Cuando uno camina por las calles de Chorrillos, tarde o temprano escucha el golpeteo seco de los guantes, el jadeo de alguien al borde de la asfixia, y la voz firme, sin concesiones, de José Luis Cabrera Castillo. De día o de noche, a los pies de un parque o en la acera de algún barrio, el veterano boxeador, quien hace más de 40 años abandonó el ring para refugiarse en la contabilidad y los menús de su restaurante, ha vuelto.
Para los jóvenes de Chorrillos, el cartel que lleva consigo, “Clases de Boxeo – 927 695 728”, es una promesa y un desafío. No todos logran cruzar esa línea imaginaria entre el deseo de aprender y la realidad de ser entrenado por un hombre que considera el descanso un lujo y el esfuerzo una obligación. José Luis, a sus 68 años, sigue sin tabique —quebrado en un combate de los Guantes de Oro en su juventud— y su nariz torcida como prueba de su historia. Con su físico sólido y recio, muestra sin querer lo que significa la disciplina que aún lo mantiene erguido, la misma que, dice, nunca traicionará.
Cuando cerró el restaurante, en marzo del 2020 por la pandemia del coronavirus, José Luis intentó ignorar la falta de ingresos, haciendo cuentas, estirando cada sol que la pandemia le dejó como saldo. Luego decidió desempolvar los guantes, ajustar las vendas y colgarse el cartel en el pecho.
Su primera clase fue un experimento, un acto de desesperación disfrazado de oportunidad. Cobraba cinco soles la hora, y en esos días, las dudas lo rondaban: ¿Quién querría aprender boxeo en la calle con un viejo como él? Pero en Chorrillos, entre la gente de a pie y los jóvenes que miraban con curiosidad, el exseleccionado nacional encontró a sus primeros clientes.
Algunos, ansiosos por la novedad, se apuntaban con entusiasmo. Muchos no lograban terminar ni su primera clase, víctimas de sus propios límites o del ímpetu de José Luis. “No bajo el nivel”, les advierte a todos desde el inicio. “Así me enseñaron en el Estadio Nacional en los 60, y así se entrena o no se entrena”. Punto.
A medida que José Luis acumulaba alumnos, el boxeo también comenzaba a ganar fuerza en Lima. Este deporte, que solía estar reservado para quienes se atrevían a entrar a un ring o a un gimnasio de barrio, ahora se ha convertido en una tendencia. Jóvenes y adultos de toda la capital encuentran en el boxeo una salida al estrés, una forma de tonificar el cuerpo y mejorar la resistencia, y, sobre todo, una disciplina que transforma tanto el físico como la mente. Cada vez son más quienes buscan sus beneficios: la mejora en el sistema cardiovascular, la coordinación, la fuerza muscular y, según algunos, incluso una mayor autoconfianza. José Luis, con sus guantes y su voz firme, ha capturado el espíritu de esta moda y, para muchos, simboliza un regreso a las raíces del deporte, lejos de los gimnasios modernos y lleno de autenticidad de la vieja escuela del boxeo.
José Luis había practicado yoga antes de que el boxeo lo reclamara por completo. Fue uno de los primeros en el país en entender el cuerpo como algo más que músculos y fuerza. Para él, el yoga era una disciplina de precisión, casi un arte. Entre sus fotos guardadas —polvorientas, algunas desgastadas por el tiempo— hay una en la que aparece él, torso desnudo, con el abdomen hundido en una inhalación profunda, exhibiendo la columna vertebral desde adelante. Esta técnica, que requiere un control completo de la respiración, es una muestra de su entendimiento del cuerpo. “Es lo más cercano a verte por dentro”, explica con voz pausada a aquellos que preguntan. La quietud y el dominio que el yoga le enseñó lo acompañaron siempre en el ring, y ahora en su vida diaria.
Con el tiempo, el cartel de “Clases de Box” se volvió un símbolo en las calles de Chorrillos. No tiene gimnasio, pero José Luis lleva sus implementos siempre a mano: unas guanteletas gastadas, unas bandas TRX para colgar en algún árbol, sogas para saltar y vendas. Si el parque está libre, ahí se instala. Si el cliente prefiere una sesión en casa, se desplaza sin quejarse. Las familias de La Encantada de Villa, una de las zonas más exclusivas, le han abierto las puertas, valorando no solo el ejercicio, sino también la experiencia que solo alguien como José Luis puede ofrecer.
Conforme ganó confianza en él, también entendió el valor de su trabajo. Aquellos cinco soles iniciales por hora se elevaron con el tiempo, y con ellos también su seguridad en el servicio que da. Ahora, José Luis puede decir que mantiene a su familia con los ingresos de sus clases. Su conocimiento del cuerpo —de los músculos, las posturas y la alineación correcta para aprovechar al máximo cada movimiento— lo ha convertido en un entrenador único en su estilo. Y no solo es por el esfuerzo: los resultados son indiscutibles. Sus alumnos más constantes comentan, entre jadeos y risas, que han perdido hasta ocho kilos en los primeros dos meses. Aquellos que logran sobrepasar la primera clase notan los efectos, aunque el recorrido no es fácil.
Los entrenamientos de José Luis, exseleccionado nacional categorías mosca y gallo, se mantienen fieles al rigor que él mismo sufrió en su juventud como seleccionado nacional. Las sesiones, que se anuncian de una hora, rara vez terminan en menos de dos. Comienzan con un calentamiento de treinta minutos de TRX y ejercicios de alta intensidad. Luego, el verdadero boxeo empieza: guanteletas, golpes al aire y, en ocasiones, una sesión de sparring suave, donde José Luis, con su voz ronca y su mirada firme, va marcando el ritmo. Sus palabras son escuetas, precisas. “Golpea así… no te aceleres… cuida la guardia”, y si alguien comete un error, lo corrige sin miramientos. La técnica es todo, y la técnica no permite atajos.
Entre sus alumnos hay quienes vuelven cada semana, y hay otros que no regresan. “No puedo bajar el nivel”, afirma, como si temiera traicionar no solo su enseñanza, sino el espíritu que lo llevó a ser quien es. Cuando José Luis habla de boxeo, su rostro se endurece, y en su mente parecen revivir las enseñanzas de sus propios entrenadores, quienes le exigieron siempre al máximo en el Estadio Nacional.
A días de la pelea de Mike Tyson, José Luis parece rejuvenecer en sus palabras. Habla de Iron Mike como un viejo conocido, como alguien que comparte su devoción por el esfuerzo y el entrenamiento sin concesiones. “La victoria de Tyson es inminente”, asegura sin titubeos.
Mientras continúa en sus rondas por Chorrillos, cargando sus guantes y su cartel, José Luis no solo entrena a los jóvenes y adultos que buscan mejorar su físico: también les da una lección de resiliencia y tenacidad. Ha tenido que reinventarse tras cada caída: en su juventud, cuando abandonó el boxeo, en la pandemia, cuando perdió su restaurante, y ahora, con cada nuevo alumno que pasa por sus manos. José Luis sabe que no existe la victoria sin lucha, ni aprendizaje sin sacrificio. En Chorrillos, José Luis Cabrera es más que un entrenador: es una leyenda viviente que, aún a sus 68 años, sigue dándolo todo en cada clase, sin bajar el nivel ni un solo paso. Hasta que el cuerpo le diga basta.