
El estudio reunió a más de 120 expertos de todo el planeta y analizó más de 11 millones de geoposiciones correspondientes a 15,835 ejemplares de 121 especies distintas, incluyendo tortugas, aves, mamíferos marinos y tiburones.
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El trabajo fue coordinado por la Dra. Ana Sequeira, directora de investigación de la organización MegaMove y profesora asociada de la Universidad de Australia Occidental, quien contactó a científicos de distintas regiones para recopilar datos recolectados durante casi tres décadas.
El hallazgo más inquietante es que solo el 7.5% del espacio que usan para migrar, alimentarse o reproducirse —momentos clave de su ciclo vital— coincide con zonas marinas protegidas. Esto significa que incluso si el mundo alcanza el objetivo de proteger el 30% de los océanos para 2030, como propone la ONU, buena parte de la megafauna seguirá desprotegida si no se replantean las prioridades de conservación.
De acuerdo con la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza, “un área protegida es un espacio geográfico claramente definido, reconocido, dedicado y gestionado, a través de medios legales u otros medios efectivos, con la finalidad de lograr la conservación a largo plazo de la naturaleza y sus servicios ecosistémicos y valores culturales asociados.
Sin embargo, esta nueva investigación podría cambiar el paradigma de actual de conservación de las especies. Joanna Alfaro, investigadora de la Universidad Científica del Sur y participante del estudio, señala a El Comercio que “en un acto de desprendimiento total —y es algo que se da muy pocas veces en el mundo de la investigación—, los científicos han brindaron toda esa información reunida por tantos años”. Es por eso por lo que los datos son tan grandes. Y allí radica su importancia.
Conversamos con Alfaro sobre su participación en esta investigación global y sobre cómo afecta a nuestro país. A continuación la entrevista.

-¿Cuál es la principal revelación que deja este estudio global sobre la megafauna marina?
Uno de los hallazgos principales es que, aunque solemos pensar que al crear un área protegida ya estamos asegurando la conservación de ciertas especies, en el caso de la megafauna marina —que incluye animales migratorios que recorren grandes distancias— eso no es necesariamente así. Lo que mostró el estudio es que la mayor parte del océano que estas especies usan queda fuera de las áreas protegidas. Y eso es muy revelador, porque sugiere que muchas de esas áreas se han definido sin suficiente información empírica. Ahora sabemos que, al menos para estas especies, las zonas protegidas actuales no son suficientes.
-Tengo aquí un dato del estudio que, si no me equivoco, indica que solo el 7.5% del espacio que usan estas especies para migrar, alimentarse o reproducirse coincide con zonas protegidas. ¿Ese es el porcentaje?
Sí, exacto. Y es un porcentaje muy bajo, sobre todo si pensamos que las áreas protegidas deberían asegurar la conservación de estas especies. Con este estudio queda claro que no es así: ni siquiera llegamos al 10% del espacio que realmente utilizan. Eso muestra que las áreas protegidas actuales no están alineadas con los lugares que estas especies necesitan para sobrevivir.
-Y este descubrimiento, para la comunidad científica y quienes investigan estos temas marinos, debe haber sido bastante impactante, porque es como decir que las zonas que pensábamos que protegían a los animales, en realidad no lo hacen.
Exactamente. Sí, ese fue uno de los puntos más importantes del estudio. Y, desde mi perspectiva personal, creo que los tomadores de decisiones —los gobiernos, las autoridades— deberían considerar más los datos científicos, o incluso invitar a los investigadores a aportar directamente cuando se diseñan las áreas protegidas.

-¿Cómo se establece un área protegida? Por ejemplo, en el caso del Perú, ¿cuál es el proceso para crear una zona protegida en el mar o en cualquier otro lugar?
Bueno, en el Perú las áreas protegidas están a cargo del Sernanp, pero es un trabajo que involucra a varios sectores en el momento en que se decide crear una. A veces es el Ministerio del Ambiente quien las impulsa —donde también está Sernanp—, y en otros casos es la sociedad civil la que promueve su creación. Creo que todas esas formas de iniciar el proceso son válidas.
Lo que sí me parece que podemos mejorar es en invitar más a los científicos, a la academia, para que aporten desde su conocimiento. No todo tiene que venir del Estado. Justamente para eso existen este tipo de investigaciones: para ser utilizadas en beneficio de la sociedad. Y crear áreas protegidas es una forma de generar ese beneficio común.
-¿Cómo lograste participar en este estudio? ¿Te contactaron directamente?
Sí, así fue. Hicieron una convocatoria abierta a investigadores que tuvieran este tipo de datos, que no son tan comunes. ¿Por qué? Porque recolectarlos es caro. Una marca satelital, por ejemplo, puede costar hasta cuatro mil dólares, y además hay que pagar la transmisión de la señal, que también tiene su costo.
Además, necesitas ciertas capacidades que no todo el mundo tiene: estar en el mar, identificar a qué población vas a estudiar y hacer todo con muchísimo cuidado para no afectar al animal. Es un trabajo muy especializado.
-¿Qué hallazgos específicos encontraste tú en el caso de Perú?
En el caso de Perú, lo que muestran los mapas es que la mayor parte de la información disponible está concentrada cerca de la costa. Y eso es preocupante, porque, aunque hemos trabajado con tortugas que suelen estar en zonas costeras, hay una gran extensión más alejada de la costa de la que no tenemos datos.
Si miras el mapa del estudio, vas a ver que hay áreas vacías frente al litoral peruano, y eso no significa que no haya animales, sino que faltan estudios en esa zona.
-¿Y por qué no coinciden las áreas protegidas actuales con las zonas que realmente usan las especies?
Es una combinación de factores. Por un lado, muchas veces los científicos no somos consultados en el proceso y, por otro, los presupuestos para identificar áreas protegidas suelen ser muy bajos. En Perú, por ejemplo, en varios casos se ha trabajado con cero o casi nada de presupuesto para definir estas zonas, y eso obviamente limita lo que se puede hacer.
Además, hay temas políticos. Hay zonas de alta actividad petrolera o pesquera en el mar, y es difícil que se proponga proteger un área donde ya hay intereses económicos importantes. Son decisiones que a veces se resuelven más a nivel político que técnico. Entonces, es una mezcla de falta de investigación, de presupuesto y también de conflictos con actividades económicas que tienen un gran peso, como la pesca industrial o la extracción de petróleo.
-¿Cómo lograron rastrear los movimientos de tantos animales en todo el mundo? ¿Qué tecnología usaron?
Sí, se trata de tecnología de telemetría satelital. Básicamente usamos marcadores satelitales que contienen GPS. Son dispositivos que vienen en diferentes formas y se colocan en el cuerpo del animal —por ejemplo, en el caparazón de una tortuga—. Una vez en el mar, el dispositivo transmite su ubicación cada vez que el animal sube a la superficie.
Algunos marcadores incluso tienen sensores de profundidad, así que también puedes saber si el animal está buceando, en qué zona del mar se encuentra o si está en movimiento. Es como seguir su comportamiento en vivo.
La señal llega directamente a la computadora del investigador. En nuestro caso, colocamos las marcas en el mar y luego, desde la oficina, podemos recibir toda la información vía satélite.
-¿Qué tipo de amenazas enfrentan estas especies en aguas peruanas?
Esa es una parte muy importante y quiero aprovechar para resaltarla. En el Perú hay cinco especies de tortugas marinas, y tres de ellas están catalogadas como críticamente amenazadas. Ese es un término usado a nivel global para clasificar el grado de peligro que enfrenta una especie. En este caso, hablamos de la tortuga carey, la tortuga cabezona y la tortuga laúd, que es una de las que más nos preocupa.
Al mismo tiempo, Perú es parte de la Convención Interamericana para la Protección y Conservación de las Tortugas Marinas, que es un acuerdo vinculante. Es decir, tiene un peso legal importante dentro de nuestra política internacional. Poder mostrar con datos que estas tortugas no solo están en Perú, sino que migran hacia Chile, México y otras partes del Pacífico, nos ayuda a reforzar la idea de que no estamos protegiendo solo a especies “locales”.
Estas especies no tienen pasaporte. No son peruanas, ni chilenas, ni mexicanas: son del mundo. Y esa es una característica clave de la megafauna marina migratoria, como la que aparece en este estudio.
-¿Por qué es importante conservar a estas especies?
En el caso de las tortugas —aunque esto se aplica también a los otros grupos del estudio—, son lo que llamamos especies paraguas. Es decir, al proteger a las tortugas, también estamos protegiendo los hábitats en los que viven. Y esos hábitats también albergan peces y otros recursos que nos sirven de alimento a los peruanos.
En algunos lugares también se desarrollan actividades turísticas con tortugas, así que si las afectamos, también estamos afectando a los operadores turísticos y a la gente que quiere verlas y disfrutarlas. Además, en varias culturas las tortugas tienen un valor simbólico o espiritual, y aunque en nuestro país eso no sea tan fuerte, hay que reconocerlo.
Y, por último, está su valor intrínseco: por el simple hecho de existir, estas especies forman parte de la biodiversidad del planeta. No deberíamos desconectarnos ni desentendernos de eso. Es responsabilidad de todos —como peruanos y como ciudadanos del mundo— que estas especies sigan existiendo y estén en buenas condiciones.
-¿Qué debería hacer el Estado peruano con esta información?
Yo siento que hay instituciones del Estado —no todas, pero sí algunas— que tienen un poco relegada la investigación. Muchas veces reconocen los logros científicos de otros países, pero no se dan cuenta de que en su propio país también se está haciendo muy buena investigación. No solo desde la Científica del Sur o ProDelphinus, sino también desde la Usil, la Cayetano Heredia, San Marcos… Hay muchísimo valor.
Creo que los investigadores también deberíamos tener un lugar en las mesas donde se toman decisiones. Muchas veces esas decisiones se hacen de arriba hacia abajo, y lo ideal sería que incluyan a todos los sectores: la industria, el turismo, las comunidades y también la academia. Porque tomar decisiones sobre biodiversidad y sobre los servicios ecosistémicos no solo es una cuestión ambiental, sino una inversión para el bienestar de todos.
-Bueno, y ya para concluir esta entrevista, ¿qué te gustaría seguir investigando o impulsando después de este estudio?
Sí, claro. Para quienes nos dedicamos a la investigación de forma profesional, publicar es una de las maneras más importantes de compartir nuestro trabajo con la comunidad. Y yo creo que el trabajo de los científicos no se acaba nunca.
En mi caso, ya he publicado más de 100 artículos científicos, este estudio es uno más, pero sigue siendo igual de especial porque refleja mi pasión por lo que hago. Y también porque en el Perú hay muchísimo por investigar. Siento que es una responsabilidad no solo de los científicos, sino de todos los peruanos, estar informados sobre lo que se está investigando y buscar cómo aplicar ese conocimiento para mejorar nuestra sociedad.
Esa es la misión que yo tengo a título personal: quiero que mi investigación sirva para resolver problemas reales, especialmente en el campo marino, que es donde he enfocado la mayor parte de mi trabajo.