No se llama “Salvadora” por estar consagrada a alguna figura religiosa. Hace 150 años, había compañías de bomberos dedicadas a apagar el fuego, como la Garibaldi en el Callao, o la Roma, en Lima. Pero también estaba este grupo dedicado a resguardar los bienes en peligro. En aquella época, además de la noble tarea de salvar vidas, el sacrificio alcanzaba al salvataje de la caja fuerte o del aparador de cedro de la abuela. Hoy nos parece extraño, pero antaño ambas instituciones se mantenían separadas, e incluso había desencuentros entre ellas en pleno siniestro. “El bombero era quien apagaba el incendio, mientras que el salvador rescataba lo poco que podía quedar de los bienes de los ciudadanos. Entonces, a la dedicación de salvar vidas se sumaba el salvataje de sus pertenencias y muebles, que se consideraba entonces parte de la dignidad del afectado. Ellos se sentían muy orgullosos de salvar, custodiar y entregar el patrimonio rescatado, aunque hoy eso sería impensable”, nos recuerda la historiadora Cecilia Bákula, quien en su libro “Compañía de Bomberos Salvadora Lima 10: 150 años de historia y servicio”, recupera la épica historia de esta compañía ubicada a media cuadra de la Plaza San Martín.
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Parece una situación de comedia: Imaginemos, frente al dantesco incendio, a los hombres encapotados peleándose por defender sus fueros, decidiendo quién entraba primero al inmueble en llamas. Los roces y altercados llegaron a ser tan recurrentes que la autoridad pública debió sentar a la mesa a bomberos y salvadores para acordar las prioridades. Fundada en 1874, la compañía Lima 10 se sumó al Cuerpo general de Bomberos en 1893, aunque sus miembros no quisieron dejar el nombre de “Salvadora” para la institución. Hemos dicho que la compañía se encuentra al lado de la Plaza San Martín, pero siendo rigurosos, ocupan ese local mucho antes de la construcción del monumento o de los edificios cercanos, sea el Hotel Bolívar, de apenas un siglo de construido, o el Club Nacional, concluido en 1929.
En efecto, la historia de los bomberos es también la de una ciudad en formación. Una Lima cuyos canales de riego servían como hoy los hidrantes de incendio. Nuestra portada lo refleja: el valeroso equipo posa sobre su potente camión Mercedes Benz, en lo que parece una reseca pampa. Si aguzamos la visión, veremos a lo lejos el flamante monumento a Jorge Chávez y detrás, el Ministerio de Salud poco antes de su inauguración a inicios de los años treinta.
Como señala la investigadora, las compañías de bomberos se consolidarán en Lima a inicios del siglo XX, siempre de forma silenciosa. “Desde el inicio, ellos mismos van a proveer sus mangueras y baldes. La ciudad crecía y donde terminaba, aparecía una plaza, una municipalidad, una parroquia y un cuartel de bomberos. Pero ellos no estaban allí como parte de la planificación estatal. Aparecen como manifestación del espíritu de servicio de las comunidades emergentes”, dice Bákula.
La compañía de Bomberos Salvadora Lima 10 es muy consciente de su historia. En el cuartel del Jirón de la Unión 1027, tienen reservado espacio para un pequeño museo, que alberga dos preciosas máquinas que los atornillan con sus orígenes: su bomba a vapor Merry Weaher y su camión Mercedes Benz. Tienen archivos documentales celosamente guardados y, por supuesto, el permanente recuerdo de sus héroes, los compañeros muertos en servicio. El suyo es un espíritu de cuerpo que, como destaca Bákula, se ve enriquecido con la participación de las mujeres bomberas. “Estoy segura que en breve habrá una comandante en la compañía. Las mujeres aportan muchísimo porque dotan a la institución de diligencia y sentido de familia”.
Para su autora, este libro no es solo la historia de la emblemática compañía sino también un llamado de atención a las autoridades. “El bombero desarrolla su actividad como un acto de amor. No pide dinero. Lo único que espera es un poco de reconocimiento por parte de la comunidad. Pero de la municipalidad no reciben ni un diploma. A los bomberos solo los usamos, pero nunca los reconocemos”, lamenta la historiadora. Las condiciones precarias de los primeros salvadores se repiten para los actuales colegas, que con trajes remendados y mangueras envueltas en gutapercha enfrentan el fuego. Aunque todos los ciudadanos somos usuarios potenciales de sus servicios, la verdad es que a los bomberos no les ponemos atención hasta que los necesitamos. Por lo mismo, encontrar un libro que cuente su historia sesquicentenaria resulta algo muy poco común.













