Sábado, Octubre 12

Cinco siglos tuvieron que pasar desde la conquista para que, recién en el 2019, el Museo del Prado de Madrid expusiera por primera vez un cuadro de la Escuela Cusqueña, el movimiento pictórico más importante surgido en tierras peruanas durante la época virreinal o colonial, según como quiera mirarse. La obra fue el imponente “Matrimonios de Martín de Loyola con Beatriz Ñusta y de Juan de Borja con Lorenza Ñusta de Loyola”, anónimo cusqueño del siglo XVIII que, justamente, retrata el enlace entre la dinastía inca y la jesuita, significativa unión entre dos mundos.

La exhibición de dicha pintura, ocurrida en el marco de la feria ARCOmadrid en la que el Perú fue el país invitado, rompía de alguna manera –aunque fuera solo un primer y cauteloso paso– una visión arcaica que, desde Europa, se ha tenido de la Escuela Cusqueña como un arte meramente derivativo, como una copia artesanal de los grandes maestros. Nada más equivocado, desde luego. ¿Cómo negarles valía a los fascinantes cuadros de la serie del Corpus Christi atribuidos al gran Diego Quispe Tito? ¿O de qué manera se puede explicar la aparición de esos arcángeles arcabuceros –o “ángeles apócrifos”, en palabras del historiador Ramón Mujica– que son una extraordinaria muestra de sincretismo religioso y antropológico?

La influencia española en el desarrollo artístico de nuestro país se puede rastrear también en la figura clave del obispo Manuel de Mollinedo y Angulo (1626-1699), apasionado coleccionista que trajo un importante grupo de pinturas desde Europa que sirvieron como referencia para diversos artistas locales.

LOS TRAZOS DE UN PAÍS

Para el curador Jorge Villacorta, el impacto del arte español en el Perú se percibe incluso con más notoriedad a través de la arquitectura. “Esa estructura de las plazas de armas y los poderes simbólicos en torno a ellas es un urbanismo desarrollado para el llamado Nuevo Mundo”, explica el especialista. “El barroco también se exporta completamente. La iglesia de San Francisco con su cúpula mudéjar y la esbeltez de la basílica de San Pedro son muy hermosas, y ni qué decir de las iglesias arequipeñas hechas en sillar o la Catedral del Cusco hecha toda en piedra”, agrega.

En la misma línea arquitectónica, Villacorta da un salto hasta el siglo XX para destacar la figura del escultor, arquitecto y urbanista español Manuel Piqueras Cotolí (1885-1937), quien llegó al Perú contratado como profesor de la Escuela Nacional de Bellas Artes. Formado entre España e Italia, Piqueras tuvo contacto desde sus orígenes en Europa con piezas prehispánicas pertenecientes a colecciones de algunos de sus maestros. Es así que, cuando llega a nuestro país, comienza a trabajar en un entorno que ya era de su predilección.

Piqueras Cotolí fue el responsable de lo que se denominó estilo neoperuano, y entre sus obras más resaltantes están el diseño de la plaza San Martín, el malecón de Ancón o la urbanización San Isidro –que ocupa buena parte de lo que hoy es El Olivar–, proyectos que tuvieron gran influencia en urbanistas de generaciones posteriores.

NUEVAS REIVINDICACIONES

Pero tampoco es posible entender la relación hispano-peruana sin reflexionar en torno a sus respuestas más rebeldes. Pongamos el caso de José Sabogal (1888-1956), quien recogió influencias trascendentales de su temprano paso por España para, con los años, convertirse en el principal impulsor del indigenismo, movimiento que buscaba romper con la verticalidad del vínculo europeo-americano para reivindicar las culturas originarias del Perú.

Y es también imposible dejar de mencionar en este breve recuento del arte entre dos países el caso de Sandra Gamarra (Lima, 1972), artista peruana quien este año se convirtió en la representante del pabellón español en la Bienal de Arte de Venecia: primera vez en 60 ediciones del encuentro que una artista no nacida en España lo consigue. “Ella se asume como una artista feminista y alineada con un arte de sesgo descolonizador, lo cual también ha incomodado a algunos sectores en España”, explica Villacorta sobre la potente propuesta de Gamarra Heshiki que, pese a cualquier controversia, marca un hito fundamental para lo que nos espera de cara al futuro en esta relación pluricultural compleja, tensa, a veces contradictoria, pero inmensamente rica al fin y al cabo.

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