Si tomamos a Joe como una pastilla para levantarnos la moral, recuerden que vence en dos meses. Pero hoy que nos visita Joe mantiene sus poderosos efectos intactos porque tiene el aval de su gran nación, Trump mediante.
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“Joe se pinta, en el que quizá sea su último viaje como presidente, como un héroe preocupado por el pulmón verde del planeta, lejano del antihéroe de fierro y cemento que lo sucederá, aliado de Elon Musk, otro antihéroe peligroso, hecho de fibra sintética”.
Donald tiene que estar en este cuento porque la sucesión a Joe arrancará oficialmente en enero, pero, en realidad, ya arrancó este miércoles 13. Ese día, Joe y Donald se reunieron en el Salón Oval de la Casa Blanca y dieron cara al enjambre de micrófonos y cámaras para prometer, cada uno en sus palabras y gestos, una transferencia de gobierno pacífica. La prensa fue cortésmente expulsada y los dos ancianos que suman 160 años (Joe cumple 82 el próximo miércoles 20, Donald cumplió 78 en junio pasado) charlaron en privado.
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El portavoz Jake Sullivan hizo luego, en conferencia de prensa, un resumen de la charla. No figuramos nosotros en su recuento, a pesar de que el viaje a Lima ya había sido confirmado, pero especulemos que sí estuvimos presentes.
Los presidentes salientes, en materias delicadas como la política exterior, suelen pedirle al entrante su venia para ciertas gestiones que comprometerán el futuro nacional. Y al presidente entrante que, en este caso, es un retornante que anunció que será más duro y aislacionista que lo que fue en su primer gobierno, le cae de perilla que Joe haga lo que él preferiría no hacer pero asume que es bueno que se haga.
Hasta aquí la especulación para nuestro cuento de Biden en Perú: Donald le ha dado a Joe algunas claves de rival preocupado por un reparto pacífico del mundo, para que se las traduzca a Xi Jinping, con quien tendrá una bilateral el sábado como última actividad en Lima anunciada en el programa de la Casa Blanca.
Pero Joe también habrá extraído de Donald claves, o pistas, o señales de tranquilidad, para que se las trasmita a los líderes de APEC, incluyendo a Dina, con quien tuvo un encuentro bilateral el viernes y a los colegas que estén presentes en la cumbre del G20 (Grupo de los 20), a quienes verá el lunes en Río de Janeiro, donde, además, sostendrá un almuerzo de trabajo con el anfitrión Lula.
De alguna manera, entre el miércoles 13 y el martes 19, Joe habrá consumado en una semana, entre Washington, Lima, Manaos y Río, su despedida protocolar y simbólica de la política a la que se ha dedicado por más de medio siglo.
Buscó conciliar preocupaciones de Estado con su sucesor interno en Washington, y hoy en Lima buscará conciliar preocupaciones mundiales con quien encarna una sucesión mayor a su relevo por Trump, la de Washington por Pekín como eje de un mundo unipolar (muchas, pero muchas variables mediante).
Joe no se despedirá así nomás como un viejo necio que arruinó para su partido la posibilidad de una campaña ordenada con una candidata mejor que Kamala Harris. Su debate con Trump de junio pasado dejó un trauma de derrota anticipada para la academia, el multilateralismo, la izquierda, los caviares, llamen como quieran al bando universal que a la vez agitaba por él y le retirarse.
Consumado el fracaso con otra candidata -ojo, no fue él quien perdió- le vienen bien algunos gestos antes de la despedida. Una bilateral con Xi Jinping en Sudamérica, es un ambicioso gesto de diplomacia política presidencial. Con Xi ya ha tenido dos bilaterales previas (la última fue en la cumbre APEC del 2023 en San Francisco) y se conocen desde que él era vice de Obama y Xi era el segundo de Hu Jintao.
Lo original es el lugar y el momento: en el Perú, terreno de competencia entre ambas potencias y ad portas de una nueva era que aún no toma forma. Y miren el gesto que Joe hará mañana: partirá a Manaos donde sobrevolará el Amazonas y visitará el Museu Da Amazonia. Joe se pinta, en el que quizá sea su último viaje como presidente, como un héroe preocupado por el pulmón verde del planeta, lejano del antihéroe de fierro y cemento que lo sucederá, aliado de Elon Musk, otro antihéroe peligroso, hecho de fibra sintética y microchips.
En el avión y en la ‘Bestia’ (un ‘cofre’ en cuya maletera entrarían tres cerrones) lo acompaña su nieta Natalie Biden. No es el anticipo del abuelo chocho que se retirará a jugar con sus nietos, porque Natalie es una joven de 20 años, sino la señal de un relevo político y generacional. Grandes signos de nuestros tiempos Joe, como para que este viaje no lo olvides.