sábado, diciembre 13

La Casa Blanca vive una transformación inédita: al tiempo que se levanta un salón de baile de US$300 millones, financiado por donantes privados y concebido como una vitrina del poder del presidente Donald Trump, la administración del líder republicano impulsa también un polémico “salón de la vergüenza”, un espacio digital destinado a exhibir públicamente a medios que, según el gobierno, difunden noticias “falsas o engañosas”. Las dos iniciativas —una física y otra comunicacional— se dan en paralelo y han generado inquietud en la opinión pública de Estados Unidos.

La construcción del nuevo salón de baile avanza tras la demolición total del Ala Este y bajo la dirección de un nuevo arquitecto designado por la Casa Blanca, pues la firma anterior, McCrery Architects, tuvo discrepancias con Trump sobre el alcance del proyecto, especialmente en lo que respecta al tamaño.

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Con una capacidad estimada de hasta 1.000 invitados y un costo que supera los US$300 millones, financiados íntegramente por aportes privados, el proyecto ha sido cuestionado por su opacidad, la selección de donantes y el trasfondo político de una infraestructura que, según los críticos de la iniciativa, busca proyectar fuerza, grandiosidad y una estética personalista del poder. Para los defensores de la obra, en cambio, se trata de modernizar un espacio funcional para recepciones y eventos de Estado.

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, llega a la 48.ª gala de los Kennedy Center Honors, el 7 de diciembre de 2025. (Foto de Brendan SMIALOWSKI / AFP).

Entre los donantes privados mencionados hasta el momento figuran grandes empresas tecnológicas como Amazon, Apple y Meta. También familias empresariales poderosas como los Fanjul, magnates cubano-estadounidenses del azúcar. Y el propio Trump.

En paralelo, el llamado “salón de la vergüenza” —un espacio digital donde la Casa Blanca publica ejemplos de lo que considera malas prácticas periodísticas— ha profundizado la confrontación con los medios tradicionales. Organizaciones defensoras de la libertad de prensa advierten que esta estrategia busca estigmatizar a reporteros y redacciones, creando un clima de intimidación que podría limitar preguntas incómodas y reforzar la narrativa oficial de que gran parte de la prensa actúa con sesgo político. El gobierno sostiene que se trata de una “corrección necesaria” para combatir la desinformación.

Más grande que la Casa Blanca

Trump habló por primera vez del salón de baile en el 2011, cuando todavía no era presidente. Dijo en una entrevista que estaba dispuesto a construirlo, y que lo haría a manera de donación. Ahora, la promesa va camino a ser una realidad.

A fines de julio, la Casa Blanca informó sobre la construcción e inicialmente dijo que costaría US$200 millones, cifra que la prensa estadounidense actualizó a US$250 millones, y finalmente el propio Trump admitió en octubre que el presupuesto alcanzará los 300 millones de dólares.

El tamaño inicialmente anunciado del salón de baile, unos 8.361 metros cuadrados, representa casi el doble del tamaño del actual edificio de la Casa Blanca. Los anteriores arquitectos querían ajustar la nueva construcción al diseño clásico de la casa de gobierno, algo con lo que Trump discrepaba.

Las imágenes oficiales divulgadas por la Casa Blanca muestran una estructura anexa de vidrio a prueba de balas y mármol, conectada a la residencia principal a través de un corredor subterráneo.

La Casa Blanca ha dicho que el salón de baile estará listo para usarse antes de que finalice el mandato de Trump en enero del 2029.

El proyecto, según un comunicado oficial, busca dotar a la residencia presidencial de “un espacio moderno, seguro y funcional para recepciones oficiales y eventos diplomáticos”.

Cuando se hizo el anuncio, se dijo que la Casa Blanca no sería tocada. Incluso el propio Trump afirmó que “no interferirá con el edificio actual. No lo hará. Estará cerca, pero sin tocarlo, y respeta plenamente el edificio existente”.

Sin embargo, el 21 de octubre la maquinaria pesada empezó a demoler el Ala Este del emblemático edificio construido entre los años 1792 y 1800. En esa sección históricamente ha funcionado la oficina de la primera dama. También hay un pequeño teatro y una zona de recepción de invitados, entre otros ambientes.

Varios grupos de conservación patrimonial —como la National Trust for Historic Preservation— cuestionan la falta de revisión previa por parte de la Comisión Nacional de Planificación de la Capital (NCPC), que debe supervisar modificaciones en propiedades federales. Las demoliciones, según documentos filtrados, habrían comenzado antes de la evaluación completa del proyecto.

Culto a la personalidad

Para el analista internacional Francisco Belaunde Matossian, “el proyecto del salón de baile es una extensión directa del culto a la personalidad de Donald Trump”.

“Él ya había hecho refacciones en la Casa Blanca, agregando detalles dorados y ostentosos; es parte de su estilo. Este nuevo espacio no responde a una necesidad funcional, sino al deseo de dejar huella, de afirmar su poder a través de la arquitectura. Hay algo profundamente frívolo y narcisista en eso”, apunta.

Belaunde traza un paralelismo con otros líderes mundiales que han usado la arquitectura monumental como instrumento de poder. Trump está en la línea de los grandes autócratas que buscan inmortalizarse mediante edificaciones. Habla incluso de construir un arco del triunfo, lo cual revela una pulsión napoleónica, tipo Kim Jong-un en Corea del Norte. Está convencido de que el poder debe materializarse en piedra, mármol y oro”.

Sobre la polémica por la demolición del Ala Este, supuestamente saltándose algunos trámites, el analista advierte que el problema no es solo patrimonial, sino institucional.

“Trump actúa por impulso. Toma decisiones sin pasar por los canales regulares, sin esperar revisiones ni autorizaciones previas. Es parte de su patrón de conducta: decide primero y legaliza después. Esa lógica, aplicada a un símbolo nacional como la Casa Blanca, revela hasta qué punto su gobierno funciona bajo su propio orden personal”, sostiene.

El embajador Juan Álvarez Vita coincide en que la construcción es “una expresión más del culto a la personalidad que rodea a Trump”.

“Como muchas de sus decisiones, responde a una necesidad de dejar huella, de proyectar una imagen de grandeza personal antes que institucional”, señala a El Comercio.

Álvarez Vita remarca que el proyecto refleja una desconexión creciente entre el mandatario y amplios sectores de la sociedad estadounidense. “Hay un malestar evidente entre los ciudadanos. Muchos dicen: ‘no queremos reyes’. Es una forma de rechazo a ese tipo de gestos ostentosos que recuerdan más a los monarcas que a los presidentes”, agrega.

Contra los medios tradicionales

Sobre el “salón de la vergüenza” virtual, la Casa Blanca dijo en un comunicado que “el portal, que se puede clasificar y actualizar periódicamente, garantiza que ningún bulo, ninguna ficticia ‘fuente anónima’ y ninguna calumnia partidista vuelvan a caer en el olvido».

Una de las primeras decisiones fue señalar al diario “The Washington Post” como “delincuente de la semana”, por publicar un artículo con dos fuentes anónimas que afirmaban que el secretario de Guerra, Pete Hegseth, ordenó a un comandante de Operaciones Especiales Conjuntas “matar a todos” durante las operaciones antiterroristas en el mar Caribe.

También se ha incluido a otros medios de comunicación, como “The New York Times”, CNN, CBS News y “The Independent”.

Las otras categorías que figuran en el sitio son “omisión de información”, “afirmación falsa”, “mala praxis”, “caracterización errónea”, “tergiversación” y “locura izquierdista”.

El Washington Post respondió al gobierno que “seguirá informando con rigor y precisión al servicio de toda América”.

Al respecto, Belaunde Matossian dice que desde su llegada al poder en enero la relación entre Trump y los medios de comunicación es “pésima”, y que el presidente ha intensificado sus ataques verbales contra periodistas y medios críticos, llegando incluso a insultar públicamente a reporteras y a descalificar de manera constante a la prensa liberal.

“Trump solo tolera a quienes lo apoyan. Quien lo critica es objeto de su furia”, afirma.

En su opinión, Estados Unidos corre el riesgo de retroceder en los índices democráticos internacionales. “No me sorprendería que el próximo informe de The Economist ya no clasifique a Estados Unidos como una democracia plena, sino como un régimen híbrido. Hacia eso vamos”, advierte.

El especialista cuestiona duramente el lanzamiento del “salón de la vergüenza”. Para él, representa “otro ataque gravísimo a la libertad de prensa”. Recuerda que el propio Trump ha difundido afirmaciones no verificadas y dice que utilizar la plataforma presidencial para etiquetar a periodistas como desinformadores es peligroso.

“Las discrepancias entre gobierno y prensa siempre existirán, pero que desde la presidencia se ataque de forma sistemática al periodismo es inaceptable. Eso puede abrir la puerta incluso a agresiones físicas”, alerta.

Sobre si este clima puede generar autocensura en la prensa, Belaunde estima que los grandes medios estadounidenses seguirán cumpliendo su labor, aunque extremando precauciones.

“Trump está acostumbrado a demandar a medios y pedir indemnizaciones millonarias, como lo hizo Rafael Correa en Ecuador. Eso obliga a las redacciones a cuidarse más, pero no van a retroceder”, asegura.

El experto también critica la estrategia de la Casa Blanca de reducir el espacio destinado a periodistas tradicionales para dar lugar a influencers y creadores de contenido afines al gobierno. Considera que esta práctica busca desplazar a reporteros profesionales y reemplazar el escrutinio crítico por voces que reproducen sin cuestionamientos el mensaje de Trump.

“Estados Unidos, que históricamente ha sido referente en libertad de expresión, está replicando modelos de otros países donde se premia la adulación y se castiga al periodismo serio”, sostiene. Belaunde concluye con ironía: “Trump gobierna como si quisiera ser una especie de Kim Jong Trump. Lo que busca es adulación, no control democrático”.

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