
En pocos años, la señorita Leonor Otero, nacida en Chiclayo el 28 de junio de 1911, se convirtió en una figura de la nueva “Corte Superior de Justicia” piurana, destacando primero como secretaria, y luego como relatora y hasta atendiendo las consultas de los pocos litigantes piuranos de la época. Había llegado a la Corte para un periodo de prueba, pero finalmente laboró de manera ininterrumpida entre el 8 de agosto de 1931 y el 30 de abril de 1941. Casi diez años.
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El Comercio la entrevistó el 17 de febrero de 1996, cuando Leonor Otero tenía 84 años. Entonces dijo: “No me avergüenzo de decir que jamás fui al colegio. Los pocos libros que llegaban a la casa los leía. Tuve una ortografía como si hubiera estudiado en una escuela empeñada principalmente en corregir la redacción”.
Con lucidez y gran conciencia de su vida, la venerable mujer añadió: “Nací con la bandera de los enfrentamientos de la vida. De luchar por conseguir un pan todos los días”. Contó que el Poder Judicial, a través de la Gerencia de Personal y Escalafón, le había entregado un certificado confirmando que ella era la “primera mujer” que trabajó en esa institución desde 1931. (EC, 17/02/1996)
Eran tiempos en que nadie esperaba ver a una mujer trabajando en una institución del Estado, y menos aún en una Corte Superior, donde solo había vocales, fiscales y jueces hombres. “Soy la primera mujer que laboró en el Poder Judicial”, señaló con inocultable orgullo Leonor Otero.
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Leonor -junto a sus cuatro hermanos- quedó huérfana de padre desde los cuatro años, luego de esa pérdida vivió con sus hermanos y madre en la casa de su abuela materna en Chucuito, Callao. Al morir esta, su madre los llevó a vivir a Piura cuando la pequeña Leonor contaba con 12 años. Allí fue que sintió en carne propia la desesperanza que generaba la pobreza en los suyos. Por eso siempre pensó en ayudar a su familia.
Décadas después, en 1996, dijo a El Comercio que, “conociendo la situación económica por la que atravesaba mi familia, se acercaron a mi casa los doctores Alejandro Freundt Rossell y otro de apellido Sánchez Herrera. Entonces me preguntaron si quería trabajar en la Corte de Piura que estaba por instalarse”. Y dijo que sí. (EC, 17/02/1996)
A comienzos de los años 30, la señorita Otero Carcovich, sentada en un escritorio y con pluma y tinta (no llegaban aún los lapiceros a Piura) tenía que transcribir aproximadamente tres páginas de las sentencias de los juicios para los que lo requerían, y por cada página le pagaban 30 centavos de Sol de Oro (90 centavos diarios). En esos años, cuentan que la canasta diaria le costaba a la gente unos 80 centavos.
“Cuando tenía esa cantidad, pedía permiso para ir a mi casa, le dejaba el dinero a mi madre y regresaba rápidamente a la Corte. Considero que la pobreza no avergüenza, sino que dignifica al hombre”, mencionó Leonor Otero, quien remarcó que si hubiera tenido la opción de estudiar alguna carrera, habría preferido la de abogacía, siempre con la idea de “hacer justicia”. (EC, 17/02/1996)
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La joven Leonor Otero ordenó el archivo de la Corte Superior de Justicia de Piura, estableciendo un orden de los expedientes año por año y mes por mes, además de darle una clasificación alfabética. Con gran vocación de servicio, Otero se hizo imprescindible en la Corte norteña. Tras una década de esfuerzo en las oficinas del Poder Judicial, todos resaltaron su capacidad profesional, don de gente y, especialmente, buen trato a los visitantes de la Corte Superior de Justicia piurana.
Ese 1941, la pionera femenina en el Poder Judicial cumplía 30 años de edad y decidió entonces casarse con el ingeniero alemán Iván Hofbauer, pasando a llamarse Leonor Otero de Hofbauer. El ingeniero teutón venía de Lima a Piura para inspeccionar las fallas que sufrían las máquinas de la hacienda Eguiguren. “Cuando lo vi, me dije: ¡qué pena: has perdido la batalla!”, expresó Leonor, con un sonrisa pícara. Casada, vinieron a Lima a radicar y aquí nacieron sus hijos Iván Hofbauer Otero, en 1943, y Katia Hofbauer Otero en 1948. (EC, 17/02/1996)
La vida le impuso retos. Leonor Otero siguió contando su historia a El Comercio en 1996. Y allí contó cómo ya con dos hijos, en 1950, su esposo perdió una pierna por problemas de circulación. Y entonces debió encargarse casi completamente de su familia, con un hijo de 7 años y una hija de 2 años. De esta forma, vendió golosinas dentro de un quiosco, primero en el Colegio Santa Úrsula por 11 años, y después en el Colegio Maristas de San Isidro por 25 años.
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A sus 84 años, en 1996, Leonor Otero viuda de Hofbauer vivía en una cálida casa de Jesús María, en medio de óleos de Macedonio de la Torre, Humareda, Sabogal, entre otros. Pasaba sus días leyendo a Julio Ramón Ribeyro, su escritor peruano favorito.
“No estoy decepcionada de la vida y no me arrepiento de haberme convertido en una perfecta madre. Pero en estos momentos quisiera tener 20 años. Estaría en periodismo, en reuniones con los intelectuales, cantando como Cecilia Barraza y haciendo una vida totalmente noctámbula”, confesó aún con un brillo intenso en la mirada.
El 30 de enero del 2000, a sus 88 años, Leonor Otero volvió a declarar a El Comercio. Mantenía la lucidez, escribía un libro sobre su vida (que pretendía titular “Lo que es ser pobre en el Perú”) y estaba en política, sí, aunque podía parecer increíble. Desde el 3 de noviembre de 1997, era nada menos que la presidenta honoraria del Comando Nacional Femenino de Solidaridad Nacional, el partido que entonces lideraba Luis Castañeda Lossio. La frase que la octogenaria más repetía entonces era: “Quiero ayudar a los pobres”. (EC, 30/01/2000)
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En marzo del 2005, ya como alcalde de Lima, Luis Castañeda le otorgó, con motivo del Día de la Mujer, el Premio Minerva, “en reconocimiento a sus virtudes de madre trabajadora y luchadora incansable que se ha constituido en ejemplo permanente para las mujeres del país”.
Leonor Otero Carcovich de Hofbauer, la primera mujer trabajadora nombrada en la historia del Poder Judicial del Perú, falleció 12 días antes de cumplir 97 años. El 16 de junio del 2008 dejó de existir, pero ya había dejado su huella personal en la memoria de muchos peruanos.
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Para ello, Gonzalo y el abuelo se remontan a 1919, año en que una turba instigada por el entonces presidente Augusto B. Leguía atacó e incendió parte del local donde funcionaba la redacción de El Comercio.
En respuesta, don José Antonio Miró Quesada ordenó construir un nuevo edificio en la misma locación, que sea tan imponente como una fortaleza.
Este año, la casa de El Comercio cumple 100 años de inaugurada y lo celebramos rememorando algunos momentos y personajes históricos que pasaron por ahí.