Jueves, Octubre 24

Desde que la diseñadora británica Mary Quant la concibió en la década de 1960 (debía mencionarse también al diseñador francés André Courrèges), la minifalda tuvo amantes perdidos en sus fronteras y opositores que la acusaban de todo lo que imaginaban. No obstante, la juventud de esos años revolucionarios la lució con alegría, simpatía y hasta diríamos orgullo; era un símbolo de libertad, atrevimiento y respuesta a los cánones tradicionales de la moda.

La misma Mary Quant contó una vez que una auténtica inspiración para crear su popular falda fue observar a una bailarina de tap, cuya prenda plisada de 25 cm. de largo sobre unas mallas negras que cubrían sus piernas, la dejó anonadada, hipnotizada.

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Ya con el uso de la minifalda muy difundido y posicionada la prenda en la mente de la mayoría de los peruanos, desde mediados de los años 60 el minivestido llegó para subir la temperatura, a través de un concurso en el Callao. La norma clásica, dictada desde Inglaterra, marcaba los 34 cm. de largo para la minifalda. Pero eso iba a cambiar.

Más allá de los centímetros de largo de la prenda, la imaginación popular medía la audacia por los centímetros contados desde la rodilla hacia arriba. Esa era la fantasía de la gente; es decir, por la brevedad de la minifalda. Cada centímetro entonces valía verdadero oro para los expertos evaluadores.

El sábado 10 de febrero de 1968, el Club de Regatas “Unión” de La Punta, en el Callao, organizó el evento del verano. Fue una competencia exprés y con poca difusión para evitar el “escándalo” de cierto sector conservador de la Ciudad de los Reyes.

Destacó desde un comienzo una muchacha del Callao, Martha Abad Cavassa, quien lució un modelo “romano” a 10 cm. por encima de la rodilla. La belleza y carisma de la representante chalaca sumó puntos para ser una de las favoritas. De hecho, gozaba de una gran popularidad. Parecía que no había otra candadita favorita.

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Sin embargo, le salió una dura rival en Ilse Braedt, quien no quiso quedarse atrás y se presentó esa noche del sábado 10 muy minifaldera y con una pieza 15 cm. arriba de la rodilla. Carismática y bella también mostró con gracia y simpatía la falda que todos admiraron esa noche.

Los señores jueces de ese año de 1968 no discutieron demasiado quién debía ser la ganadora. El segundo lugar fue otorgado a la señorita del Callao, con la inconformidad de una parte del público asistente en La Punta. Ilse Braedt había ganado por esos cinco centímetros de diferencia. No había duda.

La minifalda se convirtió desde entonces en una pieza de vestir de uso general; una falda bien aceptada por todos. En los años 70 y 80, ya no era un tema de discusión en ningún sitio; pero a fines de la década de 1990 hubo un intento de censura desde el Congreso de la República, aunque usted no lo crea.

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En febrero de 1998, treinta años después del histórico concurso en La Punta, el parlamentario Alejandro Abanto Pongo (C90-NM) presentó un proyecto de ley que buscaba prohibir el uso de la minifalda en los centros de trabajo. Los enemigos de la popular prenda hasta pidieron la opinión oficial del Ministerio de Trabajo.

Menos mal que la cartera de Trabajo desestimó el despropósito, pues indicó a los congresistas que no se podía empezar a legislar sobre temas relacionados con el comportamiento del ser humano y el desarrollo de la sociedad.

Frente a esas circunstancias, el proyecto no pasó de la Comisión de Trabajo y Seguridad Social del Congreso, que lo archivó. El presidente de esa comisión, Luis Delgado Aparicio, zanjó el tema con una recordada frase: “La minifalda, cuanto más corta, mejor”. Fin de la historia.

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