
Los resultados de las encuestas suelen generar reacciones diversas. Algunos tienden a ignorarlos cuando no muestran cambios significativos, como ocurre con la aprobación a la presidenta Dina Boluarte, que se mantiene en 4%. Sin embargo, asumir que el país funciona con normalidad solo porque la economía muestra signos de crecimiento es un error. Pensar que no hay consecuencias políticas o sociales es peligroso, especialmente cuando el 89% de los peruanos cree que el país no tiene un rumbo claro. Operar en piloto automático supone la existencia de un destino definido, pero en este caso la sensación generalizada es que no hay dirección.
Minimizar el malestar ciudadano y la desconfianza institucional es arriesgado porque, aunque pueda parecer contenido, tarde o temprano aflora. La falta de liderazgo y de respuestas concretas solo alimenta el desencanto y erosiona la confianza en las instituciones. Al comparar con agosto del 2023, se observa cómo la desconfianza sigue creciendo, el Congreso pasó de 75% a 81% en la última medición. El Gobierno también sufrió un golpe en credibilidad, pasando de 64% a 75%. Pero el problema no se limita a la clase política. La desconfianza hacia el Jurado Nacional de Elecciones aumentó de 43% a 53%, mientras que el Tribunal Constitucional pasó de 48% a 56%. Esta tendencia se repite en las demás instituciones evaluadas.
Este deterioro no es solo un problema de imagen o percepción, tiene efectos concretos en la legitimidad de los procesos democráticos. Si la ciudadanía no cree en quienes dirigen el país ni en los organismos encargados de garantizar el orden y la estabilidad, el impacto trasciende la política y se extiende a la estructura misma de la sociedad. Se instala la idea de que nada funciona y que nada se puede cambiar, debilitando el compromiso ciudadano y aumentando la apatía electoral.
El problema de fondo no es solo la falta de confianza en las instituciones, sino el impacto que esto tiene en la esperanza de los peruanos. La pérdida de confianza no se queda en la esfera política, afecta las relaciones interpersonales, las dinámicas económicas y la forma en que los ciudadanos proyectan su futuro. Sin un horizonte claro, se debilita el sentido de comunidad y el orgullo de pertenencia.
*Urpi Torrado, CEO de Datum Internacional