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A las 4 y 30 de la madrugada del sábado 24 de febrero de 1962, una sirena de alarma rompió el silencio frente al balneario de Buenos Aires, en Trujillo. El agudo sonido provenía de la bolichera pesquera “Jerry Lou”, que comenzaba a hundirse desde su estribor, generando zozobra entre quienes llegaron a ver el naufragio. En medio del caos, emergió una figura heroica desde el mar: un pescador local, montado en su tradicional caballito de totora. Desafiando las olas, logró rescatar a diez de las once personas que se encontraban a bordo de la embarcación, protagonizando uno de los rescates más recordados en la historia marítima de la costa norte del Perú.
Enrique Venegas Piminchumo salía muy temprano de su casa en el balneario de Buenos Aires, en el distrito de Víctor Larco Herrera, en Trujillo (La Libertad), siempre con su infaltable caballito de totora que él mismo confeccionó para ver si pescaba algo para vender y llevar a su hogar. Pero nunca imaginó que ese sábado 24 de febrero de 1962, a las 4 y 30 de la madrugada, una sirena lo alertaría.
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Apenas reconoció el peligro en el horizonte, no lo pensó dos veces. Si era una bolichera pesquera sabía que allí había hombres de mar como él que podían necesitar de su ayuda. No se equivocaba. Avanzó aún en la oscuridad, zarandeado por las olas, confiado en su caballito de totora, y pudo ver al acercarse que la bolichera “Jerry Lou” empezaba a ladearse seriamente por estribor. (EC, 25/02/1962)
LA NAVE “JERRY LOU” ENTRÓ EN DESESPERACIÓN
La tripulación de la embarcación luchaba por salvarla, corría de babor a estribor, pero la pequeña nave se ladeaba cada vez más, hasta que lo hizo bruscamente por el furor de las olas norteñas. El pescador Ernesto Venegas vislumbró entonces la tragedia que se avecinaba. Y tomó una decisión.
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Cuando los hombres en peligro lo vieron llegar pidieron su ayuda, y Venegas no dudó en dárselas. Recibió a cada uno de los tripulantes y los hizo montar en su caballito de totora; así los llevó a la playa y luego regresaba; con una gran fuerza física y el espíritu de un valiente fue rescatando a los diez náufragos del “Jerry Lou”. Menos a uno.
El capitán, el patrón de la embarcación, Leopoldo Barba hizo hasta el último segundo el esfuerzo de salvar su bolichera, pero terminó en su interior, sin poder escapar del hundimiento. Venegas no pudo salvarlo. Fue como si, en el fondo, el capitán hubiera deseado acabar a su vida al lado de su barco.

Hubo esa madrugada de fines de febrero una “densa neblina que cubría el litoral”, la cual había hecho perder el rumbo a la nave pesquera. Entre la bolichera casi hundida y la playa había cerca de 100 metros de distancia. Ese fue el recorrido que Venegas Piminchumo debía recorrer de ida y vuelta, diez veces, en cada ocasión con una persona abordo y con solo la fuerza de sus brazos. (EC, 25/02/1962)
Mientras el caballito de totora de Enrique Venegas llevaba a un pescador a salvo, el resto debía esperar el regreso de su salvador sujetándose de alguna saliente del casco de la bolichera, ya que esta, por el choque fuerte de las olas, estaba volcada de estribor. Lo único que les quedaba era volver a la costa, pero sabían también que en cada viaje Venegas se jugaba la vida ante las embravecidas olas de ese mar trujillano.
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Pero el solidario Venegas contó con dos buenos cómplices. Desde la playa, el conductor Macedonio Sánchez Vasallo se dio cuenta de la escena y del esfuerzo del pescador. Lo ayudó llevando su auto a la orilla de la playa y prendiendo sus luces en dirección al mar. Así se convirtió en un faro para los náufragos y para el caballito de totora de Venegas Piminchumo.
Fue también clave en el esforzado rescate de los diez hombres de la bolichera “Jerry Lou”, el propio hijo del héroe, Alejandro Venegas, quien empujó el caballito de totora de su padre para que superara las primeras olas, y luego recibió en la playa a los náufragos, muchos de ellos menores de edad.

LA MUERTE DEL CAPITÁN DEL “JERRY LOU” Y LOS SOBREVIVENTES
La versión de los rescatados fue clave para saber con precisión qué le había ocurrido al patrón de la bolichera “Jerry Lou”. Ellos contaron que el capitán Barba reaccionó de inmediato al darse cuenta de la emergencia. El “clipper” pertenecía a la Compañía Pesquera Coishco, con matrícula de Chimbote. El patrón había zarpado a las tres de la madrugada y su objetivo era ir “a la zona de las islas Macabí, a la pesca de anchoveta”. (EC, 25/02/1962)
Ante las violentas sacudidas del “Jerry Lou”, Barba bajó a la sala de máquinas de inmediato para darle instrucciones al motorista. Según cuenta este, fue en ese preciso momento que la nave se inclinó en violencia, dejando a Barba atrapado entre las máquinas. Finalmente, un chorro de petróleo le cayó en el rostro y lo cegó completamente.
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La admirable valentía de Venegas Piminchumo, todo un experto en el manejo del caballito de totora -como lo fueron sus antepasados moches y chimúes-, salvó a estos jóvenes tripulantes del “Jerry Lou” (la mitad era menor de edad, menos de 21 años):
1.- Leopoldo Barba Chávez (hijo del patrón).
2.- Aníbal Varas Ribas, de 19 años.
3.- Miguel Ramírez Barba, de 17 años.
4.- Pablo Vercelli, de 30 años.
5.- Eduardo Rechumi, de 22 años.
6.- Artemio Ruiz Vásquez, de 47 años.
7.- Santiago León Miranda, de 42 años.
8.- Víctor Castillo Hernández, de 17 años.
9.- Félix Valladares Martínez, de 18 años.
10.- Lázaro Costa González, de 32 años.

La nave estaba valorizada entonces en 3 millones de soles y al hundirse definitivamente, golpeada y destrozada por el fondo del mar, las posibilidades de rescatarla eran mínimas, casi imposibles, salvo que solo se recuperara algunas partes de ella.
¿PODÍA RESCATARSE LA BOLICHERA HUNDIDA?
Esa era la pregunta que se hacían todos los peruanos, a fines de febrero de 1962. Desde Trujillo la información que llegó, tres días después del accidente, indicaba que todo intento de rescate de la embarcación había sido infructuoso aún. En las playas del balneario de Buenos Aires, los vecinos de la zona esperaban su rescate. Todos rezaban por ello.
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Pero fue el mar furioso el primero que se manifestó: el martes 27 de febrero de 1962 varó una enorme madera, que era parte de la cubierta de la bolichera “Jerry Lou”. En eso días, llegaron al balneario algunos expertos rescatistas, o al menos eso decían. Desde el puerto trujillano de Salaverry llegó otro grupo de especialistas, unos buzos que conocían bien este mar inquieto del norte del país.
Tras la investigación policial, se supo en los medios de prensa por qué era tan complicado rescatar completa la bolichera. Se determinó que la embarcación tenía “anclado más de una tonelada de peso en plomo, de ahí que no se haya logrado rescatarlo ni siendo jalado con camión o tractor”. (EC, 28/02/1962)
Asimismo, una cosa muy curiosa ocurrió por esos días: a raíz del hundimiento del “Jerry Lou”, cerca de los restos de este se formó un gran pozo, que fue señalado por las autoridades como “sumamente peligroso” para los bañistas.

Pese a esas advertencias, el joven chachapoyano Helder Ocampo Díaz, de 19 años, se acercó demasiado a ese pozo, y casi fue absorbido por él sino fuera por la ayuda de los agentes de la Guardia Civil, Renán Céspedes Agurto y Carlos Gulden Cuadros, los cuales acudieron ante su desesperado grito de auxilio.
LA SOCIEDAD NO OLVIDÓ AL PESCADOR Y SU CABALLITO DE TOTORA
La hazaña no podía pasar inadvertida para la propia gente del balneario trujillano de Buenos Aires. El pescador artesanal Ernesto Venegas Piminchumo recibió un merecido homenaje del Club Social Buenos Aires, que presidía el señor Toribio Amayo Lozano.
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La razón: “Por su extraordinaria y muy humanitaria acción”. Pero no solo fue él quien recibió ese reconocimiento público sino también su hijo Alejandro, quien colaboró en el rescate de los tripulantes del “Jerry Lou”. (EC, 28/02/1962)
¿Quién era o qué hacía el héroe de esa jornada? El Comercio lo sintetizó de esta manera: “Enrique Venegas Piminchumo es un viejo pescador que reside en Buenos Aires, capital del distrito de Víctor Larco Herrera. Él todavía utiliza para sus faenas de pesca el tradicional caballito de totora. Y fue montado en su caballito en una dramática lucha contra el mar y todavía de noche, que salvó la vida a diez pescadores de la bolichera que encalló en un banco de arena frente a Buenos Aires”. (EC, 28/02/1962)

Los expertos señalaron que a esa hora de la madrugada, entre las 3 am. y 4 am. El mar estaba en crecida, es decir, las olas crecían en tamaño y se encrespaban más. El rescate fue realmente catalogado como osado, toda vez que los minutos pasaban y la bolichera se hundía más, pudiendo arrastrar al aparentemente endeble caballito de totora.
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EL RESCATE DE LOS RESTOS DEL “JERRY LOU”
Recién el sábado 3 de marzo de 1962, una semana después del grave accidente, fueron rescatadas algunas partes de la embarcación. Se trataron del “boliche” y la “chalana”. El equipo de “hombres ranas” detectó las partes y emergieron con ellas luego de trabajar en su ubicación desde el 27 de febrero, es decir, tras cinco días de lucha con el fondo del mar frente al balneario.
Solo el boliche (redes de cerco) del “Jerry Lou” tenía un costo de 300 mil soles. En un principio, la Compañía Pesquera Coishco, dueña de la nave, había ofrecido una recompensa de 10 mil soles por el rescate de lo que quedaba de la embarcación. Sin embargo, al ver las dificultades reales de tal desafío, aumentó ese precio a 15 mil soles. Esa fue la cantidad de dinero que recibió el equipo comandado por “el nadador aventurero Jesús Masías Zambrano”. (EC, 04/03/1962)

Como siempre ocurre en estos casos, también la mezquindad cunde. El Comercio relató que una cuadrilla de salaverrinos (del puerto de Salaverry), que no obtuvieron resultados en su búsqueda, trataron de sabotear el rescate del equipo de Masías.
Con ese deshonesto fin trataron de cortar, de madrugada, “los cables extendidos de la orilla hacia el boliche”. Pero no solo eso: llegaron a destrozar el caballito de totora del experimentado pescador Ernesto Venegas. Más allá de eso, los “hombres ranas” de Masías expresaron su felicidad, pues más que el dinero los motivaba la aventura en el fondo marino del balneario de Buenos Aires. (EC, 04/03/1962)
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Fue así que el caballito de totora de Ernesto Venegas, una embarcación liviana y resistente, diseñada como todas ellas para cortar las olas debido a su proa curvada hacia arriba, hizo historia durante la década de 1960. Venegas la usaba en sus faenas de pesca artesanal, pero esa madrugada del 24 de marzo de 1962 el “caballito” fue al rescate en el mar.
Aparentemente frágil, en la práctica la embarcación histórica de los moches y chimúes podía soportar hasta 200 kilos de carga útil. Por eso fue que, aquella vez, resistió el peso de dos personas: el de Venegas, el héroe, y el de su ocasional rescatado, durante diez veces consecutivas. Toda una épica.

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