En la necesidad de autogobernarnos en libertad y en democracia, los peruanos estamos hechos para vivir bajo la mano dura de las reglas. Mayoritariamente votamos mal y no participamos en los partidos. Pero no podemos vivir votando mal todo el tiempo ni con partidos en crisis o colapsos permanentes.
Necesitamos reglas que atenúen este doble desastre: el del voto, como salto al vacío, y el de los partidos, como tierras de nadie. La gobernabilidad del país se nutre de la delegación de poder del ciudadano mediante su voto y de los partidos como movilizadores responsables de ese voto en cada elección y como intermediarios irremplazables entre la sociedad y el poder.
Si ha habido reglas que han permitido la existencia de elecciones primarias, aunque a medias y frágiles, sumemos otras mejores que fortalezcan aún más los filtros partidarios internos de idoneidad y representatividad. Los partidos tienen que abandonar el libre albedrío de ser sujetos de compra y venta de apetitos y ambiciones personales, o de reclutamiento improvisado y al azar de candidaturas que hacen la fortuna, más que política, de sus inescrupulosos promotores temporales.
Quizás en otro tiempo pudo pensarse que la mejor ley de partidos era la que no existía. Aquellos tiempos, de hegemonía militarista y debilidad civilista, hicieron penoso el aprendizaje democrático pendular a lo largo de los siglos XIX y XX.
El siglo XXI nos ha reservado la necesidad de reclamar firmeza en lugar de fragilidad en materia de reglas políticas y electorales. De ahí que el voto tenga que ser obligatorio, porque el voluntario no funcionaría por el alto grado de ausentismo que registraría una convocatoria electoral. De ahí que insistamos en la construcción de un sistema de partidos, todo lo opuesto al tumultuoso espectro de hoy, bajo reglas y vallas que lo protejan de su dispersión, eviten su manipulación y salven su perdurabilidad.
En una sociedad no democrática y eminentemente caudillista como la nuestra, las reglas de mano dura no tendrían que ser una novedad, como tampoco lo sería un gobierno de mano dura que no se aparta de la ley ni de la Constitución. ¿Acaso no es un dato contundente aquel que nos trae la última encuesta de Datum, con el señalamiento preciso del 48 % de reclamo de un liderazgo de mano dura?
Los ejemplos de largo plazo en organización y liderazgo de Alianza para el Progreso (25 años) y Fuerza Popular (15 años) en el nuevo siglo, sobre el colapso de no pocos partidos de corto plazo como Unión por el Perú, Perú Posible, el Partido Nacionalista, Solidaridad Nacional y Peruanos por el Kambio, encajan perfectamente en esta perspectiva.
El rescate del APRA y del PPC y el resurgimiento de un JNE por ahora más confiable deben recordarnos que, a falta de liderazgos y de organización en los partidos y en la autoridad electoral, buenas son y serán las reglas de mano dura.
Acción Popular, hecho hoy escombros, requiere justamente de reglas internas de mano dura para reconstruir el liderazgo y la organización perdidos hace mucho tiempo.














