pueblo, y lo mucho que merece estas alegrías.

La educación sentimental de varias generaciones de sudamericanos está bañada de referencias venezolanas. De nombres de personajes y lugares que hemos sentido propios durante décadas, mucho antes de que se produzca la ola migratoria que cambiaría para siempre la fisonomía de la región. Si me dicen Venezuela, yo pienso inmediatamente en Simón Bolívar, Sucre, Manuelita Sáenz. También en el río Arauco, las islas Margaritas, Puerto Ordaz. O en la época en que tenían reservas de petróleo suficientes para abastecer al planeta. Pienso en el mar turquesa. En el joropo Alma llanera donde Pedro Elías Gutiérrez declara ser «hermano de la espuma, de las garzas, de las rosas y del sol».

Pienso, ya lo dije, en los futbolistas entusiastas que perdían todos los partidos de fútbol en la misma década en que las modelos venezolanas ganaban todos los concursos de belleza. Pienso en María Conchita Alonso y Nacho Dávila. En el pan de jamón, los chupes, las arepas. En las telenovelas machistas con nombres inverosímiles, Ligia Elena, Abigail, Leonela, donde los actores usaban un indeterminado número de palabras con che. Pienso en Franco De Vita, Montaner, El Puma, Óscar de León. Pienso en la prosa de Rómulo Gallegos y en el laconismo intenso del poeta Rafael Cadenas («De repente comprendí/Que matamos/Porque estamos muertos»).

A todo aquello que solía aparecer automáticamente en mi cabeza al pensar en Venezuela ahora se suman los personajes de esta selección que, liderada por Salomón Rondón y Yeferson Soteldo, han vuelto a conquistar para su país la alegría tantos años perdida.

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