
MIRA: Del “hoy hacen historia” de Gorosito a los Sub 20 debutantes a la cábala de Quevedo que besó en pantalla: lo que no se vio del puntazo de Alianza
La ‘U’ no tiene un equipo malo, solo que no compite a nivel internacional. Pelea, sí, jamás se entrega, pero no compite. Al menos hasta ahora. Dirán que van solo dos partidos (con River e Independiente del Valle), pero también podríamos decir que van cuatro tiempos, es decir, ciento ochenta minutos que resultan suficientes para darse cuenta de que la parrilla no prende porque, pequeño detalle, no tiene carbón.
No tenemos gol. No tenemos un nueve, y a veces tampoco un ocho, ni un siete, ni un seis. En el campeonato local, esa falencia tiende a disimularse, porque la producción conjunta de Valera, el Oreja Flores o el Tunche supera la media de los delanteros en actividad en La Liga 1; pero en la Copa no asustan a nadie. Para los jugadores encargados de pilotear la ofensiva de la U –incluidos los más experimentados– salir del torno peruano a la Copa ha sido como pasar de golpe del patiecito de primaria al canchón de secundaria, como pasar de súbito de la patera de niños a la piscina olímpica: así de perdidos se les ve, así de inofensivos.
No voy a mencionar a Diego Churín, porque con toda la leña que se ha hecho de ese árbol ya alcanza para una veintena de fogatas; y porque, a fin de cuentas, la eficacia de un jugador también es responsabilidad de los directivos que lo contrataron mirando vídeos antiguos o acatando consejos o siguiendo ‘sus intuiciones’. Ojalá que, si la cosa termina mal en la Copa, y todo apunta que así será, los encargados del club sepan decir “nos equivocamos” o, en el colmo de la sinceridad, “nos volvimos a equivocar”.
Los hinchas esperamos ese gesto autocrítico. Por ahora solo podemos admitir con pena que nuestros delanteros no aciertan, pero nuestros dirigentes tampoco. Los dos comparten la misma pólvora mojada.
Esta carencia de agresividad irrita más a quienes aún barajamos en la memoria nombres de buenos delanteros, nacionales y extranjeros, que nos han hecho sentir orgullosos, o al menos satisfechos. De fines de los noventa en adelante pienso en Balán, en Baroni y Tomás Silva; en Alex Rossi, en Letelier y en Czornomaz; desde luego en Esidio, en Piero Alva y, por qué no, también en Roberto Farfán. Y en los últimos años, atacantes como Alberto Quintero, Germán Denis o Jonathan Dos Santos fueron buenos jales; no sé si baratos, pero sí rentables. Quizá ninguno fue descollante en una Libertadores con la U, pero sin duda pateaban al arco .
Otro tema es la cantera de la ‘U’. Desde Raúl Ruidíaz, ese criadero no produce delanteros de exportación. Tenemos un solo caso de éxito a diferencia de Alianza, que vio migrar a Claudio Pizarro, Paolo Guerrero, Jeferson Farfán, Wilmer Aguirre y Yordi Reyna. No dudo que haya razones económicas, institucionales o antropológicas para explicar esa ausencia de talentos, pero hoy el hincha –que cree, que espera, que confía, y que va al estadio como si fuera a misa– sufre esa orfandad por encima de todos.
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