
Hasta el año pasado la buena relación entre Estados Unidos y sus socios europeos era algo que se daba absolutamente por sentado y que no admitía la más mínima rajadura. Esta percepción se ha desplomado abruptamente con el cambio de gobierno en Washington en enero. Los roces y desencuentros entre la Administración Trump y Bruselas -sede de la Unión Europea (UE)- se hacen cada vez más constantes.
Todavía resuena en Europa la presentación en febrero del presidente estadounidense J.D. Vance, quien durante la Conferencia de Seguridad de Múnich (Alemania) acusó a los europeos de asfixiar la libertad de expresión y la libertad religiosa. Criticó, además, las “presiones” de muchos gobiernos europeos sobre las “redes sociales en nombre de la supuesta desinformación”.
Uno de los puntos de discordia más fuertes entre EE.UU. y la UE tiene que ver con el enfoque militar. No es la primera vez que la Casa Blanca advierte que sus aliados del Viejo Continente no están desembolsando lo suficiente en seguridad, pero el gobierno actual ha sido mucho más drástico. Y lucen muy distantes las propuestas del mandatario Donald Trump de que los países de la OTAN eleven el gasto militar al 5% del PBI nacional frente al 2% que ha fijado la alianza atlántica para todos sus integrantes.