A inicios de este año, al resumir el año precedente y proyectar el que termina en pocos días, esta columna avizoraba como altamente probable “que el 2025 sea políticamente muy breve, quizás inexistente”. Del 2024 se decía que “su duración política debería prolongarse al menos hasta la convocatoria a elecciones en abril próximo” (El Comercio, 2/1/2025).
Tal aseveración tenía que ver con el cálculo de la caída del gobierno de Dina Boluarte, un hecho muy probable desde la fecha de la convocatoria a elecciones, en abril. Por ello, hasta se pensó que podía ser “inexistente”.
Tal desenlace se produjo, finalmente, en octubre, de manera precipitada. Así las cosas, podría concluirse que el año 2025 político se extendió solamente de abril a octubre, período en el que se asentó una gestión presidencial precaria, lejana e insensible, que sobrevivió debido a un Parlamento cómplice y concesivo.
De alguna manera, el 2026 se inicia prematuramente, junto con el gobierno de José Jerí. Esa mezcla de liviandad de fondo y proactividad de forma que bien podría prolongarse o truncarse tras el resultado de los comicios. Es que el poder político formal no se mueve en el vacío y el 2025 graficó la precariedad de la figura presidencial, mientras la gravitación del Congreso se fortaleció. A diferencia de su predecesora, el nuevo presidente es más popular en las encuestas, pero la dependencia congresal persiste.
También se ha confirmado la que seguramente será la agenda mínima de los comicios. A la extendida demanda por seguridad ciudadana se suma la expectativa por una gestión íntegra. Como muestra, una reciente encuesta de Ipsos para Proética reportó que un 68% de los electores considera que ser “honesto, íntegro” es el rasgo más importante del candidato ideal.
Finalmente, la economía peruana se confirma como altamente resiliente. De hecho, los principales observadores económicos han ajustado al alza su proyección de resultados económicos. Macroconsult, por ejemplo, actualizó sus cifras de 3%, en agosto, a 3,3% en su entrega más reciente (SIM, diciembre 2025).
El balance del 2025, pues, es el de una latencia con desenlace anunciado vía dos entregas en el 2026: la primera, entre abril y junio, cuando se confirme la identidad del renovado liderazgo político nacional, y la segunda, entre octubre y diciembre, cuando sea el turno de las autoridades subnacionales.
Dicha latencia se produce en medio de un contexto en el que el país mantiene una economía sólida, aunque arrastre grandes pendientes, sobre todo en el frente político. Queda por ver si el 2026 encauzará positivamente las recientes expectativas, junto con las viejas demandas, que se tienen o si, por el contrario, se desandará aún más lo avanzado. ¿Dilapidaremos, una vez más, una nueva oportunidad (casi literalmente) de oro?













