La Copa Libertadores de América –Conmebol Libertadores– nació en 1965 como homenaje a los líderes de la independencia sudamericana. Más que un torneo, representa la gesta emancipadora del continente. Las batallas de Junín y Ayacucho sellaron aquella libertad, y hoy su espíritu revive en un evento deportivo de alcance global.
Lima reúne condiciones únicas para convertirse en sede permanente de las finales: ubicación estratégica, conectividad aérea, clima, infraestructura moderna y oferta turística y gastronómica de clase mundial. Su neutralidad competitiva y capacidad organizativa la posicionan como capital natural del fútbol sudamericano.
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Pero ser anfitrión de una final continental trasciende lo deportivo. El deporte es hoy una industria estratégica. Informes de JP Morgan y Goldman Sachs revelan que el valor global del ecosistema deportivo supera US$1 trillón, con rendimientos mayores al S&P 500 y resiliencia frente a las crisis. La inversión fluye hacia clubes, medios, tecnología y ‘fan engagement’, consolidando al deporte como activo de inversión alternativa de alta rentabilidad.
INSEAD añade que el deporte entrelaza finanzas, cultura y tecnología. Las alianzas con plataformas digitales, fondos privados y marcas globales redefinen el modelo de negocio de los clubes, ampliando su sostenibilidad.
En esta edición, Palmeiras y Flamengo encarnan esa nueva gestión: asociaciones civiles profesionalizadas que diversificaron ingresos, instituciones con millones de fans y marcas globales. Ambos demuestran que la ventaja competitiva moderna está en la gestión, la integridad y la visión de largo plazo.
En la economía del deporte actual, el valor se mide en retorno sobre el capital invertido (ROIC por sus siglas en inglés), marca y flujos sostenibles; no solo en goles. Lima tiene la oportunidad de liderar esa visión y proyectar al Perú como motor de desarrollo, inversión y orgullo continental.














