Su vida dio un vuelco, literalmente hablando, a las 11 de la noche del lunes 30 de octubre de 1978. Había sido un día especial para la familia Guerra-Ortega, pues eran fieles del Señor de los Milagros, y habían ido a la última salida del año por las calles de Lima del denominado Cristo Moreno. Pero el accidente del pequeño Julio cambiaría esa jornada de paz y fe por uno de angustia y dolor.
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Julio Guerra Ortega caminaba tranquilamente cerca del antiguo puente Viterbo (o “puente Balta”), en Barrios Altos, no muy lejos de su casa en Caja de Agua, cuando sintió que sus pies se quedaban sin piso, que caían y su peso era vencido por la gravedad. Entonces todo se apagó. Julio era el chico más solo del mundo en ese momento.
Un buzón sin tapa, con seguridad recientemente robado, había provocado la súbita caída. Para la familia, Julio había desaparecido, pero luego un familiar y otros testigos les contaron que el menor había caído dentro de un “colector de aguas negras” y sus opciones de sobrevivir eran mínimas, especialmente luego de transcurrir las primeras 24 horas sin saberse nada de él.
Pasaron no solo 24 horas sin saber nada de él, sino que se llegó a las 48 horas, sin que la familia ni las autoridades pudieran ubicarlo. El miércoles 1 de noviembre de 1978, solo un milagro podía devolverlo a su familia con vida. Y ese milagro pareció cumplirse hacia el mediodía del jueves 2 de noviembre.
JULIO GUERRA: UN MILAGRO QUE SE HIZO REALIDAD. EL RESCATE DEL MENOR
Un familiar de Julio, un tío, Walter Ventocilla Bustamante, no cejó en buscarlo. Y solo cuando ya parecía que era imposible rescatarlo con vida, este pariente -casi resignado- se dirigió a la desembocadura de tal colector; llegó hasta el colector central de “aguas negras” del distrito de San Martín de Porres, a la altura de la cuadra 26 de la avenida Perú.
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Ventocilla solo pensaba en recoger el cadáver de su sobrino de las aguas del río Rímac. Pero en eso, ocurrió lo inesperado: Julio Guerra Ortega apareció allí, en el aún calmado “río Hablador”, inmóvil, empapado. Al comienzo, al tío le pareció que estaba muerto, pero lo vio moverse por sí mismo, y así voló a rescatarlo.
La distancia entre el lugar del accidente y del rescate era considerable. El niño fue hallado a unos cuatro kilómetros de distancia del puente Viterbo (puente Balta), hacia el oeste, en San Martín de Porres; allí estaba el final del colector de desechos que arrojaba todo al río. Dentro de ese colector sobrevivió tres días el valiente Julito.
El Comercio publicó una nota en portada el viernes 3 de noviembre de 1978 sobre su regreso a la vida, que era noticia en todo el país. Pero la gente se hacía varias preguntas en torno a cómo pudo sobrevivir un chiquillo de 13 años en esas condiciones. Y es que la historia de coraje del menor Guerra fue admirable: en un colector de apenas un metro de diámetro, en medio de la humedad, la oscuridad, los roedores, la pestilencia, el hambre, la sed, él había dado una verdadera lección de vida, de lucha contra la muerte.
Cuando su tío lo sacó de las aguas del río estaba delgadísimo, helado, apunto de rendirse; lo trasladó de inmediato al Hospital Cayetano Heredia en el Rímac, donde le detectaron un “principio de neumonía”; tenía algunos moretones por los golpes que se dio, alguna mordida de rata y, sobre todo, estaba muy débil.
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En un principio, el menor no estuvo al alcance de los medios de prensa, pero las autoridades médicas informaron de las condiciones extremas que debió soportar: como era de imaginarse, Julio Guerra sobrevivió “el acecho de roedores, el penetrante frío y el mismo miedo de verse encerrado en aquel oscuro colector”, indicaba el diario decano. (EC, 03/11/1978)
Se supo que el chico contó que se había mantenido despierto todo el tiempo que estuvo dentro del colector; quizás el miedo, el hambre y la sed lo mantuvieron en alerta permanente. Para sobrevivir debió beber de las aguas servidas, y también evitó por instinto ser arrastrado por la corriente, hasta que sus fuerzas no le dieron para más y se dejó llevar.
Perdió el conocimiento por momentos, pero recordaba ser arrastrado, y que en un punto determinado, tras recorrer unos tres kilómetros -calcularon las autoridades- distinguió una luz… No era, sin duda, la Luz de la que todos dicen que uno ve en el umbral del fin, sino la luz de final del colector.
El tío Walter Ventocilla contó a los medios de prensa lo primero que le dijo su sobrino al sostenerlo en sus brazos: “¡Tío, no he muerto… Cómo está mi papá!”. Se lo dijo en el trayecto al hospital, donde se reunió con los padres de Julio, el señor Julio Guerra y la señora Esther Ortega Gómez, quienes agradecieron al personal médico, pero en especial al Señor de los Milagros “por haberles devuelto vivo a su hijo”. (EC, 03/11/1978)
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JULIO ORTEGA: EL NIÑO QUE ENFRENTÓ A LA MUERTE CON LOS OJOS ABIERTOS
En el pabellón Pediátrico del Hospital Cayetano Heredia calculaban que en dos semanas podría Julio Guerra salir de alta, pero antes debía pasar por varios exámenes, pues su condición aún no era estable, debido a los gases tóxicos que había absorbido. El nosocomio rimense asumió la responsabilidad de atenderlo. El menor pasaba esos días en la cama Nº 183, hasta donde llegaron solo algunos familiares cercanos para darle aliento.
El menor Guerra no olvidaba lo que había sufrido dentro de ese colector de aguas contaminadas, una experiencia que los medios comparaban con un pasaje de la novela “Los Miserables” de Víctor Hugo. Asimismo, la opinión pública aún no salía de su asombro, lo miraban por televisión, en la prensa escrita, y no creían que ese flaquito de 13 años hubiera sobrevivido prácticamente tres días sin comer, en ese frío y hedor, como si fuera un ránger o un comando de guerra.
El sobreviviente contó al doctor Aldo Rondinel, quien lo atendió, que había pasado esas horas entre descansos y gateando, y que las aguas negras subían y bajaban, al punto que a veces le llegaba a las rodillas y otras al pecho. Su gran temor fue que el nivel del agua subiera tanto que no pudiera hacer nada para salvarse.
Con sorbitos pequeños de ese torrente insalubre, aguantándose el asco, Julio Guerra Ortega se mantuvo vivo. Reiteró que casi no durmió nada en esos tres días, por el miedo a morir, y solo escuchaba el agua que fluía y los chillidos de las ratas del desagüe.
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El Comercio recogió las declaraciones de otro especialista que lo atendió, el doctor Oswaldo Zegarra: “Ha inhalado gases tóxicos, razón por la cual se le tiene en observación para ver las complicaciones que se pueden presentar”, dijo. Zegarra remarcó también el “efecto traumático” que podía estar incubando el pequeño Guerra. (EC, 04/11/1978)
El doctor Zegarra dio una explicación más clara de cómo pudo haberse salvado Julio Guerra. Para él, solo el hecho de verlo vivo era sorprenderte. Sin embargo, explicó que posiblemente “haya estado en una zona baja de líquidos y de gases, recibiendo alguna oxigenación de algún medio”. (EC, 04/11/1978)
Con pocas visitas, casi aislado y en reposo absoluto estaría el menor por varios días más. Esa fue la recomendación tras una evaluación médico-psiquiátrica. Se prohibió que conversara con alguien fuera de la esfera médica. Para más precaución, los médicos mandaron colocar un cartelito en la cabecera de su cama con este mensaje: “Prohibido que personas extrañas hagan preguntas al niño”. (EC, 04/11/1978)
A punta de suero y antibióticos, para evitar las infecciones, estuvo el pequeño Julio Guerra. Él no podía hablar con extraños, pero su madre sí. Esther Ortega le contó a El Comercio lo que vivió ella durante esos tres días de desaparición de su hijo. Se enteró del “accidente” a eso de las 11 y 30 de la noche de ese lunes 30 de octubre de 1978, cuando llegó un sobrino para darle la terrible noticia.
Los Guerra-Ortega, así como varios amigos y vecinos de la cuadra 4 del jirón Lambayeque, en Caja de Agua, donde vivía la familia, se dedicaron a buscarlo desesperadamente. Lo primero que averiguaron fue dónde desembocaba el colector. La señora Ortega reveló que el momento más emocionante fue cuando le dijeron que su hijo había sido rescatado con vida.
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JULIO GUERRA: LOS DÍAS POSTERIORES DEL SOBREVIVIENTE
El lunes 6 de noviembre de 1978, una semana después de su accidente y cuatro días después de su milagroso rescate, Julio Guerra Ortega iba recuperándose poco a poco de las secuelas de lo vivido. Así empezó a recibir algunas visitas más, incluso una de alguien vinculada al Gobierno Militar de entonces, que estaba bajo el mando del general Francisco Morales Bermúdez.
Se trató de la esposa del ministro de Salud, la señora Nilda Carrera de Rivasplata, quien ingresó al Hospital Cayetano Heredia acompañada de otras esposas de funcionarios del sector Salud. El mismo director del nosocomio, el doctor Luis Cuadra Ravines, le aseguró que el pequeño Julio estaba progresando en la recuperación de su estado de salud.
Esa mejoría fue dándose sin pausa, al punto que ya para el miércoles 8 de noviembre de 1978, los periodistas pudieron ingresar a una de las salas de psicología del hospital, donde el menor Guerra era cuidadosamente tratado.
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El personal médico-psiquiátrico comunicó a los medios de prensa que no solo el organismo de Julio había respondido bien al tratamiento contra las infecciones sino que su mente estaba clara y consciente del peligro que había vivido, entendiendo que fue una circunstancia concreta y accidental.
Como dijeron los médicos del Hospital Cayetano Heredia en su momento, quince días después del rescate, Julio Guerra Ortega regresó con los suyos para olvidar lo sucedido y seguir su vida de colegial.