
Si Mario Vargas Llosa tuvo que lidiar, hacia dentro de sí, con los demonios de sus ficciones, porque sin ellos no hubiera podido crear la obra literaria universal que nos deja, tuvo también que lidiar, hacia afuera, con los demonios políticos de cada realidad atravesada en su camino.
Creo entender, a estas alturas de tanto repaso merecido de su vida y obra, a raíz de su muerte, que el problema no era que la política se atravesara en su camino todo el tiempo, sino que tenía a la política atravesada en el quehacer de su genio literario, como si dos vocaciones intensas o dos destinos intensos hubiesen tenido que pelear por ocupar un lugar de dominio en la grandeza moral del inmortal escritor. Ni siquiera podríamos decir que se tratase de una pelea entre demonios literarios y demonios políticos.
Vargas Llosa tenía demasiado talento para que novelas de tanta penetración en los vericuetos malsanos del poder, como “Conversación en La Catedral”, sobre la dictadura de Manuel Odría en el Perú, y “La fiesta del Chivo”, sobre la dictadura de Leonidas Trujillo en República Dominicana, no perdieran calidad y trascendencia literarias. Demasiado talento además para que sus posiciones políticas como la ruptura con Cuba y el comunismo internacional reforzaran su autoridad moral en defensa de las libertades; para que la agudeza de sus columnas que publicaba cada 15 días en “El País” y en El Comercio, contribuyeran al entendimiento de la complejidad de nuestro tiempo; y para que el peso de su arbitraje en las elecciones peruanas fuese siempre un aporte constructivo a la institucionalidad democrática por encima de las tentaciones autoritarias.
El dominio político que llevó a Vargas Llosa a su postulación presidencial en 1990 frente a Alberto Fujimori fue finalmente un dominio temporal, que en la propia campaña electoral de entonces sentía muy de cerca la vigilancia y contrapeso del dominio literario, que no dejaba en paz la cabeza del escritor, aunque este, por aquellos días no escribiera. Quizás esa cohabitación en él de la vocación literaria y la vocación política hizo que no tuviera que comulgar con las ruedas de molino que supone asumir una postulación presidencial, en función de la que debía transarse con el caudillismo, con el clientelismo y con el caciquismo. A la postre, perdió los comicios, pero obtuvo, como lo señala Enrique Ghersi, un triunfo político. El programa liberal de Libertad y del Fredemo no solo lo aplicaría Fujimori, sino que también prevalecería por los siguientes años y hasta hoy bajo otros matices.
Con la partida de Vargas Llosa se cierra el ciclo de vida y presencia en la literatura y en la política de grandes personalidades que integraron el llamado “boom latinoamericano” de los años 60 del siglo pasado, como Gabriel García Márquez, Julio Cortázar, Carlos Fuentes, Octavio Paz, José Donoso y Jorge Edwards, que junto con el autor de “La ciudad y los perros”, encendieron de pensamiento lúcido y penetrante el debate político de más de medio siglo, adoptando y defendiendo posiciones muy críticas, valientes y polémicas frente al poder y entre sí. El vacío que se abre hacia delante es de solo eso: de vacío.