
Ha partido Mario Vargas Llosa. En lo que a política se refiere, los balances que se han hecho sobre su legado, dentro y fuera del país, han girado en torno a la proyección de sus convicciones liberales y a su aporte en la arena pública.
¿Ha tenido un impacto mayor lo que hizo el Nobel en el ingrato quehacer público? La respuesta corta es sí. Y quizás su legado es menos tangible, aunque imperecedero.
Una ucronía de Martín Tanaka, en la compilación de Eduardo Dargent y José Ragas (“Contra-historia del Perú”, Mitin-50+uno, 2012), fantaseó sobre un gobierno de Vargas Llosa de un solo mandato. El autor concluía que dicha administración “dejó un país sustancialmente más moderno, pero también más fracturado socialmente”. La sentencia quizá se excede al atribuir a un período presidencial herencias de muy larga data.
En cualquier caso, y al margen del contrafáctico, Vargas Llosa inició una lucha por promover la economía de mercado, que dejó una huella indeleble en el debate político. La derrota electoral de 1990, seguramente, será leída por sus detractores como un rotundo fracaso.
Pero, si algo se logró en aquella campaña, fue el convencimiento de que debían aplicarse medidas de ajuste. La noche del 8 de agosto de 1990, cuando Juan Carlos Hurtado Miller anunció el dramático “Fujishock”, la opinión pública peruana comprendió con resignación que no había otro camino.
Esa senda la inició Vargas Llosa tres años antes, con su oposición al intento de estatización de la banca por parte del gobierno de Alan García. Lo que vino luego fue una intensa campaña de pedagogía y persuasión, a la que se sumaron numerosos colaboradores.
La dramática elección del advenedizo Alberto Fujimori hizo que Vargas Llosa no pudiera ser quien implementase lo que sugería. Aquella accidentada segunda vuelta, como otros tantos episodios de la historia reciente, desnudó los abismos sociales del país que aún se arrastran. El debate sobre la economía dio pase a un enfrentamiento en que las diferencias primaron sobre los puntos en común. Era la prehistoria de la polarización.
Sin embargo, el activismo político de Vargas Llosa no se resintió. Su momentáneo ostracismo noventero concluyó con la publicación de “La fiesta del chivo”, libro notable, en el que podía reflejarse cualquier régimen autoritario. A su retorno, en el nuevo milenio, Vargas Llosa fue el endose definitivo en las elecciones del 2006, 2011 y 2016.
El balance de su accionar político quizás quiera detenerse en algunos pasos erráticos o en el devenir de aquellos que recibieron su endose. Pero a Vargas Llosa toca agradecerle por imponer un sentido común económico que ha podido soportar los estropicios del vaivén político de los últimos años. Ese fue el gran cambio que dejó.