Por aquellos días de la década de los 40, algunos artistas bohemios animaban las tardes del callejón con guitarra y tambor. La fiesta se armaba con cerveza y baile, hasta que la diversión se disipaba o el callejón hacía honor a su nombre al comenzar una pelea. En el margen de la puerta falsa, los hijos de Nicolás y Constanza —los mayores Balvina (Lina Branda) y Miguel Cipriano (Cheverín), y los menores Juana de Dios (Lita Branda) y Pablo (Melcochita)—, quienes siempre se escapaban al callejón para hacer travesuras, escuchaban y presenciaban las jaranas de las cuales, años más tarde, no solo serían partícipes, sino también creadores.
Sería por influencia de Miguel Cipriano que la pequeña y menuda Juana de Dios desarrollaría un irrefrenable gusto por la percusión. A los siete años, el bongó se convirtió en su lenguaje, uno que iría evolucionando golpe a golpe, y que tendría sus primeros conciertos en las cenas familiares, donde al ritmo de botellas, platos y cubiertos —acompañados de las bromas de Melcochita y Constanza—, la familia Villanueva pasaba sus tardes y noches.
“A mi papá le gustaba la música clásica, mi madre tenía un ritmo más movido por sus antepasados cubanos. Él incluso me metió a ballet pensando que se me pasaría, pero no fue así. Yo di mi primer paso a la música tropical y, junto a mis talentosos hermanos, salimos adelante”, recuerda Lita Branda, quien hoy reside en Maryland, Estados Unidos.
Mujeres al compás de la salsa
Durante aquellos años, Lima tenía una configuración diferente. Las calles del Centro fusionaban una rica herencia colonial con las influencias modernas de la época, mientras los barrios periféricos comenzaban a redefinir la expansión urbana. Durante las noches, recuerda Lita Branda, la ciudad se transformaba en una pequeña Nueva York, con la Plaza San Martín como epicentro de su vibrante vida nocturna. A pocos metros de la plaza se encontraban lugares emblemáticos como el Negro Negro, el Grill Bolívar y el Embassy, donde Cheverín, maestro de la percusión, acompañaba con su ritmo a las bailarinas del lugar.
Un par de años antes del siguiente paso de Lita Branda, Domitila Sánchez sentaría un precedente en el país al crear la primera orquesta femenina en el país, Danila y sus Magníficas, conformada únicamente por mujeres apasionadas por la música tropical. Ya consolidada como una de las agrupaciones más pedidas de Lima, el grupo se presentaba en el club Embassy, ubicado en jirón Carabaya 815. Fue allí donde, tras conversar con Cheverín, incluyeron en la orquesta a Lita Branda, entonces de 17 años, como percusionista y corista, marcando el inicio de una carrera llena de ritmo y talento.
“Mi papá decía que tocar percusión era cosa de hombres, él no quería que lo hiciera. Recuerdo nuestras primeras presentaciones, donde la gente nos miraba con asombro, incredulidad, y algunos con emoción por la novedad”, cuenta Branda, quien a pesar del éxito, aún recuerda ciertos prejuicios. “En una ocasión, un hombre se me acercó y me dijo: ‘¡Qué guapa eres!, lastima que no te gusten los hombre’. Yo solo me puse roja y me fui, pero ese tipo de cosas fue motivo para que algunas chicas de la orquesta se quisieran ir y dejar de tocar percusión”.
La orquesta estaba integrada por tres menores de edad, incluida Branda, quien estaba bajo la responsabilidad de Cheverín, y otras tres integrantes que luego aumentarían a ocho. El Embassy se convertiría en uno de los lugares más memorables para la joven artista, quien durante esta etapa experimentaría con un elemento que cambiaría su carrera: su voz.
“La mayor del grupo y voz principal de la orquesta, Rita Sáenz, se quedó afónica. Entonces Domitila me dijo que debía reemplazarla y convertirme en su suplente. En aquella época, a las cantantes femeninas se las llamaba ‘Lady Crooner’, y tuve que asumir ese rol”, recuerda Branda, quien dejaría la agrupación poco tiempo después por ser menor de edad.
Rumbo al extranjero
“Mi madre es una mujer trabajadora, pasa horas en el mercado y se mataba en ese oficio. Tengo que sacar a mi madre de esa vida’”, pensó Lita Branda en el momento en que decidió dar un gran paso. Gracias a su hermano Melcochita, acudió a una audición frente a Alberto Beltrán y Celia Cruz, quienes decidirían su ingreso como cantante al sello MAG.
En la prueba, soltó primero un “¡Ay, na’ ma’!” —expresión popular cubana que luego usaría en casi todas sus grabaciones—, seguido de un juego de tonos altos y bajos. Sin embargo, su garganta se secó de repente. Aun así, continuó hasta el final de la canción. Tras un momento de silencio y bajo la mirada de los veteranos artistas, se escuchó la voz de Celia Cruz sentenciar: “La chica tiene futuro porque tiene estilo propio”.
Tras su etapa en MAG, Branda firmó con Sono Radio, donde grabó canciones como “Cumbia que te vas de ronda” junto a Eulogio Molina, un éxito rotundo. También colaboró con McCann Erickson Corporation, una firma norteamericana de comerciales, gracias a una conexión con el pianista argentino Enrique Lynch. “Él me contactó porque, además de cantar, también escribía canciones. Eso me llevó a crear comerciales para Coca Cola y también para Pepsi con el tema ‘ Hasta la próxima Pepsi’”, comenta Branda.
En 1961, Lita Branda regresó al icónico Club Embassy, donde trabajó hasta 1965, consolidando su talento en un escenario que vibraba con la música tropical. Ese mismo año, gracias a Tito Contreras, su compañero en la Sonora Sensación, dio el salto a Nueva York, donde se presentó en escenarios que parecían inalcanzables desde su punto de partida en Lima. Su carrera floreció en Estados Unidos, donde compartió escenario con grandes figuras de la salsa como Eddie Palmieri, Héctor Lavoe —quien la presentó por primera vez como “la princesa de la salsa”—, Celia Cruz, Johnny Pacheco y otros miembros de la legendaria Fania.
Aunque Branda vivió momentos inolvidables en la Gran Manzana, su corazón siempre estuvo en Perú. “Mis momentos más felices fueron junto a mi familia, mis amigos, mi gente. Por eso siempre volvía a ver a mi madre y caminar por el Centro”, recuerda. Entre sus logros más entrañables destaca su participación en el Festival de Martinica, donde fue recibida como una estrella: miles de personas la esperaban en el aeropuerto y su concierto reunió a más de 50 mil asistentes. “Fue como vivir el sueño de una gran crooner, algo que nunca imaginé, pero que viví entre aplausos y el cariño del público que era contenido por un solo miembro de seguridad”, confiesa entre risas.
Con una carrera llena de éxitos, que incluye discos, composiciones y proyectos reconocidos, Lita Branda ha dejado una huella imborrable en la música tropical. Su legado está inmortalizado en la Galería Museo de la Salsa de Nueva York. Hoy, tras años de éxito, descansa de aquellos días de giras y escenarios, pero su espíritu artístico vive en proyectos como “The First Family of the Salsa” (2004), un homenaje que resalta las contribuciones de los Villanueva, una familia con muchas historias aún por contar.