Si algo ha caracterizado este 2024 es el asentado rechazo a las instituciones en su conjunto. En contraste con el convulso 2023, en el 2024 el rechazo ha sido graficado con porcentajes de aprobación cada vez más nimios.
Por ejemplo, en promedio, en diciembre, la presidencia tiene un respaldo menor de 5% (Datum: 3%, Ipsos: 4%). Dicho de otra manera, solo uno de cada veinte peruanos aprueba el mandato de Dina Boluarte.
Ello debe explicar el iracundo dislate presidencial de hace unos días, cuando la jefa del Estado, en un evento público, dijo: “Y a los que me califican que dizque que tengo 3% de aprobación, yo les digo a ellos: de una vez pónganme cero-cero (0-0), así estamos empatados y nos vamos a penales. A ellos les digo: para qué gastan su dinero, su energía” (20/12/2024).
Lo dicho refleja no solo la usual molestia, muy extendida, entre políticos que no gozan de respaldo popular, sino también dos aspectos que resultan preocupantes y alarmantes: una profunda ignorancia y un interesado ánimo difamatorio.
Sobre lo primero, cualquier persona, con un grado universitario, tiene una idea mínima del método estadístico, lo que impediría que se digan cosas tan fuera de lugar como “me califican” o “pónganme cero”. El caso se agrava si se considera que esta persona logró un puesto en el Estado (Reniec) por concurso público y que, luego, ha ejercido funciones ministeriales durante varios meses, sin considerar la actual altísima responsabilidad que ostenta.
Lo segundo termina siendo más penoso: el afán de difamar. En la misma alocución, Boluarte sostiene: “Primero empezaron poniéndome 11%. Luego nos tocaron la puerta: ‘Pero dennos alguito, pues, le podemos subir dos puntos; o sea, a 11′ (sic). Yo les he dicho: ‘Nada’. Porque ese dinero prefiero gastarlo en Llamkasun, para las hermanas y hermanos”.
No obstante, la presidenta nunca precisó qué empresa o personaje le hizo tal oferta. En cambio, prefirió aludir al gremio en su conjunto. Si hubo un comportamiento u ofrecimiento como el descrito, corresponde individualizar la acusación.
Boluarte, por el contrario, opta por generalizar, quizás en un torpe afán por reducir el impacto que las cifras reflejan. Al hacerlo, como bien dice Apeim –el gremio de encuestadoras– Boluarte incurre en difamación.
Al cierre de esta columna, la rectificación no había llegado. No debería descartarse que lo dicho por la mandataria no lo corrijan ni ella ni algún vocero gubernamental.
Más bien, es más probable esperar un nuevo golpe a las encuestadoras. Un comportamiento que recuerda a la Reina de Corazones (también conocida como la Reina Roja), aquel personaje de “Alicia en el país de las maravillas” que al grito de “¡Que le corten la cabeza!” se deshacía de las causas de sus desagrados.