
Lo que nadie cuenta al entrar a la Galería Martín Yépez y detenerse frente a la exposición de Pablo Quevedo es la historia inconclusa de un asesinato. En 1994, cuando tenía apenas cinco años, su gata apareció una mañana con una puñalada certera. Sobre el culpable, los detalles del crimen y la decisión que tomaron sus padres, el artista nunca supo nada. Solo quedó un cuerpo que nunca llegó a ver y preguntas sin respuesta que lo acompañarían toda la vida.
Años después, los gatos comenzaron a visitarlo en sueños. Incluso su propio perro se transformaba en uno de ellos al dormir. “Fue mi primera aproximación a la muerte, un asunto que quedó dando vueltas en mi inconsciente y que supe que debía enfrentar para darle el cierre que no tuve en la niñez”, dice Quevedo.
Desde entonces, y en distintos momentos de su vida, su camino lo llevó a explorar culturas donde los felinos son más que simples animales: son guardianes, presagios, espíritus errantes. En su obra, estas criaturas aparecen como símbolos de introspección para el artista, quien encuentra un símil entre la silenciosa observación del mundo de los gatos y el proceso creativo que lo lleva a pintar.
El enigma felino
A lo largo de la historia del arte, los felinos han sido mucho más que simples musas. Picasso los plasmó con trazo libre y feroz como extensión de su espíritu rebelde. Dalí los convirtió en espectros de lo irracional. Warhol, con su obsesión por la iconografía popular, los transformó en estampas vibrantes, casi comerciales. Basquiat los hizo presencias indomables que acechaban desde el fondo de sus lienzos.
Pablo Quevedo, en cambio, parece interesarse menos en el gato como ícono y más en lo que representa: lo inasible, lo que nunca se deja capturar del todo. “El gato acaba siendo más una excusa para la creación y la reflexión. Podemos extrapolar esa figura a otra para darle sentido a ciertas cosas que cada uno vivió en el pasado”, comenta Quevedo.
La exposición La ronda felina está compuesta por once pinturas al óleo de distintos formatos, donde el artista juega con la idea del gato —incluyendo otros felinos como el tigre— como una entidad esquiva, que aparece en diversos momentos, en distintas facetas y, a veces, acompañado por otras figuras como humanos o perros.
“Tengo un registro de mis sueños, es ahí donde aparecen ciertas cosas que luego pintaré. Pintar es para mí la forma de resolver conflictos internos, dudas, algo que me molesta, y los pinto porque hay que dejar constancia en la tela”, explica el artista.
Pero la muestra no busca una narrativa lineal ni respuestas claras. No hay historia ni un desenlace. Quiere generar una experiencia sensorial, dejar en el visitante la misma sensación de misterio que ha perseguido al artista desde su infancia. También es, de algún modo, una reflexión sobre la pintura realista y sus posibilidades. ¿Es posible capturar lo efímero? ¿Qué pasa si una imagen no se deja atrapar? ¿Cómo se pinta un recuerdo que nunca se terminó de formar? Quevedo no ofrece respuestas, solo abre preguntas.
“Si alguna vez has mirado a un gato a los ojos, sabrás del amor libre, de la coincidencia exacta de los tiempos, de los encuentros casuales que se someten al asombro y a lo inmenso que ello significa”, concluye.
Sobre la exposición
La ronda felina
Curaduría Mateo Cabrera
En Galería Martín Yépez
Av. Nicolás de Piérola 938 Plaza, San Martín, Centro Histórico de Lima
Temporada hasta el sábado 29 marzo
De lunes a sábado de 10 a.m. a 6 p.m.