
Lima es la ciudad donde la vida se mide en minutos perdidos. La novena en el mundo en el índice de tráfico vehicular. No hemos salido del top 15 desde el 2016, a excepción del 2021 (puesto 19). Entre más de 500 ciudades analizadas por TomTom, la capital peruana es un caso perdido. En la misma liga que Dublín (155 horas), que Ciudad de México (152 horas), que Arequipa, que ni siquiera es tan grande, pero que ha aprendido las mismas malas costumbres. Mientras tanto, en Al Baha, Arabia Saudita, pierden 11 minutos y 17 segundos en el tráfico al año. 11 minutos. Lo que aquí se pierde en una sola cuadra.
En Lima perdemos 55 horas más al año que en Santiago y 65 más que en Buenos Aires: tiempo suficiente para ver 22 partidos de fútbol. Son ciudades con mejor transporte público, lo que reduce los autos particulares. Aquí ocurre lo contrario: mal sistema, más autos, más tráfico. Perdemos 36 horas más que en Bogotá y el doble que en Río.
La ciudad se despierta temprano, pero el tráfico madruga más. De 6 a 9 de la mañana, de 6 a 8 de la noche, el embotellamiento es absoluto. Avenidas como Javier Prado o Panamericana Norte pueden añadir hasta una hora extra a los trayectos. Un viaje de 17 minutos se convierte en una odisea de 60. En algunas rutas, la velocidad baja a menos de 10 km/h. Federico Battifora, experto en tránsito y que analiza estos temas, dice que todo es culpa de la falta de fiscalización, de la competencia desleal de los colectivos, de los camiones que deberían circular en horarios distintos.
La firma TomTom elabora dos indicadores clave sobre el tráfico en las ciudades del mundo. El primero mide el peor tiempo promedio para recorrer 10 kilómetros en hora punta, donde Lima ocupa el noveno lugar global. El segundo índice, aún más revelador, calcula el tiempo total perdido en congestión vehicular al año. En este ranking, Lima lidera el mundo con 155 horas perdidas anualmente en el tráfico.
Las razones detrás del vía crucis
Culpables hay muchos. Los semáforos, por ejemplo. Mal sincronizados, incompatibles entre sí, descoordinados como una orquesta desafinada que hace perder hasta 30 minutos al día como lo informa El Comercio desde el 2019. Sin olas verdes, sin orden, sin lógica. Con softwares viejos, obsoletos, incompatibles con los sistemas de otros semáforos de las mismas avenidas y condena a todos al atasco eterno.
El diseño vial, otro desastre. Calles que se cruzan en ángulos imposibles, intersecciones caóticas, giros en U donde no deberían existir. Y el transporte público, peor. Deficiente, insuficiente. Eso explica por qué proliferan autos colectivos, informales, peligrosos, pero rápidos. Prefiere el taxi, el carro propio, porque el Metropolitano y los corredores no alcanzan, porque los buses compiten con los demás en la pista y no tienen carriles segregados, porque no hay opciones.
Y luego están los conductores. Mala educación vial, nula paciencia. Se estacionan donde quieren, bloquean las vías, hacen maniobras imposibles. Se cruzan, se meten, se pelean. El caos, el reino del claxon, la selva del asfalto.
Demasiados autos, poco espacio. Y el espacio mal diseñado. Lima creció sin planificación, sin orden, sin respeto por la movilidad. Y la gente sigue atrapada. Hay quienes pierden cuatro horas al día solo en el transporte. Cuatro horas. Un tercio de la jornada laboral, un tercio de la vida útil. Sumemos: cuatro horas al día, cinco días a la semana, veinte al mes, 240 al año. Casi diez días enteros. Diez días en un bus, en un carro, en una combi que huele a sudor y desesperanza.
El tráfico no afecta a todos por igual. Los que menos tienen son los que más tiempo pierden: viven lejos, en las periferias, y dependen de un transporte público deficiente. Son ellos quienes pasan horas atrapados en el tráfico cada día. Salen cuando todavía es de noche, vuelven cuando ya oscureció. Se levantan a las cinco, salen a las seis, llegan a las nueve. Trabajan hasta las seis, vuelven a las nueve, cenan y se duermen. Viven para transportarse. No viven.
El tráfico nos quita tiempo, nos roba energía, nos enferma. Pero aquí estamos, año tras año, en el top 10 del mundo. Viendo cómo el monstruo crece, cómo las soluciones no llegan, cómo el tiempo se escurre entre semáforos mal programados y buses que nunca tienen prioridad.
Y mañana será igual.