
En el 2022, a los pocos días de invadir Ucrania, Vladimir Putin comenzó a demostrar su ineptitud para llevar a la realidad la ilusión de poder que proyectaba. Quiso dar el zarpazo y derrocar al gobierno de Volodimir Zelensky, pero este lo expulsó del norte sin permitirle tomar ni un centímetro de Kiev, previamente a contar con apoyo de la OTAN. La magna Rusia solo tomó Jerson, pero a los pocos meses fue expulsada. Putin se vio forzado a cambiar sus objetivos para conquistar solo las cinco provincias del sureste. Tras más de dos años de intentos fallidos, Putin no ha podido tomar ninguna capital provincial, solamente pueblos y chacras.
Esos logros marginales, además de arruinar su economía dependiente de China, le habrían costado -según inteligencia de EE.UU.- más del 80% del ejército profesional que tenía: más de mil soldados muertos diariamente en el 2024. Perdió también miles de tanques y casi no usa sus aviones por ser fácilmente derribados. El bloqueo marítimo contra Ucrania no duró nada. En pocos meses los ucranianos, sin tener una marina de guerra, hundieron casi el 30% de la flota rusa del Mar Negro, incluido el buque insignia Moskva, y forzaron a Putin a retirar lo que le queda de Marina al lejano puerto de Novorossiysk, desde donde no puede bloquear nada. Irónicamente, antes de invadir Crimea, Putin gozaba de una base marítima en Sebastopol, que hoy no puede usar pese a controlar Crimea. Mientras tanto, el comercio marítimo ucraniano fluye sin problemas.
Putin recurre a métodos medievales para tomar territorio. Envía hordas de soldados sin entrenamiento para tomar pocos metros, razón por la cual mueren cuatro soldados rusos por cada ucraniano. Ha sacado presos y convocado a norcoreanos porque ya no le quedan más hijos de campesinos de Siberia o el Cáucaso que sacrificar en su amoral desconsideración por la vida de los rusos.
Además de tremenda humillación, Zelensky violó todas y cada una de las líneas rojas que Putin le impuso altaneramente, incluyendo el sacrilegio de haber invadido Rusia. Hoy Zelensky permanece en los 700 km2 de la provincia de Kursk desde agosto del 2024. En cada desafío de Ucrania, Putin se limita a responder con rabietas y lanzando misiles, la mitad de los cuales son interceptados. Ni qué decir de su impotencia para evitar la caída de su aliado sirio Bashar al Asad, en apenas cuatro días, o tener que soportar ahora a Finlandia en la OTAN, a 200 km de San Petersburgo.
El tigre de papel que es la Rusia de Putin no aguantaría dos semanas una guerra contra la OTAN. Una tercera guerra mundial es imposible contra un adversario en su momento más débil desde la revolución de 1917. Las bombas atómicas en su arsenal no sirven de nada: Putin no tiene el botón rojo bajo su colchón. Su único interés, y el de los oligarcas que lo sostienen, es el poder y la plata. Si en un acto irracional intentase apretar el botón rojo, le cortan la mano antes pues saben que en dos horas serían pulverizados. Putin podría terminar quedándose con parte de Ucrania, pero ya vimos que el poder mítico del que se vanagloriaba era un espejismo.
(*) H. Max Kessel es politólogo